—Vamos, Gordon. ¡Ha sido divertido! Sigamos con ello.
Gordon recuperó el aliento y se secó los ojos salpicados de espuma del río.
—De acuerdo —repuso, moviendo la cabeza—. Pero con cuidado, ¿eh?
Remaron al unísono y se ladearon pronunciadamente cuando la corriente los cogió de nuevo.
—Oh, mierda —maldijo Johnny—. Creí que el último…
Sus palabras quedaron ahogadas, pero Gordon acabó la frase.
«¡Y creía que el último había sido malo!»
Los huecos entre las rocas eran estrechas y mortales tolvas. La canoa recibió horribles arañazos con la primera; después se golpeó y se inclinó peligrosamente.
—¡Aguanta con todas tus fuerzas! —gritó Gordon. Ahora no se reía, sino que luchaba por sobrevivir.
«Deberíamos haber ido andando… deberíamos haber ido andando… deberíamos haber ido andando…»
Lo inevitable sucedió pronto, incluso antes de lo que él esperaba… a menos de seis kilómetros corriente abajo. Un tronco sumergido, un tocón oculto justo al otro lado de la dura superficie rocosa de un recodo en la pared del cañón, una franja de agua arremolinada hundida en la oscuridad, hasta que fue demasiado tarde para que pudiera hacer algo más que maldecir y clavar su remo intentando virar.
Una canoa de aluminio habría podido sobrevivir a la colisión, pero ya no quedaba ninguna después de tantos años de guerra. El modelo de madera y corteza de fabricación casera se partió con un alarido de agonía que armonizaba con los gritos de las mujeres cuando todos cayeron en el agua helada.
El repentino frío los entumeció. Gordon tomó aire y se aferró a la destrozada canoa con un brazo. Lanzó la otra mano para agarrar el oscuro pelo de Heather, segundos antes de que fuese arrastrada. Luchó para contener su desesperado forcejeo y mantener la cabeza fuera del agua… mientras hacía esfuerzos por respirar entre la agitada espuma.
Al fin notó que había arena bajo sus pies. Y empleó sus últimas fuerzas en resistir el empuje del río y la succión del lodo hasta que fue capaz de izar a su jadeante carga y dejarse caer sobre la capa de putrefacta vegetación de la empinada orilla.
Heather tosía y sollozaba a su lado. Oyó a Johnny y Marcia no muy lejos y supo que también lo habían conseguido. Sin embargo, no le quedaba ni un ápice de energía para celebrarlo. Yació con la respiración entrecortada, incapaz de moverse, durante lo que le parecieron horas.
Johnny habló al fin.
—En realidad no teníamos ningún objeto que perder. Aunque supongo que mi munición se ha mojado. ¿Ha perdido su rifle, Gordon?
—Sí.
Se incorporó con un gruñido, palpándose un leve corte que se había producido en el lugar donde la canoa rota le había golpeado la frente.
Al parecer, no se habían producido heridas graves, aunque las toses estaban empezando a convertirse en un tiritar general. La ropa de que se apropiara Marcia se pegaba a la rubia amante de un modo que Gordon habría hallado interesante de no estar tan agotado.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó ella.
Gordon se encogió de hombros.
—Para empezar, volver y eliminar cualquier cosa que pueda delatar que hemos estado por aquí. —Lo miraron—. Si no encuentran nada —explicó, probablemente pensarán que hemos llegado hasta más lejos esta noche. Eso podría ser nuestra única ventaja. Después, cuando lo hayamos hecho, continuaremos por tierra.
—Nunca he estado en California —sugirió Johnny, y Gordon tuvo que sonreír. Desde que descubrieron que los holnistas tenían otro enemigo, el muchacho casi no había hablado de otra cosa.
La idea era tentadora. Sus perseguidores no esperarían que siguiesen en dirección sur.
Pero eso significaría cruzar el río. Y de todas formas, si Gordon recordaba correctamente, el Salmón River se hallaba muy al sur de allí. Aunque pudieran cruzar unos trescientos kilómetros de baronías supervivencialistas, no había tiempo. Con la primavera ya presente, lo más importante era volver a casa.
—Esperaremos en las colinas hasta que pasen nuestros perseguidores —dijo—. Luego, tendremos que intentarlo por el Coquille.
Johnny, siempre risueño y voluntarioso, no se dejó abatir por sus escasas posibilidades.
—Entonces, vamos a buscar la canoa. —Saltó a las heladas aguas, que le llegaban hasta la cintura. Gordon tomó una fuerte rama arqueada para usarla como garfio y lo siguió con más cautela. El agua le pareció tan desagradablemente helada como antes. Los pies empezaban a entumecérsele.
Casi habían alcanzado la volcada canoa, cuando Johnny gritó:
—¡El correo!
Casi en los límites del remolino se veía un brillante paquete de hule que era impulsado hacia afuera, hacia el veloz centro de la corriente.
—¡No! —gritó Gordon—. ¡Déjalo!
Pero Johnny ya se había tirado de cabeza en las impetuosas aguas. Nadó con energía hacia el paquete que se alejaba, a pesar de los gritos de Gordon.
—¡Vuelve aquí. Johnny, estás loco. Es inútil!
«¡Johnny!»
Observó desesperado cómo el bulto y el muchacho que lo seguía eran arrastrados hasta doblar la siguiente curva del río. Exactamente de allí les llegaba el fuerte y despiadado rugir de los rápidos.
Maldiciendo, Gordon se dirigió hacia la helada corriente y nadó con todas sus fuerzas para alcanzarlo. Su pulso palpitaba e inhalaba agua helada en cada ejercicio de respiración. Estuvo a punto de seguir a Johnny alrededor de la curva, pero en el último instante se asió a una rama que sobresalía y le sostuvo… en el momento preciso.
A través de la cortina de espuma vio a su joven amigo caer detrás del paquete negro en una cascada aún peor, un horrible revoltijo de dientes de ébano y salpicaduras.
—No —murmuró Gordon roncamente. Observó cómo Johnny y el paquete pasaban rápidamente sobre un saliente y desaparecían en una depresión.
Siguió mirando, a través del pelo que se le pegaba a los ojos y las cegadoras y atormentadoras gotas, pero pasaron unos minutos sin que nada emergiera de aquel terrible torbellino.
Por último, Gordon resbaló de su asidero y tuvo que retroceder. Se izó anteponiendo una mano a la otra por la inestable rama hasta que llegó a la lenta y poco profunda agua de la orilla del río. Después, mecánicamente, hizo que sus pies lo llevasen corriente arriba y se dirigió con paso cansado ante las atónitas mujeres, a la destrozada canoa de cortezas de árbol.
Usó la rama en forma de gancho para arrastrarla hasta un saliente del muro del cañón, y allí golpeó el bote hasta hacerlo pedazos, hasta convertirlo en astillas irreconocibles.
Sollozando, siguió golpeando y acuchillando el agua hasta mucho después de que los trozos se hubiesen hundido o hubieran sido arrastrados lejos.
16
Pasaron el día entre zarzas y maleza bajo un derruido bunker de hormigón. Antes de la guerra Fatal debía de haber sido el preciado refugio de algún supervivencialista, pero ahora era una ruma. Estaba destrozado, lleno de agujeros de bala y saqueado.
En una ocasión, antes de la guerra, Gordon leyó que en el campo había zonas plagadas de escondrijos como éste, habitados por hombres cuyo pasatiempo consistía en pensar en la caída de la sociedad y fantasear sobre lo que harían después de que se produjese. Habían existido clases, talleres, revistas especializadas… toda una industria para abastecer «necesidades» que iban más allá de las del leñador o el campesino medio.
A algunos les gustaba simplemente soñar despiertos, o disfrutaban con una pasión relativamente inofensiva por los rifles. Pocos eran partidarios de Nathan Holn, y la mayoría probablemente se horrorizaron cuando sus fantasías al fin se convirtieron en realidad.