Выбрать главу

– ¿Hoy? Mirad en qué se ha convertido China por culpa de las supuestas reformas. Se ha restaurado completamente el capitalismo. Las nuevas Tres Montañas aplastan a la clase trabajadora, que vuelve a sufrir en el fuego, en el agua. Yo ya predije todo esto hace mucho, mucho tiempo. «Al meditar sobre la inmensidad, / le pregunto a la Tierra infinita: / ¿Quién es el maestro que controla el ascenso y la caída de todas las cosas?»

– ¿De qué diantres habla este tipo? -gruñó el Viejo Cazador-. El ascenso y la caída del diablo, eso es lo que pienso.

– Está citando a Mao de nuevo -explicó Chen, tras reconocer los versos de otro poema que Mao había escrito en su juventud, y que quizá no era tan conocido. El monólogo de Hua era una defensa apasionada de Mao, además de una autojustificación.

Sin embargo, era una defensa ejercida de la forma más grotesca: Hua yacía de espaldas, completamente desnudo, declamando aquellos versos heroicos y agitando el brazo de modo similar a como lo agitaba Mao, tanto en vida como en la fotografía que Hua tenía debajo. Se trataba de una extraña yuxtaposición: no sólo de Mao y de Hua, sino de muchas otras cosas, pasadas y presentes, personales e impersonales. A Chen le costó reprimir el impulso de arremeter contra Hua y contra todo lo que éste representaba. Fue entonces cuando al inspector jefe se le ocurrió una idea.

Sacó un cigarrillo para el Viejo Cazador, lo encendió, y después se encendió otro también para él, sacudiendo la ceniza con ademán desdeñoso. Parecía como si evitara mirar al tipo que yacía postrado en el suelo.

– Este cabrón está totalmente absorto en sus sueños primaverales y otoñales de ser Mao, pero no le llega a Mao ni a la altura del zapato. Debería echar una gran meada y contemplar su patético reflejo en el charco.

– ¿Qué quieres decir? -le espetó Hua.

– No eres rival ni para los polis corrientes. -Chen se volvió, sin dejar de dar golpecitos en el cigarrillo con el dedo-. ¿Cómo puede un hijo de puta tan patético como tú engañarse a sí mismo creyendo ser Mao?

– Tú tuviste mucha suerte, cabrón maquiavélico, pero el otro poli no tuvo tanta.

– Song ni siquiera sospechaba de ti -siguió presionando Chen, dando palos de ciego-. Erraste el tiro.

– Vino a verme para que le diera información sobre ella y se metió donde no debía. No podía permitir que se saliera con la suya. La lenidad para con tu enemigo es un delito para con tu camarada.

Según dijo Liu, Song sólo llevó a cabo un interrogatorio rutinario, pero a Hua le entró el pánico. A un hombre despiadado como Hua -o como Mao- le pareció lógico asesinar a Song para impedir que lo investigaran. Chen supuso que Hua, con tal de aferrarse a la fantasía de ser Mao, quiso demostrar que era capaz de matar de forma tan despiadada como Mao.

– «La lenidad para con tu enemigo es un delito para con tu camarada» -repitió el Viejo Cazador, imitando el acento de Hunan como Mao con el ceño fruncido-. Ésa es la cita de Mao que solíamos cantar en el Departamento como si fuera una plegaria matutina durante los años de la dictadura del proletariado. No consigo entenderlo, jefe. Este cabrón habla y cita como si tuviera un disco del Libro rojo dentro de la cabeza.

– Ha interpretado tantas veces a Mao que ha acabado convirtiéndose en él. Cuando se vio amenazado por la investigación de Song, no dudó en ordenar que lo mataran. Del mismo modo que Mao se deshacía de sus rivales escudándose una y otra vez en las «divergencias sobre la línea del Partido».

– ¡Soy Mao! -gritó Hua-. ¡A ver si lo entendéis de una vez!

– Hablas en sueños -le espetó Chen con sorna-. ¿Cómo podrías siquiera acercarte a la sombra de Mao? Para empezar, muchas mujeres sentían devoción por él, en cuerpo y alma. «El presidente Mao es grande, en todos los sentidos» Piénsalo. Muchos años después de su muerte, la señora Mao se suicidó por la «causa revolucionaria» de su marido. Tú puedes citar a Mao, ¿pero hay alguien que te sea fiel? Wang Anshi lo expresó muy bien: «Después de todo, el señor de Xiang es un héroe, / porque una belleza ha querido morir por él». ¿Y qué hay de ti? Ni siquiera pudiste conquistar el corazón de una «pequeña concubina».

– Hijo de puta -masculló Hua entre dientes, gruñendo ferozmente y mirando de un lado a otro como un animal atrapado-. No digas gilipolleces.

– Y tú no digas las mismas gilipolleces que decía Mao -interrumpió el Viejo Cazador.

– «No digas gilipolleces» era un verso de un poema que Mao publicó en sus últimos días, cuando creía que podía escribir cualquier cosa que le viniera en gana. La frase fue motivo de chanza entre la gente después de su muerte. Tal vez Jiao haya compartido la cama contigo, pero nada más -siguió diciendo Chen-. Como reza el antiguo proverbio, ella soñaba sueños diferentes cuando estaba en la cama contigo. Tú no sabías nada de ella.

– ¿Y qué coño sabes tú?

– Sé muchas cosas, y tú no tienes ni idea de nada. Sé de sus pasiones, de sus sueños, de sus planes de futuro. Hablamos de todo esto durante horas en el jardín de Xie, y durante una cena a la luz de las velas en el restaurante que antes fue la casa de la Señora Chiang. Deja que te ponga un pequeño ejemplo: su dibujo de una bruja montada en una escoba que sobrevuela la Ciudad Prohibida. -Chen hizo una pausa con desdén deliberado, a fin de enfurecer aún más a Hua. Lo único que sostenía al empresario era el álter ego de Mao que había creado, y al que debía aferrarse a toda costa. Chen quería descubrir si Jiao le había mencionado algo a Hua sobre el auténtico material de Mao, oculto en la cabeza de la escoba o en cualquier otro sitio. Si se sentía muy presionado, puede que Hua acabara revelando el secreto. Por lo pronto, ya había admitido su implicación en el asesinato de Song-. Es tan simbólico, tan surrealista…, y algo se oculta detrás de la imagen…

– ¡Cállate, cerdo! Te colaste por ella, te volvió loco. Hiciste todo lo posible por conquistarla con esa cena y con toda tu palabrería literaria, simbólica o no, pero no la conseguiste, no pudiste tocarle ni un solo pelo. Para demostrarme su lealtad, me juró que dejaría de verte para siempre. «¡Oh, al son de la Internacional, trágica y sublime, / un huracán viene a mi encuentro desde el cielo!»

Su reacción era la de un amante-emperador herido; no sabía nada acerca del material de Mao, ni de la cabeza de la escoba.

– ¡Si yo no podía tenerla, tampoco ibas a poder tú, ni nadie más! -continuó diciendo Hua acaloradamente, echando saliva al hablar-. Has llegado demasiado tarde. Me traicionó, y tuvo que morir.

Las presiones de la investigación y sus celos irracionales, unidos al temor de que Jiao pudiera dejarlo por otro hombre, llevaron a Hua al límite. La estranguló no tanto para acallar sus gritos como para impedir, por una decisión de su subconsciente, que otros pudieran tenerla. Una vez más, ésta era la lógica de Mao, la lógica de un emperador. Como sucediera en la Antigüedad, las damas del palacio debían permanecer solteras y conservarse «intactas», incluso después de la muerte del emperador.

– ¡Hijo bastardo de Mao! -exclamó el Viejo Cazador.

– Ahora -dijo Hua, incorporándose y apoyándose en un codo- dejadme que os cuente algo. Yo triunfé, y soy el emperador -dijo Hua con voz henchida de dignidad altiva. Súbitamente, se puso en pie de un salto intentando no perder el equilibrio y giró en redondo con inusitada agilidad-. Vosotros habéis fracasado, y sois los asesinos.

Fue una reacción inesperada, rápida y violenta, que cogió a Chen y al Viejo Cazador por sorpresa. Hua debió de recuperarse durante la llamada telefónica y la posterior conversación. El empresario se lanzó hacia delante e intentó golpearlos con el brazo derecho. Gracias a su corpulencia, arremetió contra ellos con tal fuerza que envió al Viejo Cazador de espaldas contra la pared. A continuación, corrió hasta el salón y giró bruscamente en dirección al largo pergamino con el poema de Li Bai que colgaba de la pared.