– ¿Y qué sabes de un hombre llamado Henry Strong? -le pregunté.
– Ah, ése. Estuvo aquí. Ella me lo presentó como si fuera una copa de helado en medio del desierto del Sáhara. No me habría sorprendido que ella le hubiese dicho al hombre X que iba al salón de belleza y en cambio hubiese pasado la tarde estudiando la revolución a los pies de Henry Strong… o encima de sus rodillas.
– ¿Y eso es todo? -le pregunté.
– Sí… a veces viene por aquí ese Conrad, pero normalmente está con su tío.
– ¿Tío? ¿Qué tío?
– No creo que realmente sean parientes. Llegó un día aquí, llamó a la puerta y le pregunté quién iba con él, y me contestó que era su tío, pero luego sonrió como si fuese una broma.
– ¿Y qué aspecto tenía?
– Era un hombre grandote. De unos treinta y cinco, a lo mejor cuarenta. Tenía buen aspecto, pero no dijo ni una sola palabra en mi presencia, ni habló nunca con nadie.
– ¿Tenía nombre?
Liselle arrugó la cara intentando recordar. Y lo único que consiguió fue recordar el whisky que tenía en la mano. Dio un sorbito y dijo:
– Pues no, no me acuerdo de su nombre. Era un hombre muy robusto. Grandote, y oscuro.
– ¿Podía llamarse Aldridge? -pregunté.
Liselle meneó la cabeza.
– No me acuerdo -aseguró.
Entonces me eché atrás. Las ansias de una bocanada de humo me golpeaban con dureza, pero contuve las ganas de pedirle un cigarrillo a Liselle.
– ¿Conoces bien a Tina? -le pregunté.
– Ajá.
– ¿Confías en mí?
Liselle se atragantó y luego dijo:
– Ya sé que no eres mala persona, Easy. Pero como suelo decir, siempre estás metido en cosas muy raras.
– Ya ha habido dos crímenes -dije-. Los polis que vinieron aquí son más vigilantes que representantes de la ley.
– ¿Y qué quieres de ella?
– ¿Conoces a John, el camarero, verdad?
– Sí.
– Su novia, Alva, tiene un chico llamado Brawly. Está mezclado con los Primeros Hombres. Estoy intentando sacarle de este lío. Pero si puedo ayudar a Tina, lo haré también.
– ¿Y cómo se ha metido Christina en todo esto?
– Ella conoce a Conrad, que es una mala pieza…
Liselle gruñó afirmativamente.
– El padre de Brawly fue asesinado, y al otro hombre, Henry Strong, le han matado esta misma mañana…
– ¿Cómo? -exclamó Liselle.
– De modo que he pensado que cualquiera que pueda ayudar a Tina sería bienvenido.
– ¿Y qué quieres que haga yo, Easy?
– Quiero que hables con ella, que le digas quién soy y lo que piensas de mí. Si te escucha y quiere ayuda, que me llame a casa.
– No ha venido por aquí desde hace un par de días -dijo Liselle-. Pero aparecerá tarde o temprano. Tiene toda la ropa aquí en su habitación.
Anoté mi número en un envoltorio de huevos que había tirado Liselle.
Cuando ya abría la puerta para irme, Liselle me puso la mano en el brazo y dijo, con tono conspirativo:
– Ya te he hablado de lo tuyo con los problemas, ¿verdad, Easy?
– Sí, señora.
25
Feather corrió hacia mí en cuanto aparecí en la puerta.
– ¡Papi, he sacado un notable por mi trabajo sobre Juana de Arco! -gritó.
Se me echó encima y me cogió por la cintura.
– ¿Tienes que saltarme encima? -me quejé.
– He sacado un notable, papi -dijo de nuevo, ignorando mis objeciones.
– Anda, suéltame -dije yo.
Feather retrocedió, con los ojos llenos de dolor.
El perrito amarillo venía tras ella, enseñando los dientes.
– He sacado un notable -dijo, y apareció la primera lágrima.
– Lo siento, cariño, pero he tenido un día muy difícil. Me alegro mucho de tu notable. Es estupendo.
– Es un notable.
– Hola, cariño -dijo Bonnie desde la cocina.
Me sorprendió entonces notar el olor a comida en el aire.
Ella llevaba un vestido amarillo cruzado y un pañuelo de seda rojo y azul atado en el pelo. Llevaba también los pies descalzos.
– Se me había olvidado que venías a casa hoy -dije.
– Lo dices como si quisieras que me fuera…
– No, no, cariño.
Feather fue hacia Bonnie y se apretó a su lado, frunciendo el ceño y mirándome a los zapatos.
– ¿Te ha dicho Feather que ha sacado un notable? -me preguntó Bonnie.
– Sí -dije yo-. Es estupendo. A lo mejor deberíamos tomar un helado especial de postre para celebrar una nota como ésa.
El ceño de Feather se suavizó un poco y me miró ya a la altura de los hombros.
Oí el débil sonido de la sierra que procedía del patio de atrás.
– ¿Qué es eso?
– Jesus, que trabaja en su barco. -Y entonces le tocó a Bonnie el turno de fruncir el ceño.
– Hemos estado hablando -dije.
– Un niño no tiene derecho a decidir si va o no va al colegio -dijo ella.
– Jesus ha sido un hombre siempre, que yo recuerde -le dije-. Si yo me muriese mañana y tú desaparecieses, educaría a Feather completamente solo. Puedes apostar a que sí.
– ¿Estás malo, papi? -preguntó Feather.
– No, cariño, estoy bien.
– Lo único que digo -continuó Bonnie-, es que tiene que acabar su educación. Tiene que comprender lo importante que es.
– ¿Y cómo demonios eres capaz de decirme lo que necesita ese chico, si hace seis meses ni siquiera sabías que existía? -dije-. Tú no sabes nada. No sabes lo que piensa, ni adónde va. Hay montones de personas en esta misma manzana, a un lado y a otro, que tienen muchísima más educación que yo. Pero seguimos viviendo en la misma calle y vamos a trabajar cada día. ¿Cómo le voy a decir a Juice que haga algo que yo nunca he hecho? ¿Cómo puedo creerme yo toda esa mierda?
– Easy…-dijo Bonnie.
Bajó la vista hacia Feather, que estaba paralizada por mi ira.
– Simplemente digo que me dejes llevar esto a mi manera, ¿de acuerdo?
– Voy a servir la cena -dijo Bonnie.
Se dirigió hacia la cocina. Feather la siguió de cerca.
Yo me palpé el bolsillo de la camisa, pero estaba vacío. Había tirado el paquete de Chesterfield aquel mismo día. Quedaba medio cartón en el estante de arriba del armario del vestíbulo, lo sabía. Pero apreté los dientes y me quedé sentado en mi sillón. Nada me iba a afectar. Ni las exigencias de Jesus, ni los designios de Lakeland, ni mucho menos una mierda de cigarrillo.
La tela de la silla olía a humo de tabaco. Lo mismo que las yemas de mis dedos. Durante cinco minutos lo único que pude pensar era si fumar o no fumar.
Cuando finalmente me calmé, en mi mente esperaba Brawly Brown. Grande y torpe, fuerte y fácilmente influenciable. ¿O era acaso más listo de lo que parecía? ¿Era el bufón de los Primeros Hombres, o bien eran John y Alva los que estaban engañados con él? No confiaba demasiado en la opinión de Alva. Y John sólo se preocupaba por su mujer.
Si el hombre fornido que había ido a ver a Tina con Conrad era Aldridge, entonces al menos ya tenía a otra persona que estaba conectada con ambos hombres.
Aspiré aire con fuerza.
Me faltaba algo.
¿Qué me faltaba?
Un cigarrillo.
– La cena -llamó Bonnie desde la puerta de atrás.
Brawly tenía que estar metido en algo grave. Era la única forma de explicar la emboscada tendida en las casas en construcción, junto a la obra de John. No había otra posibilidad. De todos modos, Strong me dijo que me iba a llevar a ver a Brawly, pero aquello había resultado ser una mentira.
Pero si Brawly intentaba matarme, si había asesinado a Henry Strong, no se podía hacer nada para ayudarle. Al menos, yo no podía hacer nada.
«Claro que lo maté -me dijo una vez el Ratón de un hombre que había sido amigo suyo-. Ese hijo de puta se volvió contra mí. Y ya sabes que en cuanto un perro prueba tu sangre, siempre le apetecerá más.»