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El anfitrión estaba ocupado poniendo un disco tras otro. En lugar de un reproductor de cedés, tenía un viejo gramófono y un montón de discos antiguos. Xie limpiaba cada disco cuidadosamente con un pañuelo blanco de seda, como si fuera el objeto más valioso del mundo.

La fiesta no le pareció a Chen demasiado especial. Los invitados parecían habitar un mundo cerrado, donde sólo tenía cabida la nostalgia. Bailaban lentamente al lánguido compás de la música y se deleitaban rememorando anécdotas sobre glorias pasadas, sin mostrar el menor interés en lo que sucedía en el mundo actual. ¿Qué sentido tenía este comportamiento?, se preguntó Chen.

Pero ¿qué otra cosa podían hacer? Sus «mejores» años ya habían pasado, y ahora intentaban aferrarse a la ilusión de que sus vidas tenían algún sentido, algún valor. Tal y como se preguntara Zhaungzi mucho tiempo atrás, «si tú no eres un pez, ¿cómo puedes saber qué les gusta a los peces?». Aquello no incumbía a un poli.

Chen vio de nuevo a Jiao. La muchacha se había sentado sobre el brazo del sofá en el que se hallaba Xie. Hablaron durante un par de minutos, casi susurrando. Jiao parecía muy amable con Xie, pero la mayoría de las chicas lo eran.

La muchacha llamada Yang se acercó entonces a Chen, vestida aún con el pantalón de peto, y le sonrió. Él le devolvió la sonrisa, sacudiendo la cabeza en señal de disculpa. Ella lo entendió y se dirigió a otro hombre. Cada vez hacía más calor en el salón.

Al cabo de un rato, Chen volvió a entrar en el estudio sin ser visto. Si dejaba la puerta corredera entreabierta podría ver lo que sucedía en el salón. Entre los invitados que ahora bailaban podría estar el agente de Seguridad Interna, pero no era algo que preocupara demasiado a Chen. A continuación se dirigió al cuadro en el que trabajaba Jiao. Lo impresionó: del brazo de una muchacha brotaba un jacinto que se perdía en la oscuridad de una noche iluminada por luces de neón. Chen se fijó en las revistas que había encima de una mesa colocada en un rincón junto al sofá, la mayoría publicadas en los años treinta. Se sentó en el sofá y comenzó a hojear un álbum de pintura.

Para su sorpresa, Jiao entró en el estudio calzada con chapines de tacón alto y sujetando un vaso largo y estrecho en la mano.

– Hola, usted es nuevo aquí, ¿verdad?

– Hola. Me llamo Chen. Es la primera vez que vengo.

– Yo soy Jiao. Me han dicho que es novelista.

Tal vez Jiao hubiera oído su conversación con Xie, o éste le hubiera hablado de Chen hacía pocos minutos.

– No, llevo muy poco tiempo escribiendo -explicó Chen.

– ¡Qué interesante!

Ésta resultó ser la respuesta más habitual cada vez que Chen revelaba su nueva identidad. Sin embargo, en lugar de irse, Jiao se sentó sobre una pierna doblada, en la silla que antes había ocupado Xie. La muchacha no dejaba de darle vueltas al vaso que tenía en la mano, y parecía encontrarse a gusto junto a él en el estudio.

– La gente que está en el salón me parece horrible. No es mala idea tomarse un respiro aquí -dijo ella, mientras una sonrisa bailaba en sus grandes ojos-. Según el señor Xie, usted es un empresario de éxito. ¿Por qué quiere cambiar de profesión?

Era una pregunta para la que se había preparado, aunque nadie se la hubiera hecho hasta entonces.

– Bueno, yo me pregunto otra cosa. La gente está muy ocupada ganando dinero. Es cierto, necesitan el dinero para vivir, pero ¿pueden vivir rodeados de dinero?

– La gente hace dinero, pero el dinero también hace a la gente.

– Una observación excelente, Jiao. Por cierto, he olvidado preguntarle a qué se dedica usted, o su ilustre familia, ya que aquí todo el mundo saca a relucir sus orígenes familiares.

– Me alegra que usted no lo haya hecho. Y, por favor, no empiece a hacerlo ahora. Quiere escribir sobre el pasado, y no vivir en él -afirmó Jiao, llevándose el vaso a la boca. Tenía los dientes muy blancos, ligeramente irregulares-. Pero ¡fíjese en la coincidencia! He ganado algo de dinero trabajando en una empresa, igual que usted, así que ahora hago lo que quiero: recargar las pilas durante un periodo no muy largo.

No le sorprendió demasiado la respuesta: Jiao debía de haber respondido lo mismo muchas otras veces. Sin embargo, las palabras de Jiao no le parecieron convincentes, conociendo el historial laboral de la chica. El personaje que Chen interpretaba tenía su propio negocio, y bien podía haber ahorrado lo suficiente para «ser escritor». Sin embargo, Jiao había trabajado de recepcionista en una empresa por un sueldo muy bajo.

– En la sociedad actual, no es fácil para una chica joven y guapa como usted alejarse valerosamente de las rápidas olas -dijo Chen parafraseando un proverbio, como haría un escritor en ciernes-. El señor Xie debe de ser un profesor maravilloso.

– En casi todas sus obras pinta las antiguas mansiones de la ciudad. Le apasiona este tema. Con sus pinceladas dota de trascendencia a todo lo que ve. Cada uno de los edificios que plasma en sus cuadros parece tener una historia que reluce a través de sus ventanas. Es realmente fascinante. Además tiene muy buena técnica, por supuesto, y un enfoque muy personal.

– Lo que dice es muy interesante -afirmó Chen. Ahora le tocaba a él recurrir a una respuesta trillada-. ¿Cuánto tiempo hace que asiste a sus clases?

– Alrededor de medio año. Xie es muy popular. -Mientras se bebía el vino a sorbos, Jiao cambió de tema-. Hábleme de lo que está escribiendo, señor Chen.

– Trata de la antigua Shanghai, en concreto en los años treinta. Por eso me recomendaron ponerme en contacto con Xie.

– Sí, es la persona más indicada para ayudarlo en un proyecto de este tipo. Y éste es también el lugar más indicado -añadió, levantándose-. Ahora que hemos descansado un poco, salgamos a bailar. Puede que le sirva para su libro.

– Bailo muy mal, Jiao.

– Aprenderá enseguida. Hace un año yo ni sabía la diferencia entre un paso a dos y un paso a tres.

Quizá fuera verdad. En aquella época, Jiao aún tenía un empleo mal pagado y vivía sola. Carecía de vida social.

Volvieron a la fiesta y se dirigieron a la «pista de baile». Jiao era una pareja de baile experta y paciente, y Chen no tardó demasiado en dejarse llevar por ella. El inspector jefe no bailaba con excesiva soltura, pero tampoco lo hacía mal del todo. Girando sobre sus chapines de tacón alto, Jiao se movía con elegancia. Su melena, negra y resplandeciente, contrastaba con las blancas paredes.

Era un atardecer de verano. Al asirla por la fina cintura, Chen se fijó en que Jiao se había desabrochado el primer botón de la blusa y lucía un escote seductor. Una melodiosa balada envolvía las suaves fantasías de la mansión. Jiao lo miró. Algunos mechones de su cabello rozaron el rostro de Chen, mientras una luz tenue arrebolaba sus mejillas con pinceladas de pintor. Chen pensó súbitamente en lo que había leído sobre Mao y sobre Shang, en otra majestuosa mansión como ésta, en la misma ciudad…

«En el palacio celestial, ¿qué año es este año?» Un fragmento de un poema de la dinastía Song le vino fugazmente a la memoria, mientras ella le cogía la mano.

– No lo hace nada mal -dijo Jiao acercándole los labios, tan suaves, a la oreja, mientras evaluaba con seriedad fingida sus cualidades como pareja de baile.

– Perfecto -dijo Xie, deslizándose junto a ellos en los brazos de la mujer de mediana edad.

– Me lleva muy bien -respondió Chen.

– Por cierto, algunos invitados están jugando al Monopoly, un juego fascinante. Todo en inglés, por si le apetece unirse a los jugadores.

Era un juego occidental muy popular, del que Chen había oído hablar. No se sorprendió de que lo jugaran ahí, pero le recordó los versos de Li Shangyin sobre otro juego, en otra fiesta.