Pastor de Kish, reúne los rebaños para que surja un poderoso imperio, y ten presente: no venerar y blasfemar a vuestro dios, hacerle sacrificios a los falsos dioses, matar, robar, cometer adulterio y jurar en la mentira; todos eso son pecados de los que el pueblo tiene que rehuir. Pastor, indica a los lugal y los rebaños que veneren y glorifiquen a su dios.
– Aquí se interrumpe el texto -murmuró Lavalle agotado. Tizzani meneaba la cabeza. Su rostro se había petrificado. -¡En una tablilla sumeria!
– La base del decálogo en la tablilla de arcilla sumeria más antigua jamás encontrada. ¡La Biblia será acusada de ser un plagio! -Lavalle tosía, porque había expuesto a su voz a un sobreesfuerzo-. La Biblia de Aleppo, el Códex Vaticanus, la Vulgata: todos ellos son tesoros de la cristiandad y del judaísmo. Sin embargo, estos son los tesoros de toda la humanidad. ¿A qué museo le serán cedidas las tablillas?
El editor dio un respingo.
– Monseñor Tizzani, ¿comprende ahora a lo que me refiero?
El emisario del papa permanecía de pie al lado de la mesa con los ojos cerrados mientras los dedos de su mano derecha acariciaban uno de los huesos.
– El texto no está completo -dijo Tizzani de repente.
– ¿A qué se refiere? -Lavalle miró irritado a su alrededor.
– Seis tablillas de Nabucodonosor y seis más antiguas de ese rey de Kish hacen doce -Tizzani enmudeció, pero a continuación prosiguió murmurando con los ojos cerrados-. «… y en su honor le dedicó las siete tablillas del rey y los huesos del pastor». Así era una de las últimas líneas que acaba de leer en alto. Aún retumba en mis oídos. ¡Falta una de las tablillas más antiguas! ¿Dónde está y qué hay escrita en ella?
– Un momento -Lavalle repasaba con premura los renglones del texto en sus hojas.
Tizzani abrió los ojos y clavó la mirada en los huesos.
– ¿Y de quién son estos huesos?
Capítulo 30
Fontainebleau, tarde del domingo
– Nos matarán. O como sigamos aquí mucho tiempo más, nos moriremos de hambre -Antonio Ponti habló con voz débil y apática mientras jugaba con un trozo de mortero entre sus dedos.
Estaba sentado sobre el suelo de piedra de la celda con la espalda recostada contra la pared. Su cara se veía enjuta y hundida. Desde el comienzo de su cautiverio hacía prácticamente una semana tuvo que pasar hambre; recibía a diario una sola ración de agua administrada con mesura.
Chris recorría cojeando la pared longitudinal de la celda mientras se apoyaba en todo momento en una de sus manos. Los dolores iban y venían a oleadas. Apretaba los dientes, resollaba, se quejaba, intentaba una y otra vez que su cuerpo se volviera cada vez más insensible. Con cada ola de dolor, le salpicaban diferentes recuerdos. Diferentes sucesos acaecidos durante los últimos días bullían en su cabeza como fotogramas revueltos de una película. Primero Jasmin, después Forster, y de repente la imagen rolliza de ese Scharff en Múnich.
Todo había comenzado con su falta de autocontrol durante aquella noche. Si en aquel entonces hubiera mantenido la boca cerrada, no se hubiera esfumado la gratificación y, por ende, hubiera conseguido algunos buenos clientes más. Sin embargo, de esta forma no tuvo otra opción, se vio obligado a tragar los diferentes cebos envenenados que Forster había guarnecido para él como puntas de solomillo.
Volvió a ver el salón con la muchedumbre en ropa de gala, y delante de él, el copioso bufete en la pared. El hambre hacía acto de presencia. También a él le habían despachado con solo una ración de agua. Que podría comprobar aquí lo purificante que resultaba el ayuno para la mente y el alma, le habían dicho.
– ¿Por qué no nos interrogan? -preguntó Chris para distraerse.
– Quizás lo hagan todavía -opinaba Ponti, quien observaba aburrido a Chris-. No te agotes.
Chris estiraba conscientemente una y otra vez los músculos, extendía el cuerpo y apretaba los dientes tan pronto el dolor punzante le estremecía las costillas. Si quería escapar debía poder confiar en su cuerpo.
– Tú también deberías hacer algo -alegó Chris. Ponti se mostraba demasiado indiferente. Quizás se encontraría igual que él después de una semana en este antro-. Si es así como dices, ¿por qué no hacen ya lo que van a hacer de todos modos? ¿Por qué no te han matado en el acto?
– Se trata de cínicos fanáticos. Idealistas. Puede que disfruten haciéndonos patalear -Ponti resolló con menosprecio-. Hasta ahora no estaban seguros si todavía me necesitaban. Ahora también te tienen a ti. Ahora lo tienen todo.
– No me apetece diñarla en este agujero -Chris pensó en Jasmin. Pudo oler su fragancia, soñaba con los suaves movimientos que ella había empleado para frotarse con él en la cocina. ¿Cuánto tiempo hacía ya de eso? Por un momento pensó sentir sus delicados dedos con ternura en sus brazos. Su vello comenzó a erizársele.
Su sonora risa parecía estar por un segundo en todos los rincones. Una y otra vez se había imaginado durante los últimos días lo maravilloso que serían sus primeras vacaciones… juntos.
En su Endeavour.
Creía degustar la sensual humedad de sus labios, y por un instante imaginaba estar con ella en los mares del sur, tumbados en la playa. F:1 deslizaba sus labios sobre la sedosa piel de sus muslos mientras su lengua exploraba cada centímetro de su regazo. Se trataba sencillamente de un sueño demasiado maravilloso.
– ¿Escuchas eso? -Ponti levantó la cabeza y aguzó el oído.
La cara de Jasmin se desintegró por completo. Chris escuchaba un silencioso tintineo mezclado con un murmullo entre dientes, pasos y un ruido que sugería el arrastre de algún objeto.
– Si tus sospechas son ciertas, debemos intentarlo cuanto antes… -Chris buscó los ojos de Ponti.
– De acuerdo. ¿Cómo?
– Sobre la marcha… -Chris se echó en el suelo al lado de Ponti. «Y según se porten mis huesos», pensó en su fuero interno mientras intentaba concentrarse.
Poco después, aparecieron de pie Marvin, Barry y el de las verrugas delante de los barrotes de la celda. Barry fue quien se encargó de abrir el candado de la puerta.
– ¡Uf! ¡Apesta! -Marvin giró hacia un lado y escupió al suelo.
Parecían estar muy seguros de lo que se traían entre manos. «Ninguno de ellos lleva armas -pensó Chris-. ¡Esta es la ocasión!».
El de las verrugas arrastró un compresor hacia la celda y portaba en la mano una manguera cuya punta era de metal. Detrás del aparato, desparecían a lo largo del pasillo una manguera y un cable.
– ¡Despertad! -vociferó Marvin, quien se encontraba de pie con las piernas separadas en la puerta de la celda.
El motor comenzó a rugir.
El chorro de agua impactó en el pecho de Chris. El puño de hielo le estrujaba el aire de los pulmones. Echaba bocanadas de aire a la vez que salió gritando disparado hacia arriba.
La presión desapareció de repente y el cuerpo de Ponti quedó sepultado de repente bajo la cascada de agua. Sus gritos se entremezclaban con el jolgorio que procedía de la puerta.
A continuación, el agua fría volvió a impactar como un martillo en el cuerpo de Chris. En esta ocasión, el gélido golpe colisionó en su muslo derecho que, a causa de la presión, se dobló hacia atrás. Chris cayó de bruces.
Con gran tortura fue capaz de ponerse entre jadeos de nuevo en pie, mientras Ponti caía al suelo a su lado. Chris permanecía de pie y temblando en la habitación; el anillo de hielo continuaba incrustado en su pecho mientras fluía el agua hasta formar un charco a sus pies.
– ¡Alto! -la voz amenazante de Marvin rompió el telón crepuscular dentro de la cabeza de Chris-. ¡Dad un paso adelante!
Chris temblaba y el agua incluso ondeaba en sus zapatos.
– ¡Venga! ¡Vamos! ¡Venga! ¡Arriba! -Marvin registraba sus movimientos-. Estáis hechos unos cromos. ¡Estas son las reglas! Yo hago las preguntas, y vosotros las contestáis. De no ser así…