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– Quieres que confíe en ti.

– Sí.

– ¿Por qué debería hacerlo?

Lo pensé un momento.

– Me mentiste cuando nos conocimos -dijo.

– ¿Sobre qué?

– Dijiste que sólo estabas investigando su asesinato. Como un detective o algo así. Pero no era cierto, ¿verdad?

No dije nada.

– Manolo no confiaba en ti -siguió ella-. Leí esos artículos. Sé que sucedió algo en ese bosque hace veinte años. Él creía que tú habías mentido.

Seguí sin decir nada.

– Y ahora esperas que yo te lo cuente todo. ¿Por qué iba a hacerlo? Si estuvieras en mi lugar, ¿dirías todo lo que sabes?

Me tomé un momento para aclarar mis pensamientos. En parte tenía razón.

– Así que viste los artículos.

– Sí.

– Por lo tanto sabes que yo estuve en el campamento ese verano.

– Sí.

– Y también sabes que mi hermana desapareció esa noche.

Asintió con la cabeza.

– Por eso estoy aquí -dije mirándola fijamente.

– ¿Estás aquí para vengar a tu hermana?

– No, estoy aquí para encontrarla -respondí.

– Pero yo creía que había muerto. Que Wayne Steubens la había matado.

– Eso es lo que yo pensaba también.

Raya volvió la cabeza un momento. Después me miró directamente a los ojos.

– ¿Sobre qué mentiste entonces?

– Sobre nada.

Aquellos ojos otra vez.

– Puedes confiar en mí -dijo.

– Es lo que hago.

Esperó. Yo también esperé.

– ¿Quién es Lucy?

– Es una chica que estaba en el campamento.

– ¿Qué más? ¿Qué relación tiene ella con esto?

– Su padre era el dueño del campamento -dije, y añadí-: También era mi novia en aquella época.

– ¿Y en qué mentisteis vosotros dos?

– No mentimos.

– ¿A qué se refería Manolo, pues?

– No tengo ni la más remota idea. Eso es lo que intento descubrir.

– No lo entiendo. ¿Por qué estás tan seguro de que tu hermana está viva?

– No estoy seguro -dije-. Pero creo que existe una posibilidad digna de tenerse en cuenta.

– ¿Por qué?

– Por Manolo.

– ¿Qué pasa con él?

La miré a la cara y me pregunté si estaría jugando conmigo.

– Antes, cuando he mencionado el nombre de Gil Pérez, te has cerrado en banda -dije.

– Su nombre salía en esos artículos. También le mataron aquella noche.

– No -respondí.

– No lo entiendo.

– ¿Sabes por qué Manolo estaba investigando lo que sucedió.aquella noche?

– No me lo dijo.

– ¿No sentías curiosidad?

Se encogió de hombros.

– Me dijo que era un asunto de trabajo.

– Raya -dijo-. Manolo Santiago no era su nombre auténtico.

Dudé, por si me interrumpía y me daba alguna información. No lo hizo.

– Su nombre auténtico era Gil Pérez -seguí.

Tardó un segundo en digerirlo.

– ¿El chico del bosque?

– Sí.

– ¿Estás seguro?

Buena pregunta.

– Sí -respondí sin vacilar, a pesar de todo.

Lo pensó un momento.

– Y lo que me estás diciendo ahora, en caso de que sea verdad, es que ha estado vivo todo este tiempo.

Asentí.

– Y si estaba vivo… -Raya Singh calló.

Yo acabé la frase por ella.

– Mi hermana también podría estarlo.

– O quizá Gil, o cómo le llames tú, los mató a todos -dijo.

Es raro, pero no había pensado en esto. Tenía cierta lógica. Gil los mata a todos, deja pruebas de que él también es una víctima. Pero ¿era Gil suficientemente listo para montar algo así? ¿Y qué pintaba entonces Wayne Steubens?

A menos que Wayne dijera la verdad…

– Si eso es cierto, lo descubriré -dije.

Raya frunció el ceño.

– Manolo decía que tú y Lucy habíais mentido. Si él les mató, ¿para qué iba a decir una cosa así? ¿Para qué tendría todos esos papeles e investigaría lo sucedido? Si lo había hecho él, ya tendría la respuesta, ¿no?

Cruzó la habitación y se situó directamente frente a mí. Tan joven y tan hermosa. Tenía ganas de besarla.

– ¿Qué no me estás diciendo? -preguntó.

Sonó mi móvil y miré el identificador. Loren Muse. Apreté la tecla de contestar:

– ¿Qué pasa?

– Tenemos un problema -dijo Muse.

Cerré los ojos y esperé.

– Es Chamique. Quiere retractarse.

Mi oficina está en el centro de Newark. No paro de oír que hay en marcha un plan de revitalización para la ciudad. Yo no lo veo. La ciudad está en decadencia desde que yo puedo recordar. Pero he llegado a conocerla bien. La historia sigue allí, bajo la superficie. La gente es estupenda. Como sociedad tenemos tendencia a estereotipar a las ciudades del mismo modo que lo hacemos con los grupos étnicos o las minorías. Es fácil odiarlos a distancia. Recuerdo a los conservadores padres de Jane y su desprecio por todo lo relacionado con los gays. Sin que ellos lo supieran, Helen, la compañera de cuarto de Jane en la universidad, era gay. Cuando conocieron a Helen, tanto la madre como el padre quedaron encantados con ella. Cuando supieron que era lesbiana, les siguió gustando. Y después les gustó su pareja.

Así era como solía ser. Era fácil odiar a los gays, a los negros, a los judíos o a los árabes. Era más difícil odiar a las personas.

Newark era así. La podías odiar en conjunto, pero había tantos barrios, tantos tenderos y tantos ciudadanos encantadores y fuertes, que no podías evitar sentirte atraído y querer cuidarla y mejorarla.

Chamique me esperaba en el despacho. Era tan joven, pero llevaba la dureza de la vida escrita en la cara. La vida no había sido amable con esa chica. Probablemente no sería más fácil en el futuro. Su abogado, Horace Foley, llevaba demasiada colonia y tenía los ojos demasiado separados. Soy abogado y por lo tanto no me gustan los prejuicios que existen contra mi profesión, pero estaba bastante seguro de que si pasaba una ambulancia, ese tipo saltaría por mi ventana en el tercer piso para atraparla.

– Queremos que retire los cargos contra el señor Jenrette y el señor Marantz -dijo Foley.

– No puedo hacerlo -dije. Miré a Chamique. No tenía la cabeza baja, pero tampoco estaba buscando el contacto visual con mucho ahínco-. ¿Mentiste ayer en el estrado? -pregunté.

– Mi cliente nunca mentiría -respondió Foley.

No le hice caso y miré a Chamique a los ojos.

– No conseguirá que les condenen -dijo.

– Eso no lo sabes.

– ¿Habla en serio?

– Sí.

Chamique me sonrió, como si yo fuera el ser más ingenuo que Dios hubiera creado.

– No lo entiende, ¿verdad?

– Sí, lo entiendo. Te ofrecen dinero a cambio de retractarte. La cifra ha alcanzado el nivel suficiente para que tu abogado, aquí presente, el señor «Para qué ducharse si se tiene colonia», crea que vale la pena hacerlo.

– ¿Cómo me ha llamado?

Me volví hacia Muse.

– Abre la ventana, por favor.

– A tus órdenes, Cope.

– ¡Eh! ¿Cómo me ha llamado?

– La ventana está abierta. Puede tirarse si le apetece. -Volví a mirar a Chamique-. Si te retractas ahora, significa que tu testimonio de hoy y de ayer era mentira. Significa que cometiste perjurio. Significa que hiciste que esta oficina gastara millones de dólares de impuestos con tu mentira, tu perjurio. Eso es un delito. Irás a la cárcel.