»Por otra parte: no satisfecho con este desafío a todas las leyes establecidas, confieso que en mis sueños persuadí a la mujer extranjera para que se viniera conmigo. La arranqué de su familia y la llevé a un país cuyos habitantes no observan los mismos gustos y escrúpulos que los seres civilizados. Allí la abandoné.
»¿Pudo ser, quizás, que los sueños me asaltaran por mi falta de ocupación? Me encontraba totalmente desorientado. Hasta traté de seguir el tratamiento de un psiquiatra, pero no lo continué por mucho tiempo. Por fortuna, cuando me encontraba al borde de la desesperación, un anciano millonario me tomó bajo su protección y me dio dinero suficiente para que diera la vuelta al mundo.
»Pero ni siquiera entonces mis sueños me dejaron libre sino que, por el contrario, siguieron ofreciéndome dudosas alternativas morales, ahora bajo la forma de enseñanzas de un profesor de religiones antiguas. En mis sueños, este sabio intentaba convencerme de que los códigos de la moral establecida eran meras inhibiciones y que yo pertenecía a un círculo secreto compuesto por los elegidos y los emancipados. Influido por las extrañas enseñanzas de mis sueños, me imaginé formando parte del cortejo de un pérfido noble que cometía inenarrables crímenes de los que resultaba absuelto y por los que llegaba a ser admirado.
»Los sueños posteriores me indujeron a seducir a la hija de la mujer extranjera de mis primeros sueños, siempre a través de un gran esfuerzo de control sobre mí mismo. Como diversión para mis atormentados pensamientos, estudié piano, disciplina en la que resulté un alumno aventajado. Pero también tuve que abandonarlo; este aprendizaje musical sólo proporcionaba mayores estímulos a mi deseo de autoexpresión ilimitada e irresponsable. Así, cuando uno de mis compañeros enfermó y fue perseguido por nuestra maestra, rehusé ayudarle.
«Soñé entonces que asesinaba a la mujer extranjera, pero, como a menudo suele ocurrir en los sueños, mi acción resultó totalmente infructuosa. Ella me persiguió durante toda una larga serie de horribles pesadillas eróticas.
»Poco después, mis sueños tomaron una senda más constructiva. Soñé que había construido una casa para alojar a la mujer extranjera, de quien tan criminalmente había abusado. Esto me brindó una clave, y decidí seguir los buenos propósitos de mis sueños, aun cuando inconscientemente reflejaba sus actos malos. Aunque ya había sobrepasado la edad en que uno puede ser o parecer estudiante, frecuenté nuevamente la universidad, matriculándome en la facultad de arquitectura. Pensé haber cambiado los pensamientos que estaban causándome este problema con mi propia conciencia y con las autoridades, pero poco después de empezar a llevar a la práctica mis buenos propósitos, fui llamado a declarar ante un tribunal y apenas pude escapar a ser sentenciado a muerte.
«Después de esta dolorosa experiencia, regresé a mi ciudad natal, donde mi padre me aconsejó que me casara. Por desgracia desoí su consejo. Quizás haya sido éste mi mayor error, pues mis sueños, como burlándose de mí, me presentaban muchas imágenes de un matrimonio feliz con una joven de buena familia y mente tranquila. Si me hubiera casado con aquella persona, seguramente hubiera encontrado la felicidad, y mi vida hubiera sido mucho más útil.
»He empleado, sin embargo, mi predisposición a servir a la sociedad en varias ocupaciones, que incluyen el trabajo administrativo en una penitenciaría y un breve servicio militar durante la segunda guerra mundial, como especialista artillero no combatiente.
»Por consiguiente, juzgué mi posterior envío a la cárcel como un acto de excesiva severidad y presioné sobre las autoridades para que reconsideraran su veredicto. No soy totalmente responsable por la vida de mis sueños. Mis sueños se abatieron sobre mí y todos pueden observar que los egocéntricos actos que cometí en mis sueños no concordaban con el carácter complaciente y sumiso de mi vida consciente.
»Las condiciones en que vivo en esta institución, la oscuridad de la celda, el hecho de que mi cama sea dura como piedra, que mi único ejercicio tenga lugar en el parque donde los niños y sus niñeras se mofan de mí al verme encadenado al guardia, me parecen decididamente excesivas. El guardián le informará de que obedezco todas sus órdenes, incluso cuando no las entiendo.
»En el supuesto que pueda concederme un perdón, o que al menos me dé esperanzas de lograrlo, me aventuro a afirmar que no volveré a soñar.
«Atentamente, etc.»
Debo decir, ante todo, que esta dolorosa carta me parece una prueba incuestionable de un período de depresión durante el que mis sueños se transformaron en mi vida real y mi vida real en mis sueños. El lector sabe que no suscribo en la actualidad la versión de mi vida que se presenta en esta carta. Pero cualquiera que sea la verdadera versión de mis experiencias, parecería que esta carta de súplica me valió cierta paz. O, en el caso de que la carta sea el relato verídico, me valió el perdón de mi condena. Pues ahora no sueño.
Los antiguos filósofos estaban en lo cierto, alabando las ventajas de la edad. Se tiene menos motivo para sufrir y mayor ocasión para pensar. Para algunos esta paz resulta del silencio de la necesidad sexual. Para mí, la paz ha venido a través del silencio de los involuntarios impulsos de mis sueños. La dolorosa diferencia entre mis sueños y mi vida consciente no ha sido resuelta, pues puedo todavía recordar esta diferencia y atestiguarla. Pero la edad la ha calmado y suavizado. Sin un largo futuro ante mí, puedo mirar hacia atrás. Y ahora mi pasado, en su totalidad, sueños y vida consciente, se me presentan como una fantasía.
La cuestión de mi cordura no puede ser despreciada fácilmente. Pero tras largas meditaciones acerca de este problema, sostengo que mi mente no estaba enferma.
Puede ser llamado excentricidad, si así les parece. Los actos del excéntrico y del loco pueden ser los mismos. Pero el excéntrico ha hecho una elección, mientras que el loco no; por el contrario, se encuentra abandonado a sus elecciones, sumergido en ellas.
Sostengo que elegí una opción, aunque admito su anormalidad. Opté por mí mismo. Y como consecuencia de mi absorción en mí mismo, y de la relativa indiferencia hacia los demás, mi oído interno se hizo tan agudo como para atender a mi propio mandato, que todavía me aislaba más de mis semejantes. Este mandato fue, tal como lo entiendo, vivir al máximo la intimidad. Al obedecer a este mandato me sentía, por supuesto, ayudado por un temperamento ya predispuesto a la soledad. Bien puedo haber parecido loco a quienes me juzgaron por patrones menos interiores. ¿Acaso podía comportarme de otro modo? El ser interior que fue expuesto en mis sueños, sólo podía balbucear y tambalearse. Las experiencias públicas tienen nombres, pero el soñador dedicado a su oficio carece de nombres para lo que conoce; si actúa bajo el innombrado conocimiento del sueño, no parece estar actuando, sino hundiéndose en sus propios actos, ahogándose en ellos.
Puede ser llamado perturbación. La locura y la perturbación son dos nombres, dos juicios, para una misma cosa. Curamos al loco. Serenamos al perturbado. Yo estoy más sereno, ahora.
Más que sereno, debería decir satisfecho. Ya que la verdadera prueba de la satisfacción es el silencio, así como el significado de la satisfacción no es estar lleno, sino vaciarse. Los sueños ocupaban toda mi mente. Yo los saqué. Para conseguirlo, fue necesario que diera paso a mis sueños. Y cuando habían actuado ya sobre mí, me dejaron encallado en las arenas de mi vejez.