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«Lo evitaré. Yo soy el pastor».

Capítulo 27

Dresde, sábado

Sonó el timbre y Jasmin Persson miró instintivamente el reloj. Su nerviosismo de pronto se tornó en alivio. Ella había intentado contactar con Chris dos veces. Sin embargo, su teléfono móvil permanecía apagado.

Se adecentó con breves movimientos la ropa. Con anterioridad, se había maquillado más que en otras ocasiones y secado su pelo con detenimiento, mientras le embriagaba una brisa de felicidad que le venía muy bien después de las lágrimas y el estrés de los últimos días.

El hecho de que el doctor Dufour quisiera continuar evaluando las pruebas a Mattias provocó que se decidiera a volver a Dresde. Ella quiso aprovechar el domingo para adelantar algún trabajo, tomarse quizás el martes de nuevo algunos días libres y estar al lado de su hermana y Mattias para cuando dieran la decisión definitiva.

Después de conseguir alejarse un poco de las preocupaciones durante su viaje de regreso, tenía la intención de disfrutar ahora de algunas horas ociosas. Le hacía ilusión el reencuentro con Chris.

Fue caminando hacia la puerta y presionó el botón del mando que abría el portal de entrada al edificio.

Su corazón iba al galope. Estaba segura de que los ojos centelleantes y la alegre sonrisa de Chris la animarían. Quería descubrir un poco más sobre el Endeavour y quizás también acerca de los ritos sexuales de los tahitianos. A lo mejor, lo de Chris se convertía en algo más y le ayudaba a superar esa difícil etapa. De momento no quiso pensar en más.

Ella abrió la puerta y escuchó los pasos apresurados que vacilaban brevemente en cada una de las plantas. Ella acabó vigilando totalmente sorprendida al extraño que iba subiendo las escaleras. Era de mediana estatura, más o menos de su misma edad, tenía el cabello oscuro, y la estaba mirando con cara seria.

– ¿Jasmin Persson? Mi nombre es Sparrow -dijo el hombre en inglés-. Formo parte del departamento de seguridad de Tysabi -ella permaneció en silencio todavía sobrecogida-. ¿Usted es colaboradora del grupo Tysabi aquí en Dresde, y su jefe es Wayne Snider?

– Sí… -lentamente iba digiriendo la sorpresa-. ¿Le ocurre algo a Wayne? -ella le habló de forma natural en inglés, pues desde su llegada al instituto Max Planck como estudiante se había acostumbrado a tener que desenvolverse desde el primer día en ese mismo idioma.

El hombre remoloneaba, encogía la cara y carraspeaba inseguro.

– Tenemos un problema en el laboratorio. Debido a que es su ayudante, le ruego que me acompañe.

– ¿De qué se trata?

– Siento no poder decírselo. Yo no entiendo nada de eso. Me han enviado simplemente para recogerla. Abajo le espera un taxi.

– ¿Quién lo envió?

– El jefe de seguridad: el señor Sullivan. El ha venido especialmente desde los Estados Unidos -el hombre sacó una tarjeta de la cartera. Ella reconoció de inmediato el carné de empresa de Tysabi, que era el mismo en todo el mundo. El rostro de la foto del carné era, sin duda, el del hombre que estaba de pie delante de ella. «Security Boston» rezaba debajo de la instantánea.

– En ese caso Wayne estará en un buen lío.

– Siento no poder decirle nada al respecto.

Ella reflexionó durante unos instantes, el hombre no parecía estar engañándola.

– Espero visita.

– Vaya, lo siento. Pero es muy urgente.

Ella titubeaba.

– Un momento -dijo por fin, cerró la puerta y caminó hasta el salón. Recogió allí su teléfono móvil y marcó el número de Chris. De nuevo el buzón de voz-. «¡Si ya tendría que haber llegado hace rato! ¿Por qué habría apagado el teléfono móvil?».

Ella pescó sobre la marcha su bolso de mano en cuyo interior aún guardaba objetos de su viaje de regreso.

Sparrow permaneció en silencio durante todo el trayecto y pagó al taxista en dólares. Jasmin llegó a la conclusión de que Sparrow había llegado a Dresde de forma completamente improvisada.

– Espere aquí. Vuelvo en un momento -dijo él cuando entraron en las dependencias del laboratorio.

Sparrow continuó caminando y desapareció detrás del despacho de Wayne. Al poco rato, Wayne en persona apareció en el pasillo. A su lado caminaba un hombre rollizo con la cabeza rasurada que, a pesar de su figura, viraba hacia ella con una movilidad increíble.

Wayne daba la sensación de estar agotado y abatido, sin embargo, no parecía estar enfermo. Él clavó su mirada en ella y transformó su semblante hasta convertirlo en una mueca lastimera.

– ¿Es ella? -preguntó el gordo justo antes de detenerse delante de Jasmin.

– Sí. Jasmin Persson. Mi asistenta. Ella no tiene nada que ver con todo esto.

* * *

A Sullivan le comenzaba a sacar de quicio el rumbo de los acontecimientos. Mientras marchaba hacia la mujer, recordaba la última noche en Praga, cuando había despachado a los tres jovenzuelos de la competencia con el arma de balas de goma… el conmocionado Snider había corrido detrás de ellos, como a propósito, hasta un lugar en el que pudieron arrojarlo a un Skoda que les estaba esperando.

Su viejo amigo Lobkowitz le había prestado esa parejita de ladrones, al igual que el Skoda y la casa en la que exprimieron a Snider a continuación. Se trataba de una granja en ruinas situada a las afueras, en un pequeño nido abandonado de la mano de Dios, a unos cincuenta kilómetros al noreste de Praga. Lobkowitz era un auténtico superviviente, sin escrúpulos y rico desde hacía poco tiempo. Desde el final de la Guerra Fría comerciaba con todo aquello que uno se podía imaginar. Anteriormente a eso, se dedicó al negocio de la información. A ambos lados. En realidad continuaba siéndole fiel a su antigua profesión, solo que aprovechó para diversificar las posibilidades de su negocio.

A Lobkowitz no le interesaba otra cosa que no fuera la suculenta gratificación. Sin embargo, puso una sola condición.

– Si has de ocultar un cadáver, por favor, que no sea dentro de la casa. -Lobkowitz se regía todavía por las viejas convenciones.

Sullivan resopló cuando pensó en ello, pues coincidía plenamente con su amigo. Había que dar un escarmiento que entendiera todo el mundo. Y además debía calar hondo. Sin embargo, Hank Thornten no había decidido todavía en qué debía consistir el escarnio.

Las pruebas eran evidentes. Ned Baker, el asesor científico de Zoe Purcell, había comprobado los documentos y confirmado de este modo la traición. En realidad habían podido llevar a cabo la vista del juicio, dictar la sentencia y ejecutarla de inmediato. Incluso la propia mosca cojonera de Zoe Purcell quiso beber sangre. Se comportó como el verdugo de la Torre de Londres en persona.

Sin embargo, todo salió de forma diferente.

Snider había ofrecido un trato. Al principio todos le miraron con estupefacción, pero el cabrón lo había dicho en serio. Purcell puso el grito en el cielo al manifestar que se trataba solo de maniobras de distracción, cuando Ned Baker le hubo prestado atención para hacerle unas preguntas. Snider comenzó a inventarse una historia sobre unos experimentos y un descubrimiento.

Baker se reunió a continuación con Zoe Purcell, que de pronto se había mostrado completamente desconcertada. Poco después, Baker había sacado de la cama a unos cuantos científicos repartidos por todo el mundo para retirarse finalmente con Purcell en una esquina del putrefacto salón. Después de eso, se había roto el bonito plan de Sullivan de sacarle a ese cabrón la sangre de los ojos.

Zoe Purcell exigió de pronto comprobar las informaciones aportadas por Snider sobre el propio terreno. Esa misma noche se habían retirado y volado por la mañana con el Gulfstream G 550, propiedad de la empresa, desde Praga a Dresde…

– Sullivan, ¿cuándo empiezan? -Purcell se acercaba por el pasillo con rápidos, pero pequeños pasos. El jefe de seguridad gruñía malhumorado.