El anciano hizo una mueca involuntaria por el dolor que le ocasionaron aquellas palabras, pero el joven no pareció darse cuenta. Epstein se percató de la ira y del sufrimiento que se reflejaban en su cara.
– ¿Hablas de ti o de mi hijo? -le preguntó con dulzura.
– No ha contestado a mi pregunta.
– Es el Creador: todas las cosas proceden de Él. No pretendo descifrar los designios de Dios. Por esa razón leo la Cábala. Aún no entiendo todo lo que dice, pero poco a poco la voy desentrañando.
– ¿Y qué dice para explicar la tortura y la muerte de su hijo?
Esa vez, incluso Ángel notó el dolor que aquella pregunta le había causado al anciano.
– Lo siento -se disculpó ruborizándose-. A veces me irrito mucho.
Epstein inclinó la cabeza para darle a entender que se hacía cargo.
– Yo también me irrito -le dijo, y retomó el tema-. Creo que la Cábala habla de la armonía existente entre el mundo de arriba y el mundo de abajo, entre lo visible y lo invisible, entre el bien y el mal. Habla de ángeles que se mueven entre el mundo superior y el mundo inferior. Ángeles de verdad, no personas que se llamen así -y sonrió-. Mis lecturas me llevan a preguntarme a veces por la naturaleza de tu amigo Parker. En el Zohar está escrito que los ángeles tienen que vestirse con las ropas de este mundo cuando están en él. Me pregunto si ocurre lo mismo con los ángeles buenos y con los malos; es decir, si ambos huéspedes tienen que andar disfrazados por este mundo. Se dice que los ángeles de las tinieblas serán arrasados por otra aparición: la de los ángeles exterminadores, unos ángeles que traerán plagas, alentados por la cólera vengadora de Dios, dos huestes de sirvientes suyos que lucharán entre sí, porque el Todopoderoso creó el mal para servir a sus propósitos, al mismo tiempo que creó el bien. Si no creyese lo que dice el Zohar, la muerte de mi hijo no tendría ningún sentido. Estoy obligado a creer que su sufrimiento forma parte de un designio superior que no puedo comprender, que se trata de un sacrificio llevado a cabo en nombre del bien supremo y último. -Se inclinó hacia delante para acercarse a Ángel-… Tal vez tu amigo sea un ángel. Un agente de Dios, un ángel exterminador que ha sido mandado para que restaure la armonía entre los dos mundos. Pero, al igual que nosotros desconocemos su naturaleza, puede que él también la desconozca.
– No creo que Parker sea un ángel -dijo Ángel-. Ni siquiera creo que él lo crea. Y si le da por creerlo, su novia lo internará en un psiquiátrico.
– ¿Crees que lo que te digo son fantasías de viejo? Tal vez lo sean. Pues sí, son las fantasías de un viejo. -E hizo como si apartara aquellas fantasías con un digno gesto de la mano-. ¿Y qué te trae por aquí, Ángel?
– Vengo a pedirle algo.
– Te daré cuanto esté en mi mano. Castigaste al que me arrebató a mi hijo.
Porque fue Ángel quien mató a Pudd, que a su vez había matado a Yossi, el hijo de Epstein. Pudd, también llamado Leonard, el hijo de Aaron Faulkner.
– Así es -le dijo Ángel-. Y ahora voy a matar al que ordenó su muerte.
Epstein parpadeó.
– Está en la cárcel.
– Van a soltarlo.
– Si lo ponen en libertad, habrá hombres que lo protegerán y lo mantendrán fuera de tu alcance. Para ellos, Faulkner es muy importante.
Aquellas palabras dejaron preocupado a Ángel.
– No lo entiendo. ¿Por qué es tan importante?
– Por lo que representa -le contestó Epstein-. ¿Sabes lo que significa el mal? Es la ausencia de empatía. De ahí brota todo el mal. Faulkner es como un ente vacío, un ser sin empatía alguna, y ése es el mayor grado de maldad que puede darse en este mundo. Pero Faulkner es peor aún, porque tiene la capacidad de drenar la empatía de los demás. Es una especie de vampiro espiritual que propaga su infección. Y tanta maldad genera aún más maldad, tanto en los hombres como en los ángeles, y ésa es la razón por la que se empeñan en protegerle.
»Pero tu amigo Parker está atormentado por la empatía, por la capacidad de sentir. Es todo lo contrario que Faulkner. Parker es destructivo e irascible, pero la suya es una ira justa. No se trata simplemente de cólera, que es pecaminosa y va contra Dios. Miro a tu amigo y aprecio en él un propósito más noble. Si el bien y el mal son creaciones del Todopoderoso, entonces el mal que recayó sobre Parker, es decir, la pérdida de su mujer y de su hija, fue el instrumento de un bien superior, como lo fue la muerte de Yossi. Fíjate en los hombres a los que ha dado caza. Con ello ha traído la paz a otros, tanto a vivos como a muertos; ha restablecido el equilibrio, y todo eso surge del dolor que tuvo que soportar y que continúa soportando. Yo, al menos, veo la mano de Dios en la manera en que Parker ha reaccionado ante su desgracia.
Ángel movió la cabeza con gesto incrédulo.
– Así que para él y para todos nosotros se trata de una especie de prueba, ¿no?
– No, no se trata de una prueba, sino de una oportunidad para demostrarnos que somos dignos de alcanzar la salvación, para crear esa salvación para nosotros mismos, quizás incluso para volvernos la salvación misma.
– A mí me preocupa más este mundo que el otro.
– No se diferencia uno del otro. No están separados sino unidos. El cielo y el infierno empiezan aquí.
– Bueno, uno de ellos seguro que sí.
– Estás lleno de ira, ¿verdad?
– Casi. Si tengo que escuchar otro sermón me desbordaré.
Epstein levantó las manos en señal de rendición.
– Así que has venido porque quieres que te ayudemos. Pero que te ayudemos en qué.
– Roger Bowen.
A Epstein se le ensanchó la sonrisa.
– Será un verdadero placer.
18
Tras mi entrevista con Adele Foster regresé a Charleston. Su marido comenzó a visitar el LapLand poco antes de suicidarse, y en el LapLand era donde trabajaba Tereus. Tereus me había insinuado que Elliot sabía más de lo que me contaba acerca de la desaparición de la madre y de la tía de Atys, y, según Adele Foster, Elliot y el grupo de amigos de la adolescencia estaban amenazados por alguna fuerza externa. Aquel grupo incluía a Earl Jr. y a los tres hombres que habían muerto: Landron Mobley, Grady Gruett y James Foster. Volví a telefonear a Elliot pero en vano. Entonces decidí pasarme por su oficina, que se encuentra junto al cruce de Broad y Meeting; un cruce al que los lugareños llaman las Esquinas de las Cuatro Leyes, ya que en cada una de las esquinas se alzan la iglesia de San Miguel, la corte Federal, el Palacio de Justicia estatal y el Ayuntamiento. Elliot ocupaba un edificio en el que había otros dos bufetes de abogados, y los tres compartían una única entrada en la planta baja. Me fui derecho al tercer piso, pero no había señal alguna de actividad detrás de la puerta de cristal esmerilado. Me quité la cazadora, la apoyé contra la puerta y rompí el cristal con la culata de la pistola. Metí la mano por el agujero y abrí.
Una pequeña habitación en la que había una mesa y unas estanterías repletas de expedientes servía de antesala al despacho de Elliot. La puerta no estaba cerrada con llave. Dentro, alguien había abierto los cajones de los archivadores y desperdigado los expedientes por la mesa y las sillas. Quienquiera que hubiese registrado el despacho, sabía qué estaba buscando. No encontré ningún fichero ni libro de direcciones, y, cuando intenté acceder al ordenador, me resultó imposible pues tenía una contraseña de acceso. Me pasé cinco minutos revisando los expedientes por orden alfabético, pero no encontré ninguno relacionado con Landron Mobley ni con Atys Jones que ya no tuviese. Apagué las luces, pasé por encima de los cristales rotos y cerré la puerta.
Adele me había dado una dirección de Hampton en la que podría localizar a Phil Poveda, uno de los integrantes del entonces ya menguado grupo de amigos. Llegué justo a tiempo de encontrarme con un hombre alto, de largo pelo entrecano y con barba, que cerraba la puerta del garaje desde dentro. Cuando me acerqué, se detuvo. Me miró nervioso y asustado.