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Guardó la carta en el sobre y lo dejó en la mesa.

—Más tarde, cuando esté solo...

—No —grité impulsivamente—. Léala ahora.

Ackroyd me miró con sorpresa.

—Dispénseme —dije, enrojeciendo—. No quise decir que la leyera en voz alta, pero léala mientras estoy aquí.

Ackroyd meneó la cabeza.

—Prefiero esperar.

Algún motivo oculto me obligó a insistir.

—Cuando menos, lea el nombre del culpable.

Pero Ackroyd es tozudo. Cuanto más se le insiste para que haga una cosa, menos dispuesto está a dejarse convencer. Todos mis argumentos fueron en vano.

Habían entrado el correo a las nueve menos veinte. A las nueve menos diez, le dejé con la carta por leer. Vacilé con la mano en el picaporte, mirando hacia atrás y preguntándome si olvidaba algo. No recordé nada. Meneando la cabeza, salí y cerré la puerta.

Me sobresalté al ver a Parker a mi lado. Parecía cohibido y se me ocurrió que tal vez había estado escuchando detrás de la puerta. Aquel hombre tenía un rostro ancho y grasiento, en el cual brillaban unos ojillos de mirada viva.

—Mr. Ackroyd desea que no se le moleste —-dije fríamente—. Me ha encargado que se lo dijera.

—Muy bien, señor. Creí haber oído el timbre. ;

Era una mentira tan burda, que no me tomé la molestia de contestarle. En el vestíbulo, Parker me ayudó a ponerme el abrigo y salí a la calle. La luna se había escondido. La oscuridad era total y reinaba el más profundo silencio.

En el reloj del campanario de la iglesia daban las nueve cuando traspasé la verja de la mansión. Me encaminé a la izquierda, hacia el pueblo, y casi tropiezo con un individuo que se acercaba en la dirección opuesta.

— ¿Es éste el camino de Fernly Park, caballero? —preguntó el desconocido con voz ronca.

Le miré. Llevaba un sombrero caído sobre los ojos y el cuello de la americana vuelto hacia arriba. No veía sus facciones, pero parecía ser joven. Su voz era áspera y vulgar.

—Aquí está la entrada —dije.

—Gracias, señor. —Vaciló y después, sin venir a cuento, añadió—: Soy forastero, ¿sabe usted?

Se alejó y le vi cruzar la verja cuando le seguí con la mirada.

Lo más curioso fue que su voz me recordó a la de alguien conocido, pero sin que pudiera precisar quién. Diez minutos después llegaba a casa. Caroline estaba muerta de curiosidad por saber el motivo de mi regreso anticipado. Inventé un relato apropiado de los acontecimientos de la velada con el fin de satisfacer su curiosidad, pero tuve la desagradable impresión de que se daba cuenta del engaño.

A las diez me levanté, bostecé y hablé de irme a la cama. Caroline declaró que haría otro tanto.

Era viernes por la noche y los viernes doy cuerda a los relojes de la casa. Lo hice como de costumbre mientras Caroline se cercioraba de que las criadas habían cerrado las puertas.

Eran las diez y cuarto cuando subimos la escalera. Ya casi estaba en el piso superior cuando el teléfono sonó abajo en el vestíbulo.

—Mrs. Bates —dijo Caroline.

—Lo suponía —contesté desconsolado.

Corrí escaleras abajo y atendí la llamada.

— ¿Qué? ¡Qué! Desde luego. Voy enseguida.

Subí corriendo a mi cuarto, recogí mi maletín y puse unos cuantos vendajes suplementarios en el interior.

—Parker ha telefoneado —le grité a Caroline—. Desde Fernly Park. Acaban de encontrar asesinado a Roger Ackroyd.

Capítulo V

Crimen

Saqué mi coche en un segundo y me dirigí a Fernly Park. Bajé de un salto y toqué el timbre impaciente. Tardaban en abrirme, volví a llamar.

Oí entonces el ruido de la cadena y Parker, impasible como siempre, apareció en el umbral.

Le aparté y penetré en el vestíbulo.

— ¿Dónde está? —pregunté secamente.

—Dispense, señor.

—Su amo, Mr. Ackroyd. No se quede mirándome de ese modo, hombre. ¿Ha avisado a la policía?

—¿La policía, señor? ¿Ha dicho la policía? —Parker me miraba como si viera un aparecido.

— ¿Qué le pasa, Parker? Si, como dice usted, su amo ha sido asesinado...

Parker lanzó una exclamación ahogada.

— ¿El amo? ¿Asesinado? ¡Imposible!

— ¿No me ha telefoneado usted, hace cinco minutos, para decirme que habían encontrado asesinado a mister Ackroyd?

— ¿Yo, señor? ¡De ninguna manera! ¡Jamás se me ocurriría hacer algo así!

— ¿Quiere usted decir que se trata de una broma de mal gusto? ¿Que no le ha sucedido nada a Mr. Ackroyd?

—Dispense usted, señor. ¿Ha dado mi nombre la persona que ha telefoneado?

—Voy a repetirle sus palabras textualmente: « ¿El doctor Sheppard? Soy Parker, el mayordomo de Fernly Park. ¿Quiere usted venir inmediatamente, señor? Mr. Ackroyd ha sido asesinado.»

Parker y yo nos miramos, atónitos.

— ¡Es una broma de muy mal gusto, señor! —opinó el mayordomo con voz indignada—. ¡Decir semejante cosa!

— ¿Dónde está Mr. Ackroyd?

—Creo que sigue en el despacho, señor. Las señoras se han ido a dormir y el comandante Blunt y Mr. Raymond están en la sala del billar.

—Voy a verle un momento. Sé que no quería que se le molestara, pero esta extraña broma me tiene intranquilo. Quiero comprobar personalmente que está bien.

—Sí, señor. Yo también me siento inquieto. Si no tiene usted inconveniente en que le acompañe hasta la puerta, señor...

—Claro que no. Venga conmigo.

Salí por la puerta de la derecha y, con Parker pisándome los talones, crucé el vestíbulo pequeño, donde una corta escalera lleva al dormitorio de Ackroyd, y llamé a la puerta del despacho.

Al no obtener respuesta, di la vuelta al picaporte, pero la puerta estaba cerrada.

—Permítame, señor —dijo Parker.

Con una agilidad insospechada en un hombre de su corpulencia, se dejó caer de rodillas y acercó el ojo a la cerradura.

—La llave está puesta por dentro, señor —dijo, levantándose—. Mr. Ackroyd debió de encerrarse y es posible que se haya dormido.

Me incliné y comprobé la exactitud de la aserción de Parker.

—Está bien. Pero, de todos modos, voy a despertar a su amo. No me iré tranquilo a casa hasta saber de sus labios que está sin novedad. —Moví el picaporte al tiempo que llamaba: — ¡Ackroyd! ¡Ackroyd! ¡Abra un momento nada más!

Tampoco entonces obtuve respuesta. Miré por encima del hombro.

—No quisiera sembrar la alarma en la casa —le dije a Parker, vacilando.

El mayordomo fue a cerrar la puerta del vestíbulo principal.

—Así no oirán nada, señor. La sala del billar se encuentra al otro lado de la casa, al igual que las dependencias y los dormitorios de las señoras.

Hice una señal de asentimiento y volví a dar golpes en la puerta, gritando todo lo que pude por el ojo de la cerradura:

— ¡Ackroyd! Soy Sheppard. Déjeme entrar.

Nada, el silencio más absoluto. No se oía la menor señal de vida al otro lado de la puerta cerrada. Cambié una mirada con Parker.

—Mire usted, Parker. Voy a echar la puerta abajo o, mejor dicho, vamos a echarla. Yo asumo la responsabilidad.

—Como usted quiera, señor —dijo el mayordomo algo indeciso.

—Es preciso. Estoy sumamente inquieto respecto a Mr. Ackroyd.

Miré en derredor y cogí una pesada silla de roble que se había en el vestíbulo. Parker la cogió también por uno de sus extremos y avanzamos ambos al asalto. Una, dos y hasta tres veces golpeamos la cerradura con todas nuestras fuerzas. Cedió al tercer embate y entramos tambaleándonos en la habitación.

Ackroyd estaba sentado tal como lo había dejado en su sillón, colocado delante del fuego. Tenía la cabeza caída a un lado y, saliendo del cuello de su chaqueta, se veía un objeto de metal brillante y retorcido.