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—Hollus, me gustaría presentarte a mi esposa, Susan Jericho.

—«Ho» «la» —dijo el forhilnor.

Susan se mantuvo en silencio durante unos segundos, atónita. Luego dijo:

—Hola.

—Gracias por permitirme visitar su casa —dijo Hollus.

Susan sonrió, me miró fijamente.

—Si me hubiesen avisado con más tiempo, podría haber recogido un poco.

—Es encantador tal y como está —dijo Hollus. Los pedúnculos se movieron, repasando toda la estancia—. Es evidente que se ha tenido mucho cuidado en elegir cada elemento de mobiliario para que se complementen entre sí. —Por lo general, Susan no soportaba a las arañas, pero estaba claro que ese tipo enorme le resultaba encantador.

Bajo la brillante luz noté diminutos tachones, como pequeños diamantes, situados en la piel que rodeaba cada una de las dos articulaciones de sus miembros, y las tres articulaciones de sus dedos. Y toda una fila le recorría cada uno de los pedúnculos.

—¿Son joyas? —dije—. Si hubiese sabido que te interesan esas cosas, te hubiese mostrado la colección de gemas del RMO. Tenemos algunos diamantes, rubíes y ópalos extraordinarios.

—¿Qué? —dijo Hollus. Y luego, al comprender, sus pedúnculos volvieron a agitarse en S—. No, no, no. Esos cristales son los implantes del interfaz de realidad virtual; son los que permiten que el simulacro de telepresencia imite mis movimientos.

—Oh —dije. Me volví y grité el nombre de Ricky. Mi hijo subió a saltos los escalones desde el sótano. Empezó a dirigirse hacia el comedor, pensando que le había l amado para cenar. Pero luego nos vio, a mí, a Susan y a Hollus. Sus ojos se abrieron más de lo que nunca los hubiese visto. Se acercó a mí, y yo le pasé el brazo sobre los hombros.

—Hollus —dije—. Me gustaría presentarte a mi hijo Rick.

—«Ho» «la» —dijo Hollus.

Miré a mi chico.

—Ricky, ¿qué se dice?

Los ojos de Ricky seguían enormes mientras miraba al alienígena.

—¡Genial!

No habíamos esperado que Hollus se presentase a cenar en carne y hueso. La mesa del comedor era un largo rectángulo, con una hoja desmontable en medio. La mesa en sí era de madera obscura, pero estaba cubierta por un mantel blanco. En realidad no había mucho sitio para el forhilnor. Pedí a Susan que me ayudase a mover el aparador a un lado para dejar algo de espacio libre.

Me di cuenta de que jamás había visto a Hollus sentado; evidentemente su avatar no precisaba hacerlo, pero pensé que el verdadero Hollus estaría más cómodo con algo de apoyo.

—¿Hay algo que pueda hacer para que estés más cómodo?—pregunté.

Hollus miró a su alrededor. Vio la otomana en el salón, situada frente al sofá.

—¿Podría usar eso? —dijo—. ¿El pequeño taburete?

—Claro.

Hollus fue al salón. Con un niño de seis años corriendo por ahí, no teníamos nada que pudiese romperse con facilidad, lo que era perfecto. Hollus golpeó la mesa de café y el sofá de camino; nuestro mobiliario no estaba dispuesto con el suficiente espacio para un ser de sus proporciones.

Trajo de vuelta la otomana, la colocó junto a la mesa, y luego se la colocó debajo, de forma que su torso redondo quedase directamente sobre el taburete circular. Luego hizo descender su torso.

—Perfecto —dijo, sonando satisfecho.

Susan parecía estar incómoda.

—Lo lamento, Hollus. No pensé que fueses a venir realmente. No tengo ni idea si lo que preparé es algo que puedas comer.

—¿Qué has preparado?

—Una ensalada: lechuga, tomates cherry, apio picado, trocitos de zanahoria, picatostes, y un aliño de aceite y vinagre.

—Eso lo puedo comer.

—Y chuletas de cordero—

—¿Cocidas?

Susan sonrió.

—Sí.

—Eso también lo puedo comer, si me ofreces un litro de agua a temperatura ambiente para acompañarlo.

—Claro —dijo ella.

—Ya la traigo yo. —Fui a la cocina y l ené un jarro con agua del grifo.

—También he preparado leche malteada para Tom y Rick.

—¿Se trata de la secreción mamaria bovina? —preguntó Hollus.

—Sí.

—Si no es una ofensa, no lo tomaré.

Sonreí, y Ricky, Susan y yo ocupamos nuestros lugares a la mesa. Susan trajo el cuenco de ensalada y me lo pasó. Empleé el tenedor de servir para trasladar un poco a mi plato, luego puse un poco en el de Ricky. Y luego un poco en el plato de Hollus.

—He traído mis propios utensilios —dijo—. Espero que no sea descortés.

—En absoluto —dije. Incluso después de mis viajes a China, yo seguía siendo uno de esos que siempre pedían cuchil o y tenedor en un restaurante chino. Hollus sacó de entre los pliegues de la tela envuelta alrededor de su torso dos dispositivos que se parecían un poco a un sacacorchos.

—¿Dais gracias? —preguntó Hollus.

La pregunta me sobresaltó.

—Normalmente no.

—Lo he visto en televisión.

—Algunas familias lo hacen —dije. Las que tienen algo que agradecer.

Hollus empleó uno de sus sacacorchos para pinchar algo de lechuga y luego se la llevó al orificio en la parte alta de su cuerpo circular. Ya le había visto ejecutar los movimientos de comer, pero nunca le había visto comer de verdad. Se trataba de un proceso ruidoso; su dentición producía un castañeteo mientras actuaba. Supongo que cuando usaba su avatar sus orificios de habla eran los únicos que tenían micrófonos; supuse que era por eso que nunca había oído ese sonido.

—¿Está bien la ensalada? —le pregunté.

Hollus siguió transfiriéndola a su orificio de alimentación mientras hablaba; supuse que los forhilnores nunca se atragantaban al cenar.

—Está muy buena, gracias —dijo.

Ricky habló.

—¿Por qué hablas así? —preguntó. Mi hijo imitó a Hollus hablando en turnos por el lado izquierdo y derecho de la boca—. «Es» «tá» «muy» «bue» «na», «gra» «cias».

—¡Ricky! —dijo Susan, avergonzada por el hecho de que nuestro hijo hubiese olvidado sus modales.

Pero a Hollus no pareció importarle la pregunta.

—Una cosa que mi pueblo y los humanos comparten es un cerebro dividido —dijo—. Vosotros tenéis un hemisferio izquierdo y uno derecho, y también nosotros. Creemos que la consciencia es el resultado de la interacción de los dos hemisferios; creo que los humanos tienen teorías similares. En los casos en que los hemisferios han quedado separados debido a una lesión, de forma que son completamente independientes, las frases completas surgen de un único orificio fonador, pero expresan pensamientos mucho menos complejos.

—Oh —dijo Ricky, volviendo a la ensalada.

—Eso es fascinante —dije. Coordinar el habla entre mitades cerebrales parcialmente autónomas debía de ser difícil; quizá por eso Hollus pareciese incapaz de emplear contracciones—. Me pregunto si en el caso de que nosotros tuviésemos dos bocas, los humanos también alternaríamos palabras o sílabas entre el as.

—Parece que dependéis menos de la integración izquierda — derecha que los forhilnores —dijo Hollus—. Tengo entendido que en casos de un corte del corpus cal osum, los humanos pueden seguir andando.

—Creo que así es, sí.

—Nosotros no —dijo Hollus—. Cada mitad del cerebro controla tres piernas, en el lado correspondiente del cuerpo. Nuestras piernas deben actuar juntas o nos caemos, y…

—Mi papá va a morir —dijo Ricky mientras seguía mirando a la ensalada.

Me dio un vuelco el corazón. Susan parecía horrorizada.

Hollus dejó a un lado sus utensilios para comer.

—Sí, me lo dijo. Lo lamento mucho.