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¿Esa es la opinión consensuada del Consejo Nocturno?

[Todas nuestras opiniones son consensuadas, Skade. No se puede tolerar un fracaso palpable, pero eso no significa que no vayamos a intentarlo con todas nuestras fuerzas. Si Galiana está a bordo, haremos lo que esté en nuestras manos para recuperarla. Pero debe hacerse en el más absoluto secreto].

¿Hasta qué punto ha de ser absoluto?

[Será imposible ocultar al resto del Nido Madre la noticia del regreso de la nave. Pero podemos librarlos del tormento de la esperanza, Skade. Se informará de que está muerta sin esperanza de revivir. Dejemos que la pena de nuestros compatriotas sea rápida y brillante, como una nova. Eso servirá para que sus esfuerzos contra el enemigo adquieran más vigor. Pero, mientras tanto, trabajaremos con ella con diligencia y devoción. Si la devolvemos a la vida, su regreso será un milagro. De inmediato nos perdonarán el que hayamos retocado ligeramente la verdad].

Skade pudo contenerse antes de reír en voz alta.

¿Retocar la verdad? A mí me suena a mentira descarada. ¿Y cómo vais a aseguraros de que Clavain se adhiere a vuestra historia?

[¿Por qué piensas que Clavain puede suponer un problema, Skade?].

A su vez, ella respondió con otra cuestión:

No me digas que tampoco planeáis contárselo a él…

[Esto es la guerra, Skade. Existe un viejo aforismo respecto a la verdad y las bajas con el que no te entretendremos ahora, pero seguro que captas el concepto. Clavain es uno de los principales activos de nuestro arsenal táctico. Su modo de pensar no se parece al de ningún otro combinado y, por ese motivo, nos proporciona una ventaja continua sobre el enemigo. Sufrirá profundamente, como los demás, y le resultará doloroso. Pero después volverá a ser el de siempre, justo cuando más lo necesitamos. ¿No crees que es mejor eso que hacerle soportar un prolongado período de esperanza seguido, con toda probabilidad, de un terrible disgusto?]. La voz cambió de tono, quizá porque percibía que aún necesitaba plantear su argumento de modo convincente: [Clavain es un hombre emocional, Skade, más que el resto de nosotros. Ya era viejo cuando se unió a nosotros, más viejo en términos neurológicos que cualquier otro recluta que hayamos conseguido. Su mente sigue envuelta en viejos esquemas de pensamiento. No debemos olvidarlo. Es frágil y necesita nuestros cuidados, como una delicada flor de invernadero].

Pero mentirle sobre Galiana…

[Puede que no haya que llegar a tanto, nos estamos adelantando a los acontecimientos. Primero tenemos que examinar la nave. Es posible que, después de todo, Galiana no esté a bordo].

Skade asintió.

Eso sería lo mejor, ¿no es cierto? Entonces sabríamos que sigue ahí fuera, en alguna parte.

[Sí. Pero entonces tendríamos que aclarar el pequeño misterio de lo ocurrido con la tercera nave].

En los noventa y cinco años transcurridos desde la aparición de la plaga de fusión, los combinados habían aprendido mucho acerca del control del contagio. Al ser una de las últimas facciones humanas que conservaban una parte importante de la tecnología de la época anterior a la plaga, se tomaban la cuarentena con mucha seriedad. En tiempos de paz, la opción más fácil y segura hubiese sido examinar la nave in situ, mientras vagaba por el espacio en los límites del sistema. Pero el riesgo de que los demarquistas notaran la actividad era excesivo, así que se hacía necesario conducir las investigaciones bajo la tapadera del camuflaje. El Nido Madre ya estaba equipado para recibir naves contaminadas, así que constituía el destino perfecto.

Pero, aun así, tenían que adoptar precauciones, y eso conllevaba cierto número de operaciones en espacio abierto. En la primera fase, los servidores extrajeron los motores abriendo con láseres las vigas que los unían a cada lado del afilado casco cónico de la abrazadora lumínica. Un fallo de los motores podría destruir el Nido Madre y, aunque una cosa así era casi impensable, Skade estaba decidida a no asumir riesgos mientras siguiera sin estar claro lo que le había sucedido a la nave. Mientras tanto, ordenó que los cohetes tractores arrastraran trozos de negro hielo cometario insublimado hasta la deslizadora, que después los servidores amontonaron en el casco hasta formar una masilla de un metro de espesor. Los servidores completaron con rapidez su tarea, sin llegar siquiera a entrar en contacto directo con el casco. La nave ya era oscura, pero tras el proceso se ennegreció sobremanera.

Guando todo hubo terminado, Skade disparó garfios contra el hielo y ancló cohetes tractores alrededor del casco. Como el hielo tendría que soportar toda la tensión estructural del arrastre de la nave, Skade hubo de enganchar mil tractores para evitar que se fracturara una parte de la masilla, y así, al encenderse todos, crearon un espectáculo realmente hermoso: un millar de agujas de fría llama azul que brotaban del negro centro con forma espiral de la deslizadora. La aceleración se mantuvo a un ritmo lento, y los cálculos eran tan precisos que solo necesitó una pequeña ráfaga correctiva antes de la aproximación final al Nido Madre. Las llamaradas estaban coordinadas para coincidir con los puntos ciegos de la cobertura de los sensores demarquistas, fallas de las que estos creían que los combinados nada sabían.

Ya dentro del Nido Madre, el casco fue arrastrado hasta un muelle de acoplamiento de cinco kilómetros de anchura rodeado por una capa cerámica. La dársena se había diseñado específicamente para contener naves con la plaga y era (aunque por poco margen) lo bastante grande como para acomodar una abrazadora lumínica a la que se le hubieran extraído los motores. Los muros de cerámica tenían treinta metros de grosor y cada pieza de maquinaria del interior del muelle estaba protegida contra las variedades conocidas de la enfermedad. Una vez la nave estuvo dentro, se selló la cámara junto al equipo de examen escogido personalmente por Skade. Como el muelle solo tenía unas mínimas conexiones de datos con el resto del Nido Madre, el equipo tenía que ir muy bien preparado para enfrentarse a lo que suponía aislarse del resto del millón de combinados del nido. Ese requisito obligó a elegir operarios que no siempre eran los más estables, pero Skade no podía quejarse. Ella era la más rara de todos, una combinada que podía actuar completamente sola y adentrarse más allá de las líneas enemigas.

Cuando la nave quedó afianzada, se presurizó la cámara con argón a dos atmósferas. Mediante una delicada ablación se extrajo todo el hielo de la nave, salvo una delgada capa que se fundió sola durante un período de seis días. Un tropel de sensores rondaban como gaviotas alrededor de la nave, olisqueando el argón en busca de cualquier traza de materia de origen externo. Pero aparte de astillas de elementos del casco, no se encontró nada inusual.

Skade se tomó su tiempo y adoptó todas las precauciones posibles. No tocó la nave hasta que fue absolutamente necesario. Un gravitómetro visual con forma de aro zumbó a lo largo de la nave para sondear su estructura interna, insinuando unos confusos detalles del interior. Casi todo lo que Skade vio coincidía con lo que esperaba por los planos, pero había algunas cosas raras que no deberían estar ahí: alargadas masas negras que se retorcían como un sacacorchos y que se bifurcaban por el interior de la nave. Le recordaron a los rastros de las balas de las imágenes forenses, o a los patrones de las partículas subatómicas al atravesar las cámaras de niebla. Allí donde las masas negras alcanzaban el casco exterior, Skade siempre encontraba una de esas estructuras cúbicas medio enterradas.

Pero todavía quedaba espacio suficiente en la nave para que hubiera sobrevivido algún ser humano, aunque todas las indicaciones apuntaban a que ninguno lo había logrado. El radar de neutrinos y los escáneres de rayos gamma aclararon más la estructura, pero ni siquiera así logró discernir Skade los detalles cruciales. Reluctante, pasó a la siguiente fase de su investigación, el contacto físico. Colocó decenas de martillos neumáticos a lo largo del casco, junto a cientos de micrófonos adheridos. Los martillos comenzaron a golpetear contra el casco. Skade oyó el barullo en su traje espacial, transmitido por el argón; sonaba como un ejército de herreros que trabajaran a destajo en una fundición distante. Los micrófonos estaban atentos a los ecos metálicos de las ondas acústicas que se propagaban por la nave. Una de las más antiguas subrutinas neuronales de Skade desenredó la información contenida en los tiempos de llegada de los ecos y construyó un perfil tomográfico de la densidad de la nave.