—Exacto.
—¿A qué supones que se debe que nunca adquiriesen la capacidad de contar?
—Nuestros cerebros sólo tienen las habilidades que la evolución les dio. Para los antepasados de tu especie y la mía, había ventajas reales en saber cómo determinar cantidades superiores a cinco o seis: si hay siete miembros furiosos de tu especie bloqueándote el camino a la izquierda, y ocho a la derecha, tus posibilidades, aunque pequeñas, son sin embargo mejores yendo a la izquierda. Si hay diez miembros de tu tribu, incluyéndote a ti mismo, y tu trabajo consiste en recoger fruta para cenar, será mejor que vuelvas con diez o te ganarás un enemigo. Es más, recoger sólo nueve probablemente signifique que tú tendrás que renunciar a tu fruta para aplacar a los otros, con el resultado de haber invertido esfuerzo sin ninguna ganancia personal.
»Pero los wreeds nunca forman grupos permanentes de más de unos veinte individuos… una cantidad que pueden percibir como un géstalt. Y si hay cuarenta y nueve enemigos a la izquierda y cincuenta a la derecha, la diferencia no tiene demasiada importancia; estás perdido igualmente. —Hizo una pausa—. Es más, empleando una metáfora humana, podrías decir que la naturaleza entregó a los wreeds una mala mano… o, en realidad, cuatro malas manos. Tú tienes diez dedos, que es un buen número: se presta con facilidad a la matemática, ya que es un número par que se puede dividir en mitades, quintos y décimos; también es la suma de los primeros números enteros: uno más dos más tres más cuatro igual a diez. A nosotros los forhilnores también nos salió bien. Contamos golpeando los pies, y tenemos seis: también un número entero, y uno que sugiere mitades, tercios y sextos. Y es la suma de los tres primeros enteros: uno más dos más tres es igual a seis. Una vez más, un cimiento mental para la matemática.
»Pero los wreeds tienen veintitrés dedos, y veintitrés es un número primo. Y no es la suma de ninguna secuencia continua de números primos. Veintiuno y veintiocho son las sumas de los primeros seis y los primeros siete enteros respectivamente; veintitrés no tiene tal característica. Con la disposición de dedos que tienen, simplemente jamás desarrollaron la habilidad de contar o el tipo de matemática que nosotros ejecutamos.
—Fascinante —dije.
—Ciertamente lo es —dijo Hollus—. Más: debes haber notado el ojo de T'kna.
Eso me sorprendió.
—En realidad no. No parecía tener ojos.
—Tiene exactamente uno: la banda húmeda y negra alrededor de la parte superior de su torso. Es un ojo largo que percibe un círculo completo de 360 grados. Una estructura fascinante: la retina wreed está cubierta de láminas fotorreceptivas que se alternan con rapidez siguiendo una secuencia asombrosa entre opacidad y transparencia. Esas láminas están superpuestas hasta una profundidad de más de un centímetro, lo que ofrece imágenes claras simultáneamente en todas las distancias focales.
—Los ojos han aparecido docenas de veces en la historia de la Tierra —dije—. Los insectos, cefalópodos, ostras, vertebrados y muchos otros desarrollaron ojos de forma independiente. Pero nunca había oído algo parecido a esa disposición.
—Ni nosotros tampoco hasta encontrarnos con los wreeds —dijo Hollus—. Pero la estructura de su ojo también influye en su forma de pensar. Centrándonos en la matemática durante un momento, piensa en el modelo básico de todos los ordenadores digitales, ya estén fabricados por humanos o por forhilnores; es el modelo que vosotros llamáis, según un documental que vi en la cadena pública, máquina de Turing.
La máquina de Turing no es más que una cinta de papel infinitamente larga dividida en celdas, junto con la cabeza escritora/ borradora que puede moverse de izquierda a derecha o permanecer inmóvil, y que puede escribir un símbolo en una celda o borrar el símbolo que estaba al í. Programando movimientos y acciones de la cabeza escritora/borradora, puede resolverse cualquier problema computable. Le indiqué a Hollus que continuase.
—El ojo wreed ve un panorama completo y circular, y no requiere enfoque: todos los objetos se ven en todo momento con igual claridad. Los humanos y los forhilnores empleamos las palabras «concentrar» y «enfocar» para describir tanto fijar la atención y el acto de pensar; te concentras en una tarea, enfocas un problema. Los wreeds no hacen ninguna de las dos cosas, perciben el mundo de forma holista, porque son fisiológicamente incapaces de enfocar una cosa. Oh, pueden establecer prioridades de forma intuitiva: los depredadores cercanos son más importantes que una hoja de hierba lejana. Pero la máquina de Turing se fundamenta en una forma de pensar que a el os les resulta extraña; la cabeza impresora es donde se concentra toda la atención; es el foco de la operación. Los wreeds nunca desarrollaron ordenadores digitales. Sin embargo, sí tienen ordenadores analógicos y les gusta modelar fenómenos empíricamente, así como comprender los factores que los producen. Pero no pueden ofrecer un modelo matemático. Para expresarlo de otra forma, pueden predecir sin explicar; su lógica es intuitiva, no deductiva.
—Asombroso —dije—. Yo me inclinaba por pensar que la matemática sería lo único que compartiríamos con otras formas de vida inteligentes.
—Ésa era también nuestra suposición. Y, evidentemente, los wreeds sufren algunas desventajas por su falta de matemática. La radio les elude; lo que explica por qué a pesar de que el proyecto SETI haya estado escuchando a Delta Pavonis, no se les detectase. Mi pueblo se sorprendió hasta el extremo al encontrar una civilización tecnológica cuando nuestra nave estelar l egó allí.
—Bien, quizá los wreeds realmente no sean inteligentes —expuse.
—Lo son. Levantan ciudades hermosas a partir de la arcilla que cubre la mayor parte de su mundo. Para ellos, la planificación urbana es una forma artística; perciben la metrópoli completa como una entidad cohesiva. De hecho, de muchas formas, son más inteligentes que nosotros. Bien, quizá se trate de una exageración; digamos que son inteligentes de forma diferente. Lo más cerca que hemos llegado para establecer un área común es en el uso de la estética para evaluar las teorías científicas. Tanto tú como yo estamos de acuerdo en que la teoría más hermosa probablemente sea la correcta; buscamos la elegancia en el funcionamiento de la naturaleza. Los wreeds comparten esa idea, pero para ellos es mucho más innato comprender lo que constituye la belleza; les permite discernir qué teoría de varias es la correcta sin demostrarlas matemáticamente. Su sentido de la belleza también parece estar relacionado con el hecho de que sean buenos en materias que a nosotros nos dejan perplejos.
—¿Como cuáles?
—Como la ética y la moral. En la sociedad wreed no hay crimen, y parecen capaces de resolver con facilidad los dilemas morales más complejos.
—¿Por ejemplo? ¿Qué ideas tienen sobre asuntos morales?
—Bien —dijo Hollus—, una es que no es preciso defender el honor.
—Muchos humanos estarían en desacuerdo.
—Sospecho que ninguno que esté en paz consigo mismo.
Pensé en ello, luego me encogí de hombros. Quizá tuviese razón.
—¿Qué más?
—Dímelo tú. Preséntame un ejemplo de un dilema moral, e intentaré mostrarte cómo lo resolvería un wreed.
Me rasqué la cabeza.
—Vale… vale, ¿qué hay de éste? Mi hermano Bill se ha casado hace poco por segunda vez. Bien, creo que su nueva esposa, Marilyn, es encantadora…
—Los wreeds dirían que no deberías intentar aparearte con la esposa de tu hermano.
Reí.
—Oh, eso lo sé. Pero ése no es el problema. Creo que Marilyn es encantadora, pero, bien, es bastante curvilínea… incluso, regordeta y mona. Y no hace ejercicio. Bien, Bill le insiste continuamente para que vaya al gimnasio. Mientras tanto, Marilyn quiere que deje de insistir, diciendo que él debería aceptarla tal y como es. Y Bill dice: «Bien, ya sabes, si yo debo aceptar que tú no hagas ejercicio, entonces tú deberías aceptar que yo quiera cambiarte… ya que querer cambiar a la gente es una parte importante de mi carácter.» ¿Comprendes? Y, por supuesto, Bill afirma que sus comentarios son desinteresados, motivados por una preocupación sincera por la salud de Marilyn. —Me detuve. El asunto me da dolor de cabeza cada vez que lo pienso; siempre acabo con ganas de decir: «Norman, concéntrate!» Miré a Hollus—. Bien, ¿quién tiene razón?