Así llamado porque tenía la forma de la letra griega delta, el Delta del Nilo era mayor que cualquier otra desembocadura de río conocida en el Mare Nostrum: medía unos doscientos cincuenta kilómetros desde el brazo pelusiaco hasta el brazo canópico; y tenía más de ciento sesenta kilómetros desde el Mare Nostrum hasta la bifurcación del Nilo propiamente dicho al norte de Menfis. El gran río se dividía una y otra vez en numerosos ramales, unos más grandes que otros, que se extendían en abanico para verter sus aguas en el Mare Nostrum a través de siete desembocaduras interconectadas. Inicialmente todas las vías de agua del Delta eran naturales, pero cuando los tolomeos, que estaban al tanto de los conocimientos científicos griegos, empezaron a gobernar en Egipto, conectaron la red de brazos del Nilo mediante miles de canales, de modo que cualquier porción de tierra del Delta nunca estaba a más de un kilómetro y medio del agua. ¿Por qué era necesario cuidar tanto el Delta cuando los mil seiscientos kilómetros de cauce del Nilo desde Elefantina hasta Menfis producían alimento suficiente para abastecer a Egipto y Alejandría? Porque en el Delta crecía el byblos, el junco del papiro a partir del cual se fabricaba el papel. Los tolomeos poseían el monopolio mundial del papel, y los beneficios de la venta iban a las arcas privadas del faraón. El papel era el templo del pensamiento humano y con el tiempo los hombres se vieron incapaces de vivir sin él.
Siendo el principio del invierno según las estaciones, pero el final de marzo según el calendario romanos la inundación del verano había retrocedido, pero César no deseaba que su ejército quedara atascado en un laberinto de vías de agua que conocía mucho peor que los asesores y guías de Tolomeo.
Los continuos diálogos con Simeón, Abraham y Josué durante los meses de guerra en Alejandría habían proporcionado a César un conocimiento de los judíos egipcios muy superior al de Cleopatra; hasta que él llegó, ella nunca había considerado a los judíos merecedores de su atención. En cambio César sentía un enorme respeto por la inteligencia, sabiduría e independencia de los judíos, y planeaba ya cómo convertir a los judíos en valiosos aliados de Cleopatra cuando él se fuera. Aunque constreñida por su educación y su rango excepcional, ella tenía cualidades para ser un buen gobernante una vez que César le hubiera hecho comprender los principios básicos. Al ver que Cleopatra accedía libremente a conceder a judíos y méticos la ciudadanía alejandrina, él se había animado. Un comienzo.
Al sureste del Delta se encontraba la Tierra de Onías, un enclave autónomo de judíos descendientes del sumo sacerdote Onías y sus seguidores, exiliados de Judea por negarse a postrarse en el suelo ante el rey de Siria; eso, había dicho Onías, lo hacían sólo ante su dios. El rey Tolomeo VI Filometor cedió a los onienses una amplia franja de tierra a cambio de un tributo anual y soldados para el ejército egipcio. La noticia de la generosidad de Cleopatra había llegado a la Tierra de Onías, que tomó partido por ella en esta guerra civil y permitió así que Mitrídates de Pérgamo ocupara Pelusium sin lucha; Pelusium estaba lleno de judíos y tenía fuertes lazos con la Tierra de Onías, que era vital para todos los judíos egipcios porque contenía el Gran Templo. Éste era una réplica en menor tamaño del templo del rey Salomón, incluso disponía de la torre de veinticinco metros de altura y los barrancos artificiales que simulaban los valles de Kedrón y Gehenna.
El pequeño rey había transportado su ejército en barcazas por el brazo fatnítico del Nilo; éste se unía al brazo pelusiaco justo por encima de Leontópolis y la Tierra de Onías, que se extendía entre Leontópolis y Heliópolis. Allí, cerca de Heliópolis, el rey Tolomeo encontró a Mitrídates de Pérgamo en un sólido campamento de estilo romano y lo atacó con temeraria inconsciencia. Casi sin dar crédito a su buena fortuna, Mitrídates sacó a sus hombres de inmediato del campamento y entró en la refriega con tal éxito que muchos soldados de Tolomeo murieron y los restantes se dispersaron presas del pánico. Sin embargo, alguien én el ejército de Tolomeo demostró tener sentido común, ya que en cuanto hubo amainado el frenesí posterior a la batalla, los hombres de Tolomeo retrocedieron hasta una fortaleza natural, un enclave protegido por una sierra, el Nilo pelusiaco y un amplio canal de orillas altas y escabrosas.
César alcanzó las inmediaciones de aquel paraje poco después de la derrota de Tolomeo, sintiéndose más agotado por la marcha de lo que deseaba admitir, incluso ante Rufrio. Dio el alto a sus hombres y examinó atentamente la posición de Tolomeo. Para él, el principal obstáculo era el canal, en tanto que para Mitrídates era la sierra.
– Hemos encontrado lugares por donde es posible vadear el canal -le dijo Arminio, de los ubíes germanos-, y en otros puntos podemos cruzar a nado, y también los caballos.
Se ordenó a los soldados de infantería que talaran todos los árboles de la zona para construir una pasarela a través del canal, cosa que hicieron con entusiasmo, pese al arduo día de marcha; después de seis meses de guerra, el odio romano hacia Alejandría y los alejandrinos estaba al rojo vivo. Del primero al último los guerreros albergaban la esperanza de que aquélla fuera la batalla decisiva, tras la cual pudieran abandonar Egipto para no volver.
Tolomeo mandó a la infantería y a la caballería ligera para cortar el avance de César, pero la infantería romana y la caballería germana atravesaron el canal con tal furia que cayeron sobre los soldados de Tolomeo como exaltados galos belgas. Las tropas de Tolomeo se dispersaron y huyeron, pero los romanos les cortaron la retirada; sólo unos pocos escaparon para ir a buscar refugio a la fortaleza del pequeño rey, a unos diez kilómetros de distancia.
Al principio César pensó en atacar de inmediato, pero cuando contempló el bastión de Tolomeo cambió de idea. Éste había utilizado las abundantes piedras de las ruinas de antiguos templos situados en los alrededores para reforzar las defensas naturales del enclave. César se dijo que era mejor que los hombres acamparan esa noche. Habían realizado una marcha de más de treinta kilómetros antes de entablar combate en el canal; merecían una buena comida y un sueño reparador antes del siguiente enfrentamiento. Lo que no le dijo a nadie fue que él mismo se sentía débil, que al mirar las defensas de Tolomeo le había parecido que se balanceaban como restos de un naufragio en un mar tempestuoso.
Por la mañana tomó una pequeña rebanada de pan con miel así como sus gachas de cebada, y se encontró mucho mejor.
Los tolomeanos -era más fácil llamarlos así porque no todos eran alejandrinos- habían fortificado una aldea cercana y la habían unido a su estructura montañosa mediante bastiones de piedra; César lanzó la acometida principal de su primera carga contra la aldea, con la intención de tomarla y seguir por ímpetu natural hasta apoderarse de la fortaleza. Pero entre el Nilo pelusiaco y las líneas de Tolomeo había un espacio que resultaba inaccesible porque quienquiera que estuviera al mando de las huestes tolomeanas había organizado allí un fuego cruzado de flechas y lanzas; Mitrídates de Pérgamo, que avanzaba desde el lado opuesto de la sierra, tenía sus propios problemas y no podía ayudar. Aunque la aldea cayó, César no pudo sacar a sus tropas del letal fuego cruzado para arremeter contra el monte y acabar la labor.
Subiendo con su caballo alquilado a la cima de un montículo, advirtió que los tolomeanos habían dado mucha importancia a aquella pequeña victoria y habían descendido desde la parte más elevada de su ciudadela para colaborar en el lanzamiento de flechas contra los asediados romanos. César hizo llamar al canoso centurión primipilus de la Sexta legión, Décimo Carfuleno.