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Galiana tenía el aspecto que Skade había soñado que tuviera, el de una radiante reina que regresa a su hogar. Hasta su cabello negro estaba intacto; congelado y frágil, por supuesto, pero exactamente igual que cuando los abandonó. Pero la maquinaria negra se había reconstruido dentro de la cabeza, incrementando las formaciones que ya estaban presentes. Los escáneres mostraron que el desplazamiento del tejido cerebral seguía siendo mínimo, pero un mayor número de implantes había sido desmantelado para dejar sitio al invasor. El parásito negro tenía el aspecto de un cangrejo que extendía sus filamentos como garras por diferentes zonas del cerebro de Galiana.

Lentamente, a lo largo de varios días, la llevaron justo por debajo de la temperatura corporal normal. Durante todo ese tiempo el equipo de Skade monitorizó al invasor, pero este no cambió en ningún momento, ni siquiera cuando los implantes que le quedaban a Galiana comenzaron a calentarse y volvieron a interactuar con su descongelado tejido cerebral.

Skade comenzó a preguntarse si todavía podrían ganar.

Resultó que casi acierta.

Oyó una voz. Era una voz humana, femenina, que carecía de ese timbre (o más bien de esa extraña y casi divina ausencia de timbre) que normalmente indicaba que se originaba dentro de su cráneo. Era una voz a la que había dado forma una laringe humana y que se trasmitía a través de unos cuantos metros de aire antes de ser descodificada por un sistema auditivo humano, acumulando por el camino toda clase de sutiles imperfecciones. Era la clase de voz que no había oído en largo tiempo.

—Hola, Galiana —dijo la voz.

¿Dónde estoy?

No hubo respuesta. Tras unos instantes, la voz añadió con amabilidad:

—Tú también tendrás que hablar, si puedes. No es necesario más que intentar dar forma a los sonidos, la draga captará la intención de enviar señales eléctricas a la laringe y hará el resto. Pero me temo que limitarse a pensar la respuesta no va a funcionar, no hay enlaces directos entre tu mente y la mía.

Las palabras parecieron tardar una eternidad en llegar. El lenguaje hablado resultaba terriblemente lento y lineal después de siglos de conexión neuronal, aunque la sintaxis y la gramática le resultasen familiares.

Hizo el esfuerzo de hablar y escuchó su propia voz amplificada que resonaba al decir…

—¿Por qué?

—Ya llegaremos a eso.

—¿Dónde estoy? ¿Quién eres?

—Estás sana y salva. Estás en casa, de vuelta en el Nido Madre. Recuperamos tu nave y te hemos revivido. Me llamo Skade.

Galiana solo era consciente de unas tenues formas que se cernían a su alrededor, pero de pronto la sala se hizo más brillante. Yacía de espaldas, inclinada cierto ángulo respecto a la horizontal. Se encontraba dentro de una caja muy parecida a una unidad de sueño frigorífico, pero sin tapa, de modo que estaba expuesta al aire. Detectó algunas cosas con la visión periférica, pero no podía mover ninguna parte de su cuerpo, ni siquiera los ojos. Una silueta borrosa se plantó delante de ella, inclinada sobra las fauces abiertas de la arqueta.

—¿Skade? No te recuerdo.

—No podrías —replicó la desconocida—. No me uní a los combinados hasta después de tu partida.

Había preguntas, miles de preguntas que precisaban respuesta. Pero no podía hacerlas todas a la vez, sobre todo no con ese torpe y anticuado sistema de comunicación. Por lo tanto, tenía que empezar por algún sitio.

—¿Cuánto tiempo he estado fuera?

—Ciento noventa años, casi exactos. Partiste en…

—2415 —dijo Galiana con presteza.

—Sí. Y la fecha actual es 2605.

Había tanto que Galiana no recordaba con exactitud… Y tantas otras cosas de las que prefería no acordarse. Pero lo esencial estaba bastante claro. Había encabezado un trío de naves que partió del Nido Madre en dirección al espacio profundo. Su intención era investigar más allá de la frontera bien cartografiada del sector humano, explorar mundos que nunca hubieran sido visitados, en busca de vida alienígena compleja. Cuando los rumores de guerra alcanzaron a las tres naves, una de ellas regresó a casa. Pero las otras dos habían proseguido, serpenteando a través de muchos otros sistemas solares.

Por más que lo intentaba, no acababa de recordar lo que había sucedido con la otra nave que había proseguido la búsqueda. Solo experimentaba una sorprendente sensación de pérdida, un aullante vació dentro de su cabeza, que debería estar llena de voces.

—¿Y mi tripulación?

—Ya llegaremos a eso —volvió a decir Skade.

—¿Y Clavain y Felka? ¿Lograron regresar, después de todo? Nos despedimos de ellos en el espacio profundo, y se supone que debían retornar al Nido Madre.

Hubo una terrible, terrorífica pausa antes de que Skade contestara.

—Lograron regresar.

Galiana habría suspirado de serle posible. La sensación de alivio la sobresaltó; no se había dado cuenta de lo tensa que estaba hasta que supo que sus seres queridos estaban a salvo.

En los instantes de serena felicidad que vinieron a continuación, Galiana estudió a Skade más de cerca. En ciertos aspectos parecía exactamente igual que una combinada de la época de la propia Galiana. Llevaba puesto un sencillo conjunto de pantalones negros, parecidos a un pijama, y una chaqueta negra holgada, hecha con algo parecido a la seda y desprovista de toda ornamentación o signo de filiación. Era sobriamente delgada y pálida, hasta tal punto que parecía al borde de la anorexia. Su tono facial era céreo y suave; no carecía de atractivo, pero le faltaban las líneas y arrugas de las expresiones habituales. Y no tenía pelo ni en el cuero cabelludo ni el rostro, lo cual le daba el aspecto de una muñeca sin terminar. Hasta ese punto, al menos, resultaba indistinguible de otros miles de combinados. Sin un enlace mente a mente, y desprovistos de la habitual nube de proyecciones fantasmales que les proporcionaban su individualidad, podía ser difícil diferenciarlos.

Pero Galiana nunca había visto a una combinada que se pareciera a Skade. Tenía una cresta, una estrecha estructura rígida que brotaba de su ceja, unos centímetros por encima de la nariz, y que después se curvaba a lo largo de la línea central de su cuero cabelludo. La estrecha superficie superior de la cresta era dura y huesuda, pero los laterales estaban recorridos de estrías verticales hermosamente delicadas. Brillaban con diagramas de difracción de colores azul eléctrico y naranja chispeante, una cascada de sombras de arco iris que variaban al menor movimiento de la cabeza. Pero no era solo un efecto óptico: Galiana vio oleadas diluidas de diferentes colores que fluían por la cresta incluso cuando no había cambios de ángulo.

Preguntó:

—¿Siempre has sido así, Skade?

Skade se tocó la cresta con suavidad.

—No. Esto es una mejora de los combinados, Galiana. Las cosas han cambiado desde que nos dejaste. Los mejores de nosotros pensamos más rápido de lo que puedas creer posible.

—¿Los mejores?

—No pretendía plantearlo de ese modo. Sucede solo que algunos hemos alcanzado las limitaciones del diseño corporal humano básico. Los implantes de nuestra cabeza nos permiten pensar diez o quince veces más rápido de lo normal, todo el tiempo, pero al coste de unos requisitos de disipación térmica superiores. Mi sangre es impulsada por la cresta y después pasa a la red de venillas, donde expulsa el calor. Los conductos están optimizados para tener la mayor superficie y ondean para hacer circular las corrientes de aire. El efecto es visualmente agradable, o eso dicen, pero se trata de algo puramente accidental. De hecho, aprendimos el truco de los dinosaurios. No eran tan estúpidos como se podría pensar. —Skade volvió a acariciarse la cresta—. No es algo que deba alarmarte, Galiana. No todo ha cambiado.

—Oímos que se había desatado una guerra —dijo Galiana—. Estábamos a quince años luz cuando captamos los informes. Primero fue lo de la plaga, desde luego…, y después la guerra. Pero los informes no tenían ningún sentido. Decían que íbamos a combatir contra los demarquistas, nuestros antiguos aliados.