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»Tal como Cabral, él también iba camino de la India, por lo que no tuvo tiempo suficiente para cartografiar la línea de la costa y, además de eso, no regresó a Lisboa hasta mediados de 1502 -dijo y levantó un tercer dedo-. Por tanto, lo más natural es que la información constante del Planisferio de Cantino resultase de un tercer viaje. Ahora bien, hubo realmente una flota que zarpó de Lisboa con la misión de explorar la costa brasileña. Se trata de la expedición de Gonzalo Coelho, que partió de Lisboa en mayo de 1501 y que contaba en la tripulación con el florentino Américo Vespucio, el mismo hombre que, involuntariamente, le daría el nombre al continente americano. La flota que llegó a Brasil a mediados de agosto exploró durante más de un año parte importante de la costa; bajó tanto que descubrió una gran bahía y la bautizó como Río de Janeiro. Después continuó bajando hasta Cananeia y, finalmente, se alejó de la costa y regresó a Portugal. Las tres carabelas de esta expedición entraron en el puerto de Lisboa el 22 de julio de 1502. -Escribió «Gonzalo Coelho, julio 1502» en el último cuarto de la línea horizontal, cerca de la referencia «Cantino, noviembre 1502», anotada previamente-. Y aquí está el busilis de la cuestión -dijo señalando las dos fechas garrapateadas en la hoja de la libreta de notas-. ¿Será posible que sólo cuatro meses, los que median entre julio y noviembre, hayan sido suficientes para que los cartógrafos oficiales de Lisboa realizasen mapas detallados con la información de Gonzalo Coelho y hasta para que el cartógrafo portugués, el anónimo traidor contratado por Cantino, copiara esos mapas, y para que el planisferio clandestino cumpliese todo el viaje hasta Italia?

Tomás subrayó con el bolígrafo la corta distancia, visible en la línea horizontal del tiempo, entre «Gonzalo Coelho» y «Cantino»; esbozó una mueca y sacudió la cabeza.

– No me parece. No se hace todo eso en sólo cuatro meses. Lo que nos plantea una cuestión importante. ¿Cómo diablos fue posible que Alberto Cantino comprase un planisferio portugués que incluía informaciones que, a juzgar por la cronología de los relatos oficiales, no había podido incorporarse detalladamente a los mapas por falta de tiempo? ¿De dónde vinieron, al fin y al cabo, esas informaciones? -Alzó la palma de la mano izquierda hacia arriba, como si expusiese algo evidente-. Este misterio sólo tiene una solución. El Planisferio de Cantino fue dibujado, no a partir de las informaciones recogidas por los viajes oficiales a Brasil, sino de los datos obtenidos antes de Cabral, durante exploraciones clandestinas, hechas a escondidas y silenciadas para la historia por la política de sigilo.

– Entiendo… -intervino Moliarti, pensativo-. Interesante. Pero ¿le parece concluyente?

Tomás sacudió la cabeza.

– Considero difícil que en sólo cuatro meses se hayan hecho mapas oficiales detallados con la costa brasileña, que esos mapas hayan sido copiados clandestinamente y que la copia haya llegado a Italia. Es difícil que todo eso haya ocurrido en tan poco tiempo. -El historiador portugués alzó las cejas-. Aunque claro, es difícil, pero no imposible.

El americano se mostró un poco decepcionado.

– Vaya -murmuró-. Usted también habló de un segundo mapa…

– No es exactamente un mapa. Es más bien la referencia a un mapa.

– ¿Qué quiere decir con eso?

– Una de las cartas que llevó la navecilla de Gaspar de Lemos a Lisboa, con ocasión del descubrimiento oficial de Brasil, fue redactada por el maestre João para el rey don Manuel, con fecha 1 de mayo de 1500. La carta hace referencia a la localización de la Tierra de Santa Cruz, Brasil, en un mapa ya perdido, el antiguo mapamundi del portugués Pero Vaz Bizagudo. -Consultó la libreta de notas-. El maestre João escribió: «En cuanto, señor, al sitio de esta tierra, mande Su Alteza traer un mapamundi que tiene Pero Vaz Bizagudo y ahí podrá ver Su Alteza el sitio de esta tierra; pero aquel mapamundi no certifica si esta tierra está habitada o no. Es un mapamundi antiguo». -Tomás miró a Moliarti y habló agitando la libreta de notas-. Ahora bien, ¿cómo es posible que Bizagudo localizase en su antiguo mapa una tierra que aún no había sido descubierta?

El camarero regresó con el suculento snack que Moliarti había pedido. Tomás aprovechó para beber un sorbo más de su té verde.

– Esos son indicios importantes -asintió el americano, cogiendo la medianoche-. Pero aún nos falta…, pues…, cómo se dice…, ¿un smoking gun?

– Nos falta una prueba concluyente.

– Sí.

– Calma, hay aún más cosas. -Tomás volvió a la libreta de notas-. El francés Jean de Léry estuvo en Brasil de 1556 a 1558 y, hablando con los colonos más antiguos, éstos le informaron de «la cuarta parte del mundo, ya conocida por los portugueses desde hacía unos ochenta años, cuando fue primeramente descubierta». -Garrapateó unas cuentas-. Ahora bien, si a 1558 le quitamos ochenta da…, ocho menos cero da ocho…, quince menos ocho da siete, a cinco le restamos uno…: 1478. -Miró a Moliarti-. Aun admitiendo que la expresión «unos ochenta años» podría significar setenta y seis o setenta y cinco años, estamos hablando de una fecha muy anterior a 1500. -Ajá.

– Y hay también una carta escrita por el portugués Estêvão Fróis, que fue detenido por los españoles, se supone que en la zona de Venezuela, bajo la acusación de estar instalado en territorio de Castilla. -Tomás continuó guiándose por sus anotaciones-. La carta está fechada en 1514 y dirigida al rey don Manuel. En ella, Fróis dice que se limitó a ocupar «la tierra de Su Alteza, ya descubierta por João Coelho, el de la Porta da Luz, vecino de Lisboa, hace veintiún años». Por tanto, quien a 1514 le quita veintiuno se queda con… tres, nueve, y lleva uno, cuatro… da 1493. -Sonrió al americano-. Una vez más, estamos frente a una fecha bastante anterior a 1500.

– ¿Esas cartas existen?

– Claro.

– Pero ¿no le parece que esas fuentes son un poco dudosas? Es decir, un francés que nadie sabe quién es y un portugués en cautiverio… En fin…

– Estimado Nel, hay además cuatro grandes navegantes que confirman la información de que Brasil ya era conocido antes de la llegada de Cabral.

– ¿Ah, sí? ¿Quiénes?

– El primero que le voy a mencionar es el español Alonso de Hojeda, quien, acompañado por Américo Vespucio, avistó el litoral sudamericano en junio de 1499, probablemente a la altura de las Guyanas. Después, en enero de 1500, otro español, Vicente Pinzón, llegó a la costa brasileña; por tanto, tres meses antes que Cabral.

– Quiere decir que los españoles se anticiparon a los portugueses.

– No necesariamente. El tercer nombre es Duarte Pacheco Pereira, uno de los mayores navegantes de la época de los descubrimientos, aunque también sea de los más desconocidos para el gran público.

– ¿Se está refiriendo a Pacheco Pereira, que fue tema de la tesis de doctorado del profesor Toscano?

– El mismo, justamente. Además de navegante, era un importante militar y científico; fue el hombre que atinó con la medida más exacta del grado terrestre y aquel que mejor medía la longitud sin los instrumentos adecuados, que sólo se llegaron a obtener mucho más tarde, con el desarrollo de los relojes. Todo esto para decir que Duarte Pacheco Pereira fue autor de uno de los textos más enigmáticos de esa época, una obra titulada Esmeraldo de situ orbis. -Tomás regresó a las anotaciones-. En un momento dado, Pacheco Pereira escribió en el Esmeraldo que don Manuel le mandó «descubrir la parte occidental», y que eso ocurrió «en el año de nuestro Señor de mil cuatrocientos noventa y ocho, cuando es hallada y navegada una tan grande tierra firme, con muchas islas adyacentes a ellas». -Tomás fijó su mirada en Moliarti-. Es decir, en 1498, un navegante portugués descubrió tierra al occidente de Europa.