– ¿Interés? -preguntó Tomás, algo confundido-. No entiendo. Usted mismo acaba de decir que allí sólo había salvajes y árboles…
– Estimado señor -suspiró el conde Vilarigues-, ¿será posible que tenga que explicarle todo?
– Me temo que sí.
El conde se sentó en un banco de madera junto al gran arco de entrada en la girola, vuelto hacia el pùlpito esculpido en mármol y enclavado en el intradós de la arcada. Tomás se acomodó a su lado.
– Vale -exclamó Vilarigues, íntimamente satisfecho por proseguir su clase-. Veamos, pues, si sigue mi argumentación. Cristóbal Colón sabía que había tierras al oeste de las Azores. Era portugués y la información ya circulaba en la corte de Lisboa, que él frecuentaba, y entre la tripulación de las carabelas, con las cuales estaba en contacto. Colón pensaba, creo yo, que aquella tierra era el Asia de la que había hablado Marco Polo en sus viajes, y no disponía de la información de que se trataba, en resumidas cuentas, de otra tierra. Intentó convencer al rey portugués de hacer la exploración por occidente, pero don Juan II ya sabía que la tierra existente allí no era Asia y que la verdadera Asia estaba situada mucho más lejos, por lo que rechazó las propuestas del joven hidalgo. En 1484, como consecuencia del desmantelamiento de la conspiración contra el rey, Colón huyó a Castilla y fue a proponer su teoría a los Reyes Católicos, considerablemente más ignorantes y oscurantistas. Tan ignorantes eran los castellanos que aún pensaban que la Tierra era plana, ¡fíjese! Pero es importante destacar que esta evolución era conveniente para don Juan II. El rey portugués disponía de una visión estratégica basada en el sentido común y deprisa concluyó que, tarde o temprano, Castilla se convertiría en un importante obstáculo para los planes expansionistas de Portugal. Los castellanos podían ser ignorantes, pero no tenían nada de tontos. En cuanto viesen a los portugueses facturando millones gracias al negocio de las Indias, querrían su parte. Vendría la guerra. Don Juan II entendió que Castilla era una evidente amenaza potencial para sus planes. Era necesario maniobrarla, lanzarla en otra dirección, distraerla con algo en apariencia muy valioso pero que no valiese nada en absoluto.
– América -observó Tomás.
– ¡Así es! ¿Ve cómo empieza a entender, amigo? -Le guiñó el ojo-. América respondía a esos requisitos, era el juguete perfecto. Mientras estuviesen convencidos de que la primitiva América era la rica Asia, los castellanos se entretendrían con ese continente y dejarían a los portugueses en paz, entregados al lucrativo comercio con la verdadera Asia. Por ello los esfuerzos de Colón para convencer a la corte castellana eran convenientes para Lisboa. El problema es que, justamente debido a su excesiva ignorancia, y también por estar ocupados con la reconquista de las tierras de moros, que aún ocupaban el sur de la península Ibérica, los castellanos rechazaron las propuestas del hidalgo portugués. Desanimado e invadido por la añoranza, Colón quiso regresar a su patria, pero se mantenía el viejo problema de su complicidad en la conspiración contra el rey. Le escribió entonces a don Juan II, corría el año 1484, proclamando su inocencia y pidiendo perdón por cualquier eventual ofensa. El rey aprovechó la oportunidad y respondió enviándole la carta de reconciliación que usted ya ha leído, incluyendo la garantía de que no lo detendrían por los crímenes cometidos. En realidad, el monarca tenía un gran interés en hablar con la oveja descarriada. Con el salvoconducto en las manos, Colón fue a Portugal a insistir en su plan. Para su sorpresa, sin embargo, comprobó que don Juan II no pretendía montar ninguna expedición hacia occidente, sino que más bien deseaba que el hidalgo insistiese en sus esfuerzos por convencer a los Reyes Católicos de que aceptasen el viaje. El rey portugués prometió incluso ayudar a Colón, en secreto, en lo que fuera necesario, haciendo todo lo posible para que tuviese éxito en su iniciativa. Cuando se encontraba en Lisboa, Colón fue testigo del regreso de Bartolomeu Dias con la noticia de que había descubierto el paso hacia el océano Índico y tomó conciencia de que don Juan II poseía realmente buenos motivos para no seguir su sugerencia. Resignado, aceptó la oferta de ayuda secreta y regresó a Castilla, con renovada esperanza de convencer a los Reyes Católicos.
– Ese regreso de Bartolomeu Dias es justamente un punto importante -realzó Tomás-. Siempre se ha supuesto que don Juan II desistió del viaje hasta la India por occidente porque, cuando se encontraba en Lisboa negociando con Colón dicha expedición, la llegada de Dias con la noticia del descubrimiento del cabo de Buena Esperanza le hizo ver que ése era el verdadero camino que convenía seguir.
– ¡Qué disparate! -exclamó el conde con un gesto de enfado-. ¡Don Juan II había llegado a esa conclusión hacía mucho tiempo! Fíjese, ya conocía la existencia de tierras al oeste de las Azores. Y sabía, sobre todo, que no eran Asia. -Tocó el pecho de Tomás-. Estimado amigo, piénselo bien. Si don Juan II hubiese estado realmente considerando la hipótesis de navegar hacia occidente, ¿cree que habría llamado de Sevilla a un navegante genovés, como pretende la tesis oficial? ¿Acaso no tenía él en sus filas a hombres mucho más experimentados, excelentes navegantes como Vasco da Gama, Bartolomeu Dias, Pacheco Pereira, Diogo Cao y muchos otros, todos ellos ofreciéndole más garantías de ser capaces de llevar a cabo con éxito aquella misión? ¿Para qué habría querido el rey llamar a Colón y pedirle que emprendiese esa expedición, eh? ¡Aquel que crea que don Juan II impulsó a Colón a ir a Lisboa para analizar con él el viaje por occidente sólo puede estar bromeando! -Se golpeó repetidas veces la frente con el índice, emitiendo un sordo «toc-toc-toc»-. Para ello tenía navegantes suficientes, de su confianza personal y mucho más cualificados. -Meneó la cabeza-. No, amigo, don Juan II no quería hablar con Colón para discutir la ida a la India por occidente. Y la principal razón es que él ya conocía la existencia de otro continente en esa parte del mundo. Convénzase de lo siguiente: el interés del rey portugués por América residía esencialmente en el potencial que veía allí para alejar a los castellanos del verdadero camino a la India. -Vilarigues se pasó la mano por el pelo lacio y negro-. Observe una cosa, estimado señor. ¿A usted no le parece extraño que Bartolomeu Dias haya descubierto el paso al océano Indico en 1488 y Portugal no enviara a Vasco da Gama para explorar tal paso hasta casi diez años después? -Adoptó una expresión de perplejidad-. ¿Diez años después? ¿Para qué esperar diez años?
– Bien, creo que sería para preparar el viaje…
– ¿Diez años para preparar un viaje? ¡Vaya por Dios! Si los portugueses hubiesen sido unos novatos en cuestiones de navegación, vale, podría entenderse. Pero ellos navegaban con regularidad, como una actividad rutinaria, el pan nuestro de cada día; así pues, ese plazo es inverosímil. -Se inclinó hacia el historiador-. Mire, estimado amigo, después de una sistemática y prolongada búsqueda del camino marítimo hacia la India, cuando se descubre el anhelado paso y las puertas quedan por fin abiertas, se establece, de repente, un compás de espera de diez años. Son diez inexplicables años los que separan los viajes de Dias y de Gama. -Alzó los hombros, con una expresión interrogativa-. ¿Por qué? ¿Por qué esta pausa de diez años? ¿Qué los llevó a posponer el tan ansiado viaje a la India? Este, amigo, ha sido uno de los mayores misterios de los descubrimientos, objeto de inmensas especulaciones entre los historiadores -dijo señalando a Tomás-. Y, de alguna forma, usted ha atinado con la explicación que ha dado. Los portugueses estaban, en efecto, preparando las cosas. Pero no era preparando barcos para la expedición de Vasco da Gama. Estaban más bien preparando a los castellanos.