– Hola -saludó Chris mientras miraba hacia una esquina, donde un cuerpo permanecía tendido en el suelo sin moverse.
Tuvo que pasar un tiempo hasta que la figura girara lentamente.
– Hola, Chris -contestó Antonio Ponti.
Dresde, tarde del sábado
– El cromosoma Y decide el sexo del ser humano. Eso se sabe. Y en este caso tenemos incluso dos de ellos -resumía Zoe Purcell a la vez que le dedicaba una mirada iracunda a Snider-. Muy bien. Pero usted mismo dijo también que estos casos no constituían nada nuevo. ¿Qué tiene entonces de especial este descubrimiento, cuando en realidad no es ninguno?
– Normalmente, el cromosoma Y es bastante pequeño, y en el caso de la trisomía XYY aparecen siempre dos cromosomas Y pequeños. Sin embargo, en este caso, el cromosoma Y adicional es, como se acaba de decir, especialmente grande, grueso y rollizo -explicaba Wayne Snider quien se levantó de la silla para estirarse.
– Ned, ¿qué opina usted de esto? ¿Quiere engañarnos? -Zoe Purcell escudriñaba a su asesor científico que giró en dirección a su mirada.
– Bueno, qué quiere que le diga… El cromosoma Y suele incorporar hoy en día normalmente, espero no equivocarme, setenta y ocho genes con las instrucciones de construcción para veintisiete proteínas, ocupando con ello tan solo un tercio de su tamaño inicial.
– ¿Es que va cambiando? ¿Se está reduciendo? -se rio Zoe Purcell-. Ned, ¿qué es lo que ocurre con el cromosoma sexual femenino? ¿Acaso está creciendo?
– El cromosoma X con sus mil noventa y cinco genes no se ha modificado prácticamente desde su creación hace entre trescientos y cien millones de años.
– ¿Me está diciendo de verdad que los cromosomas sexuales están evolucionando de distinta manera? -Zoe Purcell se reía a carcajadas-. ¿Desde cuándo ocurre eso? ¿Desde hace cien mil años? Y si eso fuera cierto, significaría que en algún momento debieron de haber partido de un mismo punto común.
– El momento en que se han formado y desde el que llevan evolucionando cada uno por su lado continúa siendo una vaga teoría -añadió Snider, metiéndose en la conversación-. El motivo por el que estos dos hayan evolucionado por separado con respecto a los demás pares cromosómicos, tomando de este modo las riendas sobre la formación del género, continúa siendo en la actualidad un misterio que nadie parece ser capaz de develar. En cualquier caso debió de ocurrir en los albores de la aparición del mamífero.
– ¿Y qué había antes? -preguntó Zoe Purcell al mismo tiempo que echó una mirada a la ronda-. ¿Cómo se establecía entonces el género?
– ¿Quién puede saberlo? Tal vez el género masculino de los mamíferos se veía condicionado a través de la temperatura, como suele ocurrir hoy en día aún con las tortugas careta o los caimanes del Mississippi -Jasmin también se había levantado y colocado entre tanto de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho, delante de la jefa de finanzas-. O a través de señales sociales, como en el caso del pez thalassoma azul, donde la hembra más grande del harén se transforma al cabo de una semana en el ejemplar masculino, convirtiéndose así en el nuevo jefe del harén, cuando se muere o es devorado el integrante masculino del grupo.
– Al menos existe un sinfín de ejemplos en el reino animal en el que el género es condicionado a través de otro método que no sean los cromosomas -murmuró Snider autocomplaciente mientras disfrutaba de su buen humor-. Ya de ser hombre, uno debería ser pájaro, reptil o mariposa. Ahí son las hembras las que portan el cromosoma XY y condicionan el género.
– ¿Qué quiere decir con eso? -interpeló la jefa de finanzas, dedicándole una furiosa mirada a Snider.
– Las mujeres van a acabar con nosotros -gruñó Snider aparentemente malhumorado-. Nosotros nos sacrificamos para la ardua tarea que supone la designación del género, y somos castigados por ello. Nuestro cromosoma Y, como acaba de escuchar, se encuentra actualmente en un estado preocupante. Después de adoptar el papel para la designación del género, motivado por una pequeña mutación, ahora se está atrofiando.
– ¡Se me van a saltar las lágrimas!
– En el pasado, los cromosomas X e Y se intercambiaban entre ellos durante la unión de los gametos, es decir, durante el nacimiento de una nueva vida, ya que disponían de muchas franjas idénticas de ADN. Sin embargo, a través de la aparición de una nueva tarea, que es la de asignar el género a través del cromosoma Y, se originó una diferenciación paulatina del ADN con la consecuencia de que con el paso del tiempo iban desapareciendo las similitudes, coincidiendo cada vez menos franjas de ADN.
– Esto a su vez originó como resultado que las franjas del cromosoma Y, que han dejado de ser compatibles, ya no puedan participar durante la creación de una nueva vida en la recombinación conjunta con los cromosomas X. De esta forma se fue silenciando un gen detrás de otro perteneciente al cromosoma Y a lo largo de la evolución.
– Un escenario realmente prometedor -agregó Zoe Purcell con saña.
– En la actualidad solo el cinco por ciento del ADN de los cromosomas sexuales coincide y se recombina durante la creación de una nueva vida. Por el contrario, los dos cromosomas X de la mujer son capaces de intercambiarse por completo. Sin embargo, el cromosoma Y se ha ido marginando ampliamente para este proceso. El hombre: un ejemplar en extinción. -Snider finalizó su exposición con una amarga risa.
– A cambio, el cromosoma Y es capaz de repararse a sí mismo -gruñó Ned Baker.
– Algunos fragmentos del cromosoma Y son realmente capaces de hacerlo. Sin embargo, esto se basa solo en informaciones existentes, las cuales se repiten una y otra vez. Tanto es así, que ya no se dispone de informaciones renovadas. Y ahí es donde reside precisamente el problema con respecto a las condiciones cambiantes del medio.
– Bueno. Nosotras las mujeres disponemos de dos mismos cromosomas sexuales, que van resistiendo; y los hombres solo de uno, que se está atrofiando. La naturaleza es sabia, sabrá lo que hace -Zoe Purcell se reía maliciosamente.
– Sin embargo, de los dos cromosomas X femeninos solo uno está activo -añadió Jasmin, sumándose a la conversación-. El otro fue eliminado desde el principio. ¡Eliminado definitivamente!
– Por algo sería -Zoe Purcell miraba desquiciada hacia su asesor-. Ned, ¿cómo procedemos ahora?
– Así no seremos capaces de avanzar. -Baker fue posando pensativo su mirada alrededor-. Para poder analizar el cromosoma con mayor detenimiento, debemos actuar con mayor rapidez y emplear mejores recursos. Aquí solo hay un pequeño laboratorio. En Boston, por el contrario, contaríamos con mucha mayor capacidad…
Zoe Purcell asentía con la cabeza. Baker corroboraba lo que ella había sospechado durante todo este tiempo. Ella pensó en las palabras de su presidente en Vilcabamba. Quizás se había topado con el diamante que le permitiría cargarse a Folsom. Debía saber más sin que Folsom se enterara de nada. Sin embargo, Boston no sería el mejor lugar para ello. Dentro de la sede principal de la empresa se enteraría inmediatamente de todo. En su fuero interno estaba satisfecha por haber preparado con antelación otra alternativa.
– No. Volaremos a Sofía Antípolis. Saldremos de inmediato. Sullivan ya se ha encargado de todo.
Jasmin giró y marchó hacia la puerta.
– ¿Adónde cree que va? -gritó la jefa de finanzas detrás de ella.
– A casa… ¿adónde sino?
Zoe Purcell se reía con desdén.
– ¿Aún no ha entendido lo que está ocurriendo aquí, eh?
– No, ¿cómo voy a saberlo? No sé lo que pretende de mí.
– Entonces se lo diré yo -Zoe Purcell le relató con palabras punzantes la traición de Snider-… y sospechamos que usted está confabulada con él.
Jasmin clavó su mirada en Snider.