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El chorro de agua impactó una vez más en el pecho de Chris. El golpe era comparable al de un martillo eléctrico, que le hizo caer de nuevo. Aturdido, volvió a ponerse en pie.

– ¿Qué huesos son esos, Zarrenthin? ¿Y dónde está la tablilla que falta?

¿Qué pretendía Marvin de él? Ni Forster ni Ramona Söllner habían mencionado nada al respecto. Y los huesos… a él también le hubiera gustado saber un poco más sobre ellos.

– Yo no sé nada sobre la falta de una tablilla ni nada sobre los huesos.

Henry Marvin levantó la mano.

El de las verrugas activó el surtidor con un pequeño movimiento. El chorro de agua impactó esta vez en la clavícula izquierda de Chris. El caño comprimido resultaba monstruoso a esa corta distancia. Chris se derrumbó al suelo medio inconsciente a causa de los punzantes dolores.

– ¡Parad de una vez con esta mierda! -gritó. La llama del odio volvió a despejarle-. No sé nada. ¡Nada! -a pesar de sus dolores, dio un brinco y comenzó a dirigirse hacia Marvin.

El de las verrugas levantó la mano un poco hacia arriba. Instintivamente, Chris se hizo un ovillo y agachó la cabeza.

El chorro salió disparado como un tiro raspando la piel de su cabeza. Chris dejó caerse al suelo cuando el chorro continuó desplazándose hacia abajo.

El golpe recibido en la parte trasera de su cabeza fue lo último que sintió.

Tendido en el suelo, volvió de nuevo en sí. Durante varios segundos no supo dónde se encontraba, pero a continuación escuchó la voz de Ponti:

– El no sabe nada. Quizás pueda decirle yo lo que quiere saber. Pero eso no le va a salir gratis. Estoy dispuesto a un pequeño trato. ¿Usted también?

– Yo siempre estoy dispuesto a negociar -el editor soltó una desairada carcajada-. En especial cuando dispongo de las mejores bazas. ¿Qué tienes que ofrecer?

– Forster era muy reservado. Pero sé algunas cosas.

– Dilas.

– ¿No íbamos a cerrar un trato? Para ello se requiere un clima favorable de negociación -Ponti sonreía con audacia.

Marvin resollaba repleto de desdén.

Chris continuaba tendido en el suelo, cuando Ponti salió cojeando sonriente de la celda y dijo:

– En verdad son trece tablillas.

* * *

Todo se difuminó hasta formar un difuso gris sin costuras. Chris olía la humedad, y más adelante cerca de los barrotes, brillaban los charcos de agua a la luz de los focos del pasillo.

Se encontraba tendido al lado de la pared y estaba completamente desnudo, a excepción de sus calzoncillos. Su ropa estaba tirada en el suelo a una braza de distancia, pues se la había quitado de encima y sacudido para secarla del agua helada.

Su cuerpo temblaba de frío, y en un principio pensó que las voces serían producto de su imaginación. Sin embargo, instantes después, Chris pudo ver la silueta de tres personas acercándose a la puerta de la celda.

– ¡Entra ahí!

A Ponti le propinaron un golpe en la espalda, y el italiano entró a trompicones en la celda hasta caer de bruces y con la cara justo en uno de los charcos de agua.

– ¡Mierda! ¿Qué significa esto? -gritó Ponti.

El de las verrugas entró en la celda y esperó hasta que Ponti se hubo colocado de rodillas. En ese mismo momento le asestó una potente patada en uno de sus costados y Ponti cayó de nuevo, y permaneció tendido hasta que el hombre hubo abandonado la celda.

Resollando se arrastró hasta la pared. Durante largo rato permanecieron en silencio.

– ¿Has cerrado tu trato?

Ponti no contestó mientras rebañaba con los dedos pequeños trozos de mortero de la pared.

– Si lo que has conseguido de este trato es simplemente esta ropa seca, entonces no es gran cosa. A pesar de ello, te envidio por tu nueva indumentaria.

Ponti vestía un chándal que, a causa de la caída, se había mojado en la parte superior del cuello.

– Es un cerdo. ¡Un cerdo fanático!

Ahora quien calló fue Chris.

– Pero hemos cerrado un trato -Ponti se reía triunfante entre dientes.

– ¿Entonces por qué estás otra vez aquí?

– No se fía de mí. Querrá comprobar algunas cosas que le he contado para saber si son ciertas o no… Yo haría lo mismo. ¡Y tú también!

– ¿Qué le has contado? -interpeló Chris a la vez que le temblaban descontrolados los músculos y sus dientes castañeaban.

– ¡Todo! No me apetece que me torturen. No me han pagado lo suficiente para eso.

– ¿Y ahora? ¿Ahora que está enterado de todo lo que tú sabes?

– Hay que esperar.

De nuevo guardaron silencio durante minutos.

– No se lo has contado todo…

Ponti gruñía de mal humor.

– Antes gritaste que había una decimotercera tablilla.

Ponti permanecía en silencio, pero a continuación susurró de repente con voz neutra:

– Yo quería vender las tablillas. Y los huesos. Simplemente todo. Quería hacer dinero, desaparecer, devolvérsela al cabrón de Forster por todas las vejaciones y humillaciones durante todo este tiempo. Era un cerdo… ¿o pensabas que era un buen samaritano? Del mismo modo que te utilizó a ti, me ha utilizado a mí para sus fechorías durante todos estos años. ¡Así era él!

Chris recordó la mirada llena de odio que había observado en los ojos de Ponti en Toscana.

– Pero entonces te cruzaste en mi camino.

– ¿Yo?

– Sí; tú -Ponti carraspeó-. ¿Te acuerdas del asalto a la casa?

– Sí -Chris había sospechado de Ponti en su fuero interno, pero desechó el presentimiento cuando, después del incidente en la autovía Forster, lo había acreditado como alguien de su absoluta confianza.

– Fui yo. No hubo ningún ladrón procedente del exterior. Mi objetivo consistía en abrir la caja fuerte y desaparecer con todo esa misma noche. Mi comprador ya me estaba esperando. Pero ese canalla de Forster había cambiado la combinación pocas horas antes. Me costó semanas llegar a ese punto. ¡Y entonces va y cambia el código!

Chris creía sentir el garrote de nuevo en su cuello.

– ¿Me estás diciendo que fuiste tú el que intentó estrangularme?

– Debía eliminarte. Él no me había avisado que venías. Y yo debía seguir adelante. Tu muerte quedó sellada en el mismo momento en el que apareciste en el puesto de guardia.

– Yo te he…

– ¿Tu cuchillazo? Por fortuna fue un corte limpio. Nada que no se pudiera arreglar con una venda, un pantalón nuevo… sin problema.

Era extraño. A Chris no le impresionó lo más mínimo la confesión de Ponti. En el momento en el que Ponti se lo estaba corroborando, tuvo la extraña sensación de haberlo sabido durante todo ese tiempo.

– ¿Y dónde estaba.tu guarda? ¿Acaso no existía ninguno?

Ponti resollaba con desdén.

– Muerto. A ese me lo cargué afuera y lo metí en una artesa de madera situada en la fachada principal del edificio. Apenas había vuelto al puesto de guardia cuando bajaste tú -Ponti golpeó la pared con el puño-. Quise intentarlo de nuevo en Ginebra. Pero Forster se me adelantó nuevamente. Durante toda esa noche en su villa, no le había quitado el ojo a las cosas. Mi plan de llevar a cabo el asalto durante el viaje al Louvre lo desbarató organizando en secreto el viaje a Berlín.

– ¿No sabías nada de todo eso?

– Nada en absoluto. No sabía nada del doble, nada de ti ni nada de Berlín. Fue durante el viaje al hotel cuando se animó a contar toda la verdad. Me había despistado. Ya no pude reaccionar. Engañó a todos.

Chris recordaba de pronto la escena en el garaje del hotel, donde Ponti había seguido visiblemente enfadado e inseguro su salida con la mirada.

– ¿Por qué no lo intentaste en el garaje?

– Puede que no te dieras cuenta, pero Forster me apuntaba todo el rato con un arma… ¡cargada! Y Forster era un tirador muy bueno y preciso.