—¿Qué le hace pensar que sus otros enemigos le darán esa década? —masculló Gordon—. ¿Cree que los californianos los dejarán sentarse sobre sus conquistas dándoles el tiempo suficiente para curar sus heridas y formar ese ejército?
Macklin se encogió de hombros.
—Habla con muy pocos conocimientos, mi querido amigo. Una vez que nos hayamos retirado, la débil confederación del sur se debilitará y nos olvidará. Y aunque pudieran dejar de lado sus perpetuas rencillas y unirse, esos «californianos» de los que habla precisarían toda una generación para alcanzarnos en nuestro nuevo reino. Entonces estaremos más que preparados para contraatacar.
»Por otro lado, y ésta es la parte divertida, aunque nos persiguieran, tendrían que pasar por entre sus amigos de la montaña de Sugarloaf para llegar hasta nosotros.
Macklin rió ante la expresión en el rostro de Gordon.
—¿Pensaba que no conocía su misión? Oh, señor Krantz, ¿por qué imagina que tendí una emboscada a su grupo e hice que lo trajeran hasta mí? Lo sé todo sobre la negativa del terrateniente a ayudar a nadie situado más allá de la línea que va desde Roseburg hasta el mar.
»¿No es maravilloso? La «Muralla de las Montañas Callahan» y el famoso George Powhatan defenderán su valle, y de paso, también a nuestro flanco mientras nos consolidamos en el norte… hasta que al fin estemos preparados para iniciar la Gran Campaña.
El General sonrió con aire pensativo.
—A menudo he lamentado no haberle puesto las manos encima a Powhatan. Siempre que nuestros bandos se han encontrado, él ha sido demasiado escurridizo y ha estado incordiando en otro lado. ¡Pero creo que es mejor que haya sucedido así! Que disfrute diez años más en su granja, mientras yo conquisto el resto de Oregón. Entonces le llegará el turno.
«Incluso usted, señor Inspector, estará de acuerdo en que merece lo que le ocurrirá.
No había forma de responder a eso salvo con el silencio. Macklin tocó a Gordon con la madera que estaba afilando con la fuerza suficiente para hacer que se moviera de nuevo. Como consecuencia de ello a Gordon le resultó difícil enfocar la mirada cuando la puerta principal se abrió y un par de pesados mocasines entraron en su campo de visión.
—Bill y yo hemos registrado la ladera de la montaña —oyó que el enorme Shawn le decía a su jefe—. Hemos encontrado las mismas huellas que hemos visto antes, río arriba. Estoy seguro de que es el mismo bastardo negro que rajó a aquellos centinelas.
«Bastardo negro…»
Gordon musitó una palabra en silencio. «¿Phil?»
Macklin rió.
—Ahí está. ¿Entiendes, Shawn? Nathan Holn no fue racista y tú tampoco deberías serlo. Siempre he lamentado que las minorías raciales estuvieran en tal desventaja en las revueltas y el caso de la posguerra. Incluso los fuertes que hay en ellos tuvieron pocas posibilidades de sobresalir.
»Ahora considera a ese soldado negro objetivamente. Le ha cortado la garganta a tres de los guardianes del río. Es fuerte y habría sido un excelente recluta.
Pese a estar boca abajo y girando, Gordon percibió la amarga expresión de Shawn. Pero el hombre aumentado, no contradijo a su comandante en voz alta.
—Lástima que no tengamos tiempo para jugar con este tipo —continuó Macklin—. Ve y mátalo ya, Shawn.
Hubo movimiento de aire y el fornido veterano se encontró junto a la puerta de nuevo, sin decir una palabra y casi sin hacer ruido.
—Realmente habría preferido advertir a su explorador —confió Macklin a Gordon—. Hubiera sido más deportivo que su hombre supiera que se enfrentaba a algo… anormal. —Macklin rió otra vez—. Sí, en estos tiempos no siempre se puede jugar limpio.
Gordon pensó que no era la primera vez que odiaba. Pero la fría cólera que sentía ahora era distinta de cualquier cosa que recordara.
—¡Philip! ¡Corre! —gritó tan fuerte como pudo, rogando por que el sonido de su voz se impusiera al repiqueteo de la lluvia—. Cuidado, están…
El palo de Macklin restalló, golpeando a Gordon en la mejilla y haciéndole doblar la cabeza hacia atrás. El mundo se enturbió y casi desapareció en la oscuridad. Sus ojos tardaron mucho tiempo en aclararse, cegados por las lágrimas. Notó el sabor de la sangre.
—Sí —asintió Macklin—. Es usted un hombre. Le concederé eso. Cuando llegue el momento, procuraré que muera como tal.
—No me haga ningún favor —contestó Gordon entre ahogos. Macklin se limitó a hacer un gesto y continuar afilando su palo.
Unos minutos después, la puerta trasera del almacén en ruinas se abrió.
—¡Vuelve a ocuparte de las mujeres! —ordenó Macklin.
Bezoar cerró rápidamente la puerta que daba a la habitación sin ventanas que había servido de almacén, donde Marcia y Heather debían de estar atendiendo al otro prisionero que Gordon aún no había visto.
—Esto le demostrará que no todos los hombres fuertes son agradables —comentó Macklin agriamente—. Aunque él es útil. Por ahora.
Gordon no tenía ni idea de si habían pasado horas o minutos cuando escuchó un gorjeo que atravesó las ventanas tapadas con tablas. Creyó que era sólo el trino de un pájaro de río pero Macklin reaccionó rápidamente, apagando la lamparilla de aceite y echando arena al fuego.
—Esto es demasiado bueno para perdérselo —dijo a Gordon—. Parece que los muchachos están efectuando una buena cacería. Espero que me excusará durante algunos minutos. —Cogió a Gordon del pelo—. Por supuesto, si hace un solo ruido mientras estoy fuera, lo mataré en cuanto vuelva. Se lo prometo.
Gordon no pudo encogerse de hombros dada su posición.
—Vaya a reunirse con Nathan Holn en el Infierno —espetó.
Macklin sonrió.
—Indudablemente, algún día. —Un instante después el hombre aumentado ya había traspuesto el umbral de la puerta y corría a través de la oscuridad y la lluvia.
Gordon siguió colgado mientras poco a poco iba girando más despacio. Luego respiró hondo y puso manos a la obra.
Tres veces intentó izarse para alcanzar la cuerda que le rodeaba los tobillos. Cada vez volvió a caer, gruñendo por la desgarradora agonía que le producía la súbita sacudida de la gravedad. La tercera fue casi insoportable. Le zumbaron los oídos y llegó a pensar que oía voces.
Con los ojos llenos de lágrimas le pareció entrever a varios espectadores de su lucha. Todos los fantasmas que había ido acumulando con los años parecieron alinearse en las paredes. Se le ocurrió que estaban haciendo balance de su situación.
«… Toma… —lo…», dijo Cíclope hablando por todos ellos en un código de luces ondulantes en los carbones de la chimenea.
—Marchaos —murmuró Gordon colérico, resentido con su imaginación. No tenía ni tiempo ni energías que perder en tales juegos. Suspiró con fuerza preparándose para realizar un intento más; luego, se elevó con todas sus fuerzas.
En esta ocasión logró coger la cuerda, resbaladiza por la lluvia que goteaba, y la aferró fuertemente con ambas manos. Todo su cuerpo se resintió por el esfuerzo, doblado como una navaja cerrada, pero sabía que no la dejaría escapar. Ya no le quedaba nada para efectuar otro intento.
Como tenía ambas manos ocupadas no podía desatarse. Tampoco tenía con qué cortar la cuerda. «Arriba —se concentró—. Será mejor que resistas.»
Se izó despacio por la cuerda, una mano después de otra. Le temblaban los músculos que amenazaban con sufrir calambres, y tenía un intenso dolor en el pecho y en la espalda; pero al fin «se puso en pie», los tobillos rodeados por la cortante soga, sosteniéndose con fuerza y oscilando como un incensario.