– ¿Qué pasa con él?
– ¿Dónde está?
– Pues no lo sé, desde luego -dijo, revelando al elegir sus palabras que era una auténtica hija del sur.
– Ah, sí, cariño -dije yo-. Sabe perfectamente dónde está, o al menos sabe quién lo sabe. De modo que no me joda.
– Señor Rawlins… -protestó ella.
– He dicho que no me joda, Issy. Ya no es hora de evasivas. Es hora de hablar a las claras.
– Pero ¿qué está diciendo?
– Estoy diciendo que es usted la que lo controla todo.
– ¿La que controla el qué?
– Es la única que conoce a todo el mundo. Brawly -dije, levantando un dedo-, Mercury…
– Ya le dije que sólo le conocía de pasada.
– … Henry Strong -dije, levantando el tercer dedo-. Y había estado saliendo con Aldridge intermitentemente durante años.
– Aldridge, sí -dijo ella-. Pero no tengo nada que ver con ninguno de los otros hombres.
– No es cierto -dije yo-. Usted estuvo con Henry Strong. Le conoció a través de Brawly y le dejó quedarse una noche o dos. Pero él no sabía que Brawly se lo había contado todo. El no sabía que Brawly le había dicho que planeaba un robo, exactamente igual que su viejo.
– Está loco -dijo Isolda, y luego se puso de pie.
– Ya le he dado un puñetazo a una mujer hoy -dije-. Y ella me gustaba.
Al oír aquello, Isolda volvió a sentarse.
– Como decía -continué yo-, Brawly le dijo lo que estaba haciendo y apuesto lo que quiera a que averiguó que Henry era un espía. Iba a huir con usted el día antes del robo.
– Esto es una locura -dijo Isolda. Ni siquiera me miraba.
– Su bikini dice otra cosa.
Ella se volvió entonces, con una pregunta en la mirada.
– He visto las fotos -dije-. Usted con un bikini marrón en una cama que no reconocí durante unos días. Al principio no me llamó la atención, pero luego estuve en otro dormitorio y me acordé.
– ¿Qué demonios está diciendo?
– Strong tomó fotos suyas en su dormitorio -dije-. Apuesto a que le hacía de modelo, y practicaba para cuando fueran a las islas.
– ¿Quién se lo ha contado? -El cuello de Issy latía.
– El mismo pajarito que me ha contado que Aldridge era el compañero del tío de Brawly en aquel robo.
– ¿Quiere decir que Hank era un espía? -preguntó ella.
– Ah, ¿no lo sabía? -pregunté. Y entonces-: Por supuesto que no lo sabía. Si lo hubiera sabido, ellos habrían aplazado el robo por ahora.
– Pero ¿de qué está hablando? -exclamó Isolda. Por entonces, ya eran sólo palabras. Sabía que la había cogido. Ahora buscaba, sencillamente, una vía de escape.
– Él se enamoró de usted. Planeaba huir con usted, irse para siempre a la playa. Pero no quería decirle que era un soplón. No. Un hombre orgulloso como el viejo Hank no haría tal cosa.
– No sé de qué está hablando, señor Rawlins.
– No. Pero ya va captando la idea. Lo veo en sus ojos -dije-. Strong le dijo que se iban en el barco el día antes del trabajo. Por lo que a él respectaba, usted no sabía nada de los planes que había hecho con Brawly y Conrad. No tenía que decirle que era un delator. Ni siquiera tenía que decirle que había tendido una trampa a los miembros de los Primeros Hombres para que atracaran una nómina, los cogieran con las manos en la masa y así desacreditaran a toda la organización.
Mi pequeño discurso produjo mucha inquietud en Isolda. Quizá no fuera correcto al cien por cien, pero yo sabía demasiado para que ella se lo tomara a la ligera. Se retorció las manos y volvió la cabeza a un lado y otro. Luego, de repente, se quedó muy seria y calmada.
– ¿Qué es lo que quiere? -me preguntó.
– Ya tengo el esquema general -dije-. Lo único que quiero es que lo llene con nombre y direcciones.
– ¿Y qué sacaré yo de todo esto?
– En primer lugar, no llamaré a los contactos en la policía de Hank ni les diré que usted estaba metida en el plan. En segundo lugar, no llamaré a John ni le diré que usted intentó embaucar a Brawly para que matase a su padre.
– No me da miedo -mintió-. Soy inocente.
– No -dije yo-. Usted no es inocente desde que iba al colegio. Lo que usted cree es que se va a poder librar de esto. Pero está equivocada. Si no me dice lo que yo quiero saber, le daré un golpe en la cabeza, la ataré como un carnero y la llevaré a la comisaría de policía en el maletero de mi coche.
No mentía, e Isolda lo sabía muy bien. No me gustaba tener que ponerme tan violento, pero era la única posibilidad que tenía de averiguar todo lo que estaba pasando.
Debí de impresionar a Isolda, porque me dijo:
– Y si oye lo que quiere oír, ¿me dejará ir?
– Veamos qué tiene que decir.
Contemplarla era algo asombroso. La belleza se desprendió completamente de su rostro. Era como una máscara, una fachada. De pronto, se mostraba dura e iracunda… casi decididamente fea.
– Tenía razón en lo mío y de Hank -me dijo-. En cuanto le vi, supe que era el hombre adecuado para mí. Tenía esa voz, vestía tan bien. Ya sabe que lo mayoría de los negros que corren por aquí son paletos de pueblo con agujeros en los vaqueros y mierda en los zapatos. Así les va bien.
– Pero a Henry no -la interrumpí.
– Brawly le trajo…
– ¿De modo que usted y Brawly todavía se hablaban?
– Pues claro que sí. Yo fui casi una madre para ese chico. Se ponía celoso cuando había un hombre a mi alrededor. Por eso se pelearon él y Aldridge…
– Entonces, ¿eso ocurrió de verdad?
– Sí -afirmó Isolda-. Pero sólo fueron un par de empujones. Se llevaban bien otra vez. Fue el whisky, que los puso como locos.
– ¿Y qué ocurrió con Henry?
– Decía que estaba cansado de intentar luchar por la igualdad de derechos, que llevaba muchos años de actividad en la política y que nada cambiaba, en realidad. Decía que iba a hacer un trato estupendo y luego retirarse a un país donde los hombres negros pudiesen ser banqueros y presidentes. Decía que quería que yo me fuese con él.
– ¿No le dijo que su dinero en realidad procedía de la policía?
– No me dijo nada de eso, sólo que iba a hacer un trato. Pero ahora que lo dice, todo encaja. Tiene razón, yo sabía lo que estaba pasando porque Brawly me lo contó. Brawly me lo cuenta todo.
– ¿Y qué tiene que ver Aldridge con todo esto?
– Brawly se lo contó a él también -susurró Isolda-. Sabía que Aldridge había estado con su tío en aquel robo, años atrás. Por eso se pelearon él y su padre entonces. Él se puso furioso con Aldridge, porque sabía que Alva se volvió loca por la muerte de su hermano. Durante mucho tiempo estuvo enfadado, pero luego le dijo a Aldridge que iba a hacer lo mismo. Iba a robar una nómina.
Hubo un momento de calma en la conversación. Isolda estaba pisando una capa de hielo muy fina, y yo tenía miedo al pensar quién podía caer con ella.
Al final, le pregunté:
– Entonces, ¿lo hizo Brawly?
– No.
No pude evitar sonreír. Aunque Isolda estuviera mintiendo, al menos protegía a Brawly.
– ¿Pues quién lo hizo? -pregunté.
– Mercury.
No me sorprendió. Mercury tenía la complexión física necesaria para el tipo de violencia que sufrió Aldridge.
No me sorprendió, pero le pregunté:
– ¿Y cómo demonios se metió Mercury en todo esto?
– Iba por ahí con nosotros. Y un día encontré unas braguitas de algodón con el nombre de esa zorrita, Tina Montes, bordado en ellas… en el cajón de Hank.
– Oh.
– Él no me había regalado ningún anillo, de modo que cuando me decía que estaba muy ocupado o que estaba cansado, yo llamaba a Mercury y él venía.
– ¿Así que le contó a Mercury lo del robo?
– No. Él ya estaba metido. Brawly le habló a Hank de Mercury y él le pidió que nos ayudara a planearlo todo. Entonces, Merc averiguó que Aldridge iba diciendo por ahí que no permitiría que Brawly participase en ningún robo. Me pidió que le hiciera venir a mi casa para poder hablar a solas con él.