Выбрать главу

Y toda aquella ira iba dirigida al negro que le amenazaba en su propio bar.

– ¿Se puede saber qué está pasando aquí? -le preguntó Little Tom.

Louis se rió.

– Una expiación. Eso es lo que está pasando aquí.

Son las diez y diez cuando la mujer se incorpora. La llaman abuela Lucy, aunque aún no ha cumplido los cincuenta y es una mujer hermosa, con un brillo juvenil en los ojos y apenas unas arrugas en su piel oscura. A sus pies está sentado un niño de siete u ocho años, aunque muy alto para su edad. En la radio, Bessie Smith canta Weeping Willow Blues.

La mujer a la que llaman abuela Lucy sólo lleva un camisón y un chal, y está descalza. Aun así se levanta, se dirige al portón y baja los escalones con pasos leves y medidos. Detrás de ella va el niño, su nieto. La llama: «Abuela Lucy, ¿qué pasa?», pero ella no contesta. Más tarde le hablará de los mundos que hay dentro de otros mundos, de los lugares en que la membrana que separa a los vivos de los muertos es tan delgada, que unos y otros se ven y se tocan. Le hablará de la diferencia que existe entre los habitantes del día y los habitantes de la noche, de las peticiones que los muertos hacen a los que dejaron aquí atrás.

Y le hablará del camino que todos andamos y que todos compartimos, tanto los vivos como los muertos.

Pero, de momento, se ajusta el chal y continúa caminando en dirección al bosque, donde se detiene y espera bajo la noche sin luna. Entre los árboles hay una luz, como si un meteoro hubiera descendido de las alturas y estuviese desplazándose a ras de suelo, llameando y sin embargo sin llamear, ardiendo pero sin arder. No desprende calor, pero algo resplandece en el centro de la luz aquella.

Y, cuando el niño mira a los ojos de su abuela, ve a un hombre en llamas.

– ¿Os acordáis de Errol Rich? -preguntó Louis.

Nadie contestó, pero un músculo se contrajo en la cara de Clyde Benson.

– He preguntado que si os acordáis de Errol Rich.

– No sabemos de qué estás hablando, chico -dijo Hoag-. Te equivocas de personas.

La pistola giró y dio una sacudida en la mano de Louis. El pecho de Willard Hoag empezó a escupir sangre por el agujero que tenía en el corazón. Dio un traspié hacia atrás, derribando un taburete, y cayó de espaldas. La mano izquierda tanteaba el suelo como si buscase algo. Después dejó de moverse.

Clyde Benson empezó a dar gritos y, a partir de ese instante, todo fue a peor.

Little Tom se tiró al suelo detrás de la barra y buscó la escopeta que guardaba debajo del fregadero. Clyde Benson le arrojó a Ángel un taburete y salió corriendo hacia la puerta. Llegó hasta el aseo de hombres antes de que su camisa sufriera dos desgarros a la altura del hombro. Salió dando traspiés por la puerta trasera y se perdió, sangrando, en la oscuridad. Ángel, que le había disparado, fue tras él.

El canto de los grillos cesó de repente y el silencio de la noche adquirió una rara cualidad premonitoria, como si la naturaleza aguardara las consecuencias inevitables de lo que estaba sucediendo en el bar. Benson, desarmado y sangrando, casi había llegado al aparcamiento cuando el pistolero le alcanzó. Resbaló y cayó lastimosamente al suelo, salpicándolo todo de sangre. Empezó a arrastrarse hacia la hierba alta, como si creyese que llegando allí tendría alguna posibilidad de salvarse. Una bota le hizo palanca bajo el pecho, traspasándolo de un dolor ardiente mientras lo forzaba a darse la vuelta. Apretaba fuertemente los ojos. Cuando volvió a abrirlos, el hombre de la camisa chillona le apuntaba con su pistola a la cabeza.

– No lo hagas -suplicó Benson-. Por favor.

La expresión del joven se mantenía impasible.

– Por favor -rogó Benson sollozando-. Me arrepiento de mis pecados. He encontrado a Jesús.

El dedo apretó el gatillo y el hombre llamado Ángel dijo:

– Entonces no tienes que preocuparte por nada.

En la oscuridad de sus pupilas hay un hombre ardiendo. Tiene la cabeza, los brazos, los ojos y la boca envueltos en llamas. No tiene piel, ni pelo, ni ropa. Sólo es fuego en forma de hombre y dolor en forma de fuego.

– Pobre niño -susurra la mujer-. Pobrecito.

Las lágrimas acuden a sus ojos y le caen con suavidad por las mejillas. Las llamas empiezan a parpadear y a temblar. La boca del hombre en llamas se abre y el hueco sin labios moldea unas palabras que sólo la mujer oye. El fuego se extingue, pasando del blanco al amarillo, hasta que al final sólo se distingue su silueta, negro sobre negro, y luego no quedan sino los árboles, y las lágrimas, y el tacto de la mano de la mujer en la mano del niño.

– Vamos, Louis. -Y vuelve con él a la casa.

El hombre en llamas descansa en paz.

Cuando Little Tom se incorporó con la escopeta, se encontró ante un local vacío y con un cadáver tendido en el suelo. Tragó saliva y se dirigió a la izquierda, hacia el final de la barra. Había dado tres pasos cuando la madera astillada y las balas le desgarraron el muslo y le hicieron añicos el fémur izquierdo y la espinilla derecha. Se desplomó y gritó cuando la pierna herida pegó contra el suelo, pero aún se las arregló para vaciar los dos cañones contra la madera barata de la barra, formando una lluvia de perdigones, de astillas y de cristales rotos. Le llegaba el olor de la sangre, de la pólvora y del whisky derramado. Los oídos le zumbaban cuando cesó el estrépito, y entonces sólo se oyó el gotear del líquido y el crujido de las astillas que caían al suelo.

Y pisadas.

Miró a la izquierda y vio a Louis de pie. El cañón de la SIG apuntaba al pecho de Little Tom. Le quedaba un poco de saliva en la boca y se la tragó. La sangre brotaba de su muslo a causa de la arteria rota. Intentó detener la hemorragia con la mano, pero la sangre le manaba entre los dedos.

– ¿Quién eres? -preguntó Little Tom. De afuera llegó el sonido de dos disparos: Clyde Benson moría tirado en el suelo.

– Voy a preguntártelo por última vez: ¿te acuerdas de un hombre llamado Errol Rich?

Little Tom negó con la cabeza.

– Mierda, no sé…

– Lo quemaste tú. Tienes que acordarte de él.

Louis apuntó con la SIG al puente de la nariz del dueño del bar. Little Tom levantó la mano derecha y se cubrió la cara.