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Tras la única lente reluciente y gris de la cámara había un oscuro cilindro sobre el cual dos hileras de pequeñas y destellantes luces formaban ondas siguiendo una complicada pauta que parecía repetirse una y otra vez. Algo en las repetitivas ondas afectó a Gordon en su interior, aunque no podía precisar cómo. Era difícil apartar la vista de las hileras de parpadeantes puntos.

La máquina estaba rodeada de una nube de denso vapor. Y aunque el cristal era grueso, Gordon sintió una leve sensación de frío procedente del extremo opuesto de la sala.

El Primer Funcionario, doctor Edward Taigher, tomó a Gordon del brazo y se colocó frente al ojo de cristal.

—Cíclope —dijo—, me gustaría presentarte al señor Gordon Krantz. Ha mostrado credenciales que lo acreditan como Inspector de Correos del Gobierno de Estados Unidos y representante de la República Restablecida.

«Señor Krantz, le presento a Cíclope.

Gordon miró la lente perlada, las luces destellantes y la niebla que la envolvía y tuvo que sofocar la sensación de ser un niño que se ha extralimitado gravemente en sus mentiras.

—Es un placer conocerlo, Gordon. Por favor, siéntese.

La amable voz poseía un timbre humano perfecto. Venía de un altavoz situado en el extremo de la mesa de roble. Gordon se sentó en una silla tapizada que le ofreció Peter Aage. Hubo una pausa. Luego, Cíclope volvió a hablar.

—Las noticias que trae son estupendas, Gordon. Después de tantos años de cuidar de la gente del bajo Willamette Valley parecen casi demasiado buenas para ser ciertas. —Otro breve silencio—. Ha sido reconfortante trabajar con mis amigos que insisten en llamarse mis «Funcionarios». Pero también ha sido solitario y duro, pues creíamos que el resto del mundo estaba en ruinas. Por favor, Gordon, contésteme. ¿Sobrevive aún alguna de mis hermanas en el este?

Gordon parpadeó y negó con la cabeza.

—No, Cíclope —dijo cuando recuperó la voz—. Lo lamento. Ninguna de las otras grandes máquinas escapó de la destrucción. Me temo que tú eres la última de tu especie que continúa viva.

Aunque le apenaba tener que dar aquella noticia, esperaba que fuera un buen presagio de poder empezar a decir la verdad.

Cíclope se quedó silenciosa un largo instante. Seguramente fue la imaginación de Gordon lo que oyó un leve suspiro, casi un sollozo.

Durante la pausa, las diminutas luces siguieron destellando, como haciendo señales una y otra vez en algún secreto lenguaje. Gordon sabía que tenía que seguir hablando o se perdería en aquel hipnótico movimiento.

—Mmm, de hecho, Cíclope, la mayoría de las grandes computadoras murieron en los primeros segundos de la guerra. Por las vibraciones electromagnéticas. No puedo evitar sentirme intrigado por saber cómo sobreviviste tú.

—Ésa es una buena pregunta. Sobreviví gracias a un afortunado accidente de cronometraje. La guerra estalló en el Día del Visitante, aquí, en el Laboratorio. Cuando llegaron las vibraciones yo estaba por casualidad en mi caja Faraday haciendo una demostración pública. O sea que…

Interesado como estaba en la historia de Cíclope, Gordon experimentó una momentánea sensación de triunfo. Él había tomado la iniciativa en esta entrevista, haciendo preguntas exactamente como lo haría un «Inspector Federal». Echó una ojeada a los rostros sobrios de los Funcionarios humanos y supo que había logrado una pequeña victoria. Verdaderamente se lo estaban tomando muy en serio.

Tal vez aquello saldría bien, después de todo.

Aun así, evitó mirar las ondas de luces. Y pronto notó que comenzaba a sudar, pese a la frialdad del lugar, cerca del panel de vidrio superhelado.

8

Las reuniones y negociaciones concluyeron en cuatro días. De pronto, antes de estar realmente preparado, llegó de nuevo la hora de partir. Peter Aage caminaba a su lado, ayudándole a llevar sus dos ligeras alforjas hacia los establos donde les estaban preparando las monturas.

—Siento que esto le haya hecho perder tanto tiempo, Gordon. Sé que ha estado ansioso por volver a su tarea de reorganizar la red postal. Cíclope sólo quería fijar el mejor itinerario para usted, para que pueda atravesar el norte de Oregón con mayor facilidad.

—Está bien, Peter. —Gordon se encogió de hombros, fingiendo—. El retraso no me ha perjudicado, y aprecio la ayuda.

Anduvieron un rato en silencio; los pensamientos de Gordon eran una vorágine. «Si Peter supiera hasta qué punto hubiese preferido quedarme. Si hubiera algún medio…»

Gordon había llegado a apreciar la austera comodidad de su habitación de invitado, frente a la Morada de Cíclope, las abundantes y agradables comidas en la sala de Funcionarios, la impresionante biblioteca de libros bien cuidados. Quizás echaría de menos sobre todo la luz eléctrica junto a su cama. Las cuatro últimas noches había leído hasta quedarse dormido, un hábito de juventud que había despertado enseguida tras un largo sueño.

Un par de guardianes con chaqueta marrón se llevaron la mano a la gorra cuando Gordon y Aage doblaron la esquina de la Morada de Cíclope y empezaron a cruzar un campo abierto en su camino hacia los establos.

Mientras esperaba a que Cíclope concluyera su itinerario, Gordon había visitado gran parte del área que rodeaba Corvallis y hablado con docenas de personas sobre el cultivo científico, sobre la sencilla pero técnicamente avanzada artesanía y sobre la teoría existente tras la libre confederación que hacía posible la paz de Cíclope. El secreto del valle no tenía complicaciones. Nadie quería luchar, pues eso significaba quedar excluido del prodigioso cuerno de la abundancia prometido por la gran máquina para algún día.

Pero una conversación en particular se le quedó grabada. La había mantenido la noche anterior con la Funcionaria de Cíclope más joven, Dena Spurgen.

Ella lo había retenido hasta muy tarde junto al fuego de la sala de Funcionarios, con dos de sus emisarias por carabinas, sirviéndole tazas de té hasta que le salía por las orejas, importunándolo con preguntas sobre su vida de antes y después de la guerra.

Gordon había aprendido muchos trucos para evitar mostrarse demasiado específico sobre los «Estados Unidos Restablecidos», pero carecía de defensas contra aquella clase de interrogatorio. Ella parecía poco interesada en aquello que excitaba a todos los demás: el contacto con el «resto de la nación». Estaba claro que ese proceso llevaría décadas.

No, Dena quería saber cómo era el mundo precisamente antes y después de las bombas. En concreto, estaba fascinada por el horrible y trágico año que él pasó con el teniente Van y su pelotón. Quería conocer datos sobre cada hombre de la unidad, sus defectos y flaquezas, el valor o la obstinación que le hicieron continuar luchando cuando la causa ya estaba perdida.

No… no perdida. Gordon había recordado a tiempo que debía inventar un final feliz para la Batalla de Meeker County. Llegó la caballería. Los graneros fueron salvados en el último minuto. Murieron hombres buenos. No ahorró detalles sobre la agonía de Tiny Kielre, o la valiente resistencia de Drew Simms. Pero en su relato, sus luchas no fueron inútiles.

Lo contó del modo en que debería haber pasado, deseando que hubiera sido así con una intensidad que le sorprendió. Las mujeres escuchaban con profunda atención, como si aquello fuera una maravillosa historia para antes de dormir… o los datos básicos de una materia de la que tendrían que examinarse a la mañana siguiente.