– ¿Y los funcionarios de la ciudad? -preguntó César.
– Los últimos han sido desterrados -contestó Apolodoro-; los embarqué en una nave con rumbo a Macedonia. Cuando llegué con la nueva guardia real, encontré al Registrador intentando quemar todos los estatutos y ordenanzas, y al Contable intentando hacer lo mismo con los libros de cuentas. Afortunadamente, llegué a tiempo de impedirlo. El tesoro de la ciudad se encuentra bajo el Serapeum, y las oficinas municipales forman parte del recinto. Todo eso ha sobrevivido a la guerra.
– ¿Escoger hombres nuevos para estos cargos? ¿Cómo fueron elegidos los anteriores?
– Por sorteo entre los macedonios de alto rango, la mayoría de los cuales han muerto o huido.
– ¿Por sorteo? ¿Quieres decir que echaron a suertes los cargos?
– Sí, César, por sorteo. Pero los resultados estaban amañados, naturalmente.
– Bueno, eso resulta más barato que celebrar unas elecciones, que es el método romano. ¿Y ahora qué vamos a hacer?
– Nos reorganizaremos -dijo Cleopatra con firmeza-. Me propongo prohibir el sorteo y en lugar de ello celebrar elecciones. Si el millón de nuevos ciudadanos votan por una selección de candidatos, constatarán que tienen voz en la política.
– Eso depende seguramente de la selección de pretendientes. ¿Piensas permitir que se presente todo aquel que se postule?
Cleopatra entornó los párpados con expresión cautelosa.
– Aún no me he decidido respecto al proceso de selección -contestó, evasiva.
– ¿No crees que los griegos se sentirán excluidos si los judíos y méticos gozan del derecho de ciudadanía? ¿Por qué no conceder el derecho de voto a todo el mundo, incluidos los híbridos egipcios? Considéralos tu censo principal o limita su poder de votación si no queda otro remedio, pero concédeles la simple ciudadanía.
Pero César leyó en el rostro de ella que eso era ir demasiado lejos.
– Gracias, Apolodoro, Hapd'efan'e, podéis marcharos -dijo él, ahogando un suspiro.
– Así que estamos solos -dijo Cleopatra, haciéndolo levantarse de la silla y tenderse junto a ella en un triclinio-. ¿Estoy haciéndolo bien? Estoy gastando el dinero según tus instrucciones: damos de comer a los pobres y retiramos los escombros. Hemos contratado a todos los constructores para edificar casas corrientes. Asimismo, hay dinero suficiente para iniciar la reconstrucción de edificios públicos, porque para ese fin he sacado mis propios fondos de las cámaras del tesoro. -Sus ojos grandes y amarillos destellaron-. Tienes razón; es la manera de conseguir el afecto del pueblo. Cada día salgo a lomos de mi asno con Apolodoro para ver a la gente, para consolarla. ¿Me gano así tu favor? ¿Gobierno de manera más ilustrada?
– Sí, pero aún tienes mucho que aprender. Cuando me digas que has concedido el derecho de voto a todo tu pueblo, lo habrás conseguido. Posees una autocracia natural, pero no eres suficientemente observadora. Ahí tienes a los judíos, son conflictivos, pero tienen aptitudes. Trátalos con respeto, pórtate siempre bien con ellos. En tiempos difíciles serán tu mayor apoyo.
– Sí, sí -contestó Cleopatra impaciente, cansada de tanta seriedad-. Tengo otra cosa de qué hablar contigo, amor mío. César entornó los ojos.
– ¿De verdad? -dijo.
– Sí, de verdad. Sé qué vamos a hacer con nuestros dos meses, César.
– Si los vientos me fueran favorables, iría a Roma.
– Pero no lo son, así que remontaremos el Nilo hasta la primera catarata. -Se dio unas palmadas en el vientre-. La faraona debe mostrar al pueblo que es fecunda.
César frunció el entrecejo.
– Estoy de acuerdo en que la faraona debe hacerlo, pero yo he de quedarme aquí en el Mare Nostrum e intentar mantenerme al corriente de los asuntos del mundo.
– ¡Me niego a escuchar! -exclamó Cleopatra-. Me tienen sin cuidado los acontecimientos que tienen lugar alrededor de vuestro mar. Tú y yo vamos a zarpar en el barco de Tolomeo Filopator para ver el verdadero Egipto, el Egipto del Nilo.
– No me gustan las presiones, Cleopatra.
– Es por tu salud, tonto. Dice Hapd'efan'e que necesitas un descanso como es debido, no una prolongación de tus obligaciones. ¿Y qué mayor descanso puede haber que un viaje en barco? Por favor, te lo ruego, concédeme este deseo. César, una mujer necesita guardar recuerdos de un idilio con su amado. Nosotros no hemos tenido idilio, y los demás no podemos verte siempre como el dictador César, aunque tú te veas así. Por favor. Por favor.
4
Tolomeo Filopator, el cuarto de aquellos que llevaban el nombre de Tolomeo, no había sido uno de los más vigorosos soberanos de su estirpe; sólo dejó a Egipto dos legados tangibles: los dos grandes barcos que construyó. Uno era para navegar por el mar y medía-ciento treinta metros de eslora y veinte de manga. Tenía seis bancos de remos y cuarenta hombres por banco. El otro era una barcaza de río, con menos fondo y sólo dos bancos de remos, con diez hombres por banco, y medía ciento seis metros de eslora y doce de manga.
La barcaza de Filopator estaba guardada en un cobertizo a la orilla del río, no lejos de Menfis, y había sido primorosamente cuidada durante los ciento sesenta años que llevaba construida: humedecida y engrasada, pulida, reparada continuamente, y utilizada siempre que el faraón navegaba por el río.
El Filopator del Nilo, como Cleopatra llamaba a este barco, contenía grandes habitaciones, baños, una galería de columnas en la cubierta para unir las salas de recepción de la popa y la proa, de las cuales una era para audiencias y la otra para banquetes. Debajo de la cubierta y por encima de la hilera de remos estaban los aposentos privados del faraón y los alojamientos para gran número de servidores. La cocina de a bordo consistía solamente en una zona de braseros aislada del resto mediante pantallas; los preparativos para grandes comidas se llevaban a cabo en la ribera, ya que la gran embarcación avanzaba aproximadamente a la misma velocidad que un legionario a paso de marcha, y docenas de servidores la seguían por la orilla este; mientras que la orilla oeste era un mundo reservado a los muertos y los templos.
Tenía incrustaciones de oro, ámbar, marfil, delicados trabajos de marquetería y muebles de las mejores maderas del mundo incluida la madera de cidro de los montes Atlas, la más exquisita que César había visto jamás; y la suya era una opinión muy autorizada, considerando que los romanos acaudalados habían convertido la recolección de madera de cidro en un arte. Los pedestales eran de criselefantina -una mezcla de oro y marfil-; las estatuas eran obra`de Praxíteles, Mirón e incluso Fidias; había pinturas de Zeuxis y Parrasio, Pausias y Nicias, y tapices de tal riqueza que competían con las pinturas en el realismo de sus detalles. Las alfombras que lo cubrían todo eran persas, y las cortinas de hilo transparente estaban teñidas de los colores apropiados para cada una de las habitaciones.
Viejo amigo Craso, pensó César, por fin creo tus historias acerca de la increíble riqueza de Egipto. Es una lástima que no estés aquí para ver esto, un barco para un dios en la tierra.
El avance río abajo se realizaba mediante velas de púrpura tirio, ya que en Egipto el viento siempre soplaba desde el norte; luego, a la vuelta, la fuerza de los remos contaba con la ayuda de la impetuosa corriente del río, que fluía en dirección norte hacia el Mare Nostrum. César nunca vio a los remeros, no tenía idea de cuál era su raza ni de cómo los trataban; en otras partes los remeros eran personas libres con rango profesional, pero Egipto no era tierra de hombres libres. Cada noche, antes de ponerse el sol, el Filopator del Nilo se amarraba a la orilla este en algún embarcadero real que ningún otro barco podía contaminar.