Выбрать главу

– Podemos mirarlo con perspectiva y considerarlo publicidad gratuita -dije, pero la broma sonó falsa-. No nos lo quitaremos totalmente de encima hasta que lo metan en la cárcel para siempre, y puede que ni siquiera entonces.

– Supongo que para ti es un momento decisivo -susurró.

Puse mi mejor y más sincera mirada romántica y le apreté la mano.

– No -le dije, de la manera más teatral que pude-. Lo único decisivo para mí eres tú.

Hizo como si se metiera un dedo en la garganta para vomitar y sonrió. La sombra de Faulkner se disipó durante un rato. Alargué mi mano hacia la suya y se llevó mis dedos a la boca para chupar los restos de helado que había en ellos.

– Venga -dijo, y los ojos le brillaron a causa de un apetito diferente-. Vamos a casa.

Pero cuando llegamos a casa había un coche aparcado en la entrada. Lo reconocí nada más verlo a través de los árboles: el Lincoln de Irving Blythe. En cuanto detuvimos el coche, él abrió la puerta del suyo y salió, dejando que sonara la música clásica de la emisora de la radio pública, una música que flotaba melosa en el aire quedo de la noche. Rachel le saludó y entró en la casa. Vi que encendía las luces de nuestro dormitorio y que bajaba las persianas. Irv Blythe había elegido el momento idóneo si lo que pretendía era interponerse entre mi persona y una vida amorosa activa.

– ¿En qué puedo ayudarle, señor Blythe? -le pregunté en un tono que dejaba claro que el hecho de ayudarlo en aquel instante estaba muy al final en mi lista de prioridades.

Tenía las manos metidas hasta el fondo de los bolsillos. Vestía una camisa de manga corta metida por dentro de la cintura elástica de los pantalones, que los llevaba muy subidos, por encima de lo que quedaba de su antigua barriga, y de esa manera daba la impresión de que tenía las piernas demasiado largas en relación al cuerpo. Habíamos hablado poco desde que acepté investigar las circunstancias de la desaparición de su hija. En realidad, trataba casi siempre con su mujer. Repasé los informes policiales, hablé con los que habían visto a Cassie durante los días previos a su desaparición y reconstruí los movimientos que llevó a cabo en los últimos días de su vida. Pero había pasado demasiado tiempo para que los que la recordaban pudiesen aportar datos nuevos. En algunos casos, incluso tenían problemas para recordar cualquier cosa. Hasta el momento, no había encontrado nada extraordinario, pero decliné la oferta de un anticipo similar al que había disfrutado Sundquist durante tanto tiempo. Les dije a los Blythe que les presentaría una factura sólo por las horas de trabajo. Con todo, aunque Irv Blythe no me mostrase abiertamente su hostilidad, yo aún tenía la sensación de que hubiese preferido que no me involucrara en la investigación. No estaba seguro de en qué medida los acontecimientos del día anterior habían afectado a nuestras relaciones. Al final, fue Blythe quien sacó el asunto a colación.

– Ayer, en casa… -empezó a decir, pero se calló.

Esperé.

– Mi mujer cree que le debo una disculpa -se puso muy colorado.

– ¿Usted qué opina?

Fue de lo más franco.

– Opino que me gustaría creer a Sundquist y al hombre que trajo consigo. Me molestó que usted disipase las esperanzas que me dieron.

– Eran falsas esperanzas, señor Blythe.

– Señor Parker, hasta entonces no habíamos tenido esperanza alguna.

Se sacó las manos de los bolsillos y empezó a rascarse en el centro de las palmas como si allí quisiera localizar la fuente de su pena y arrancársela como se arranca una astilla. Vi que tenía llagas medio cicatrizadas en el dorso de una mano y en la cabeza, allí donde el dolor y la frustración le habían llevado a herirse a sí mismo.

Era el momento de aclarar las cosas entre nosotros.

– Tengo la sensación de que no le gusto mucho -le dije.

Dejó de rascarse la mano derecha y la agitó levemente en el aire, como si intentase agarrar el sentimiento que yo le inspiraba y arrebatárselo al aire para poder mostrármelo sobre la palma arrugada y llagada de su mano en lugar de verse obligado a traducirlo a palabras.

– No se trata de eso. Estoy seguro de que es muy bueno en lo suyo. Pero es que he oído hablar de usted. He leído las noticias de los periódicos. Sé que resuelve casos difíciles y que ha descubierto la verdad acerca de gente que llevaba años desaparecida, incluso más tiempo del que lleva desaparecida Cassie. El problema es, señor Parker, que por lo general esa gente está ya muerta cuando la encuentra. Quiero que mi hija vuelva viva. -Estas últimas palabras las dijo de manera precipitada y con voz temblorosa.

– Y usted cree que el hecho de contratarme viene a ser como admitir que ella se ha ido para siempre, ¿verdad?

– Algo por el estilo.

Fue como si las palabras de Irv Blythe me hubiesen abierto unas heridas ocultas que, al igual que sus llagas a flor de piel, sólo estaban cicatrizadas a medias. Había algunas personas a las que yo no había logrado salvar, eso era cierto, y había otras que incluso murieron mucho antes de que yo empezara a atisbar siquiera la naturaleza del peligro que se cernía sobre ellas. Pero había hecho un pacto con mi pasado que se basaba en el convencimiento de que, a pesar de haber fallado mientras protegía a determinadas personas, a pesar de haber fallado incluso a la hora de proteger a mi mujer y a mi hija, yo no era del todo responsable de lo que les había ocurrido. Alguien me había arrebatado a Susan y a Jennifer, e incluso si me hubiese quedado con ellas las veinticuatro horas del día a lo largo de noventa y nueve días, esa persona habría esperado hasta que el día que hacía cien me diese la vuelta durante un momento para acabar con ellas. Me debatía entre dos mundos: el mundo de los vivos y el mundo de los muertos, y en ambos procuraba mantener un poco de paz. Era todo cuanto podía hacer. Pero no estaba dispuesto a tolerar que mis errores los juzgase alguien como Irving Blythe. Ya no.

Le abrí la puerta del coche.

– Se está haciendo tarde, señor Blythe. Lamento no poder ofrecerle el consuelo que usted quiere. Todo lo que puedo decirle es que seguiré preguntando. Seguiré intentándolo.

Asintió y echó una mirada a la marisma, pero no hizo ademán de entrar en el coche. La luz de la luna se reflejaba en las aguas y la vista de los canales relucientes pareció inducirlo a un examen de conciencia.

– Señor Parker, sé que está muerta -dijo en voz baja-. Sé que no va a volver a casa viva. Todo lo que quiero es enterrarla en algún lugar bonito y tranquilo donde pueda descansar en paz. No creo en los finales. No creo que esto pueda acabar alguna vez para nosotros. Sólo quiero darle sepultura y que mi mujer y yo podamos ir a verla y dejar unas flores a los pies de su tumba. ¿Me comprende?

Estuve a punto de tocarlo, pero Irving Blythe parecía de los que rechazan un gesto así entre dos hombres. En vez de eso, le dije de la manera más amable que pude: