Выбрать главу

– Muchísimas gracias, señor Shen. ¡Ah! A propósito, puede decirle que soy escritor, además de antiguo empresario, y que estoy interesado en los años treinta. No le mencione que soy policía.

– No sé en qué andará metido Xie -dijo el anciano con tono vacilante-, pero creo que es inofensivo.

– No voy a meter a Xie en problemas, señor Shen. Le doy mi palabra. Prefiero que no se lo mencione porque podría negarse a hablar con franqueza si sabe que soy policía.

– Confío en usted, inspector jefe Chen. Llamaré a Xie, y le escribiré a usted una carta de presentación, hablando de usted como escritor de talento y un hombre decente al que conozco. No se preocupe. Le enviaré la carta por correo urgente.

– Se lo agradezco muchísimo.

– No tiene por qué agradecérmelo -añadió Shen con una risita-. Me basta con que me dé un ejemplar de su libro cuando se publique.

Después de colgar, Chen vio la palabra «poesía» garabateada con su letra ilegible en el reverso de una caja de cerillas que había sobre la mesita de noche.

¿Qué podría significar?

Se había puesto sentimental tras recordar el poema de Li Shangyin antes de dormirse la noche anterior, pero eso no merecía una anotación.

Alguien llamó a la puerta. Sería otro paquete relacionado con el caso enviado por correo urgente, sospechó. Era un paquete, pero, para su sorpresa, llevaba un matasellos del extranjero, de Londres. Se lo enviaba Ling; Chen supuso que lo había enviado durante su luna de miel. No le sorprendía que la pareja hubiera viajado al extranjero: tanto ella como su marido eran empresarios de éxito e «hijos de cuadros superiores», y sin duda podían permitirse el viaje.

Chen rasgó el envoltorio del paquete y sacó un libro voluminoso de su interior: La tierra baldía: facsímil y transcripción del borrador original, con las anotaciones de Ezra Pound. No había ninguna nota de Ling.

El libro sigue el proceso de composición de T.S. Eliot de La tierra baldía. Incluía los manuscritos con los cambios que introdujeron tanto Eliot como Pound, y las notas al margen añadidas en distintas fases. El libro arrojaría luz sobre la relación entre la vida personal de Eliot y su trabajo «impersonal», reflexionó Chen mientras lo hojeaba.

Pero no era buen momento para sentarse a leer, y tampoco tenía ganas de hacerlo. No hay nada más accidental, ni más paradójico, que el mundo de las palabras. De haber recibido el libro poco después de licenciarse lo habría usado en su traducción de Eliot, mejorándola quizá, lo que podría haber cambiado el curso de su carrera profesional. Por el momento, sin embargo, en plena investigación del caso Mao el libro resultaba irrelevante. Podía tomárselo como un premio de consolación por haber perdido a Ling o quizás incluso menos que eso. Ling no lo había olvidado del todo, pero el libro era como una nota a pie de página en un capítulo cerrado.

Mientras intentaba redactar una tarjeta de agradecimiento volvieron a llamar a la puerta. Esta vez se trataba de un desconocido, el cual le tendió la mano con ademán solemne. El hombre, alto y de rostro serio, mandíbula cuadrada y espalda ancha, parecía de poco más de cuarenta años. El desconocido sacó una placa y se la mostró a Chen.

– Soy el teniente Song Keqiang, del Departamento de Seguridad Interna. El ministro Huang nos ha llamado para comunicarnos que usted va a colaborar en nuestra investigación.

– ¡Ah, teniente Song! Iba a ponerme en contacto con usted. Entre, por favor -dijo Chen-. Acabo de leer el expediente, tenemos que comentarlo.

– Bueno, toda la información básica ya aparece en el expediente -respondió Song, sentándose en la silla que Chen le había acercado-. ¿Tiene alguna pregunta, inspector jefe Chen?

– Respecto al material de Mao, a lo que Shang dejó, quiero decir, ¿tiene idea de qué puede tratarse?

– Fotografías, diarios, cartas… Podría tratarse de cualquier cosa.

– Ya veo. ¿Hay alguna novedad, algo que haya sucedido desde que se recopiló el expediente? -preguntó Chen, sirviéndole una taza de agua-. Lo siento, no me queda té.

– ¿Sabe lo de la ex esposa de Xie?

– Sé que tiene una ex esposa. ¿Qué pasa con ella?

– Acaba de volver. La semana pasada se encontró con Xie y los vieron en el jardín, llorando.

– Sé que están divorciados, pero ¿hubo algo sospechoso en su encuentro, teniente Song?

– Ella rompió todos los vínculos con sus seres queridos cuando salió de China. No envió ninguna carta ni llamó durante años. Entonces, ¿a qué viene ahora este encuentro?

– Bueno, ¿cómo adivinar qué tipo de relación existe entre un marido y su mujer? -repuso Chen-. Ahora Xie dispone de un buen patrimonio, entre la mansión y la colección, y no tienen hijos. Ya sabe a qué me refiero.

– Hay algo más. Hará un par de días, la ex mujer llevó a un extranjero a la mansión. ¿Para qué? También hemos descubierto que ha reservado un billete de vuelta para dentro de dos semanas.

– ¿Eso qué significa?

– Eso significa que tenemos que cerrar la investigación antes de que ella vuelva a Estados Unidos.

– ¿Así que sólo tengo dos semanas?

– Menos de dos semanas, inspector jefe Chen. Si su enfoque no funciona, necesitaremos tiempo para cerrarla a nuestra manera.

A Chen no le gustaba en absoluto la manera de actuar del Departamento de Seguridad Interna. No dudarían en aplicar «medidas contundentes» a Xie o a Jiao valiéndose de cualquier excusa. Chen no era agente de Seguridad Interna, sino policía. Estaba preocupado, y no sólo por las posibles consecuencias, pero no quería enfrentarse a Song en su primer encuentro. Tal vez en Seguridad Interna tuvieran razones para estar irritados con Chen: el que lo hubieran asignado al caso parecía cuestionar su eficacia.

– Según me ha dicho el ministro Huang, usted cree que yo podría contactar con Jiao en alguna fiesta de Xie.

– Sí, como habla inglés y escribe poesía, se moverá como pez en el agua.

– No tiene que decir eso, teniente Song. -Consciente del sarcasmo que destilaba el comentario de Song, Chen replicó-: Usted también debe de asistir a muchas de las fiestas de Xie, como un dragón varado en una charca poco profunda.

– Hemos enviado a otro agente. Si quiere, puede ir con él a la próxima fiesta.

– Gracias, pero lo he solucionado con un par de llamadas. Creo que podría ir solo y encontrarme allí con su hombre. ¿Cómo se llama?

– ¿Piensa ir solo? Eso es estupendo -añadió Song sin responder a la pregunta de Chen-. Se mueve deprisa.

– Es un caso especial, ¿no?

– Bueno, ya que piensa ir, podrá hacerse una idea por su cuenta -respondió Song, levantándose abruptamente-. Volvamos a hablar después de su visita a la mansión.

Chen también se levantó, y lo acompañó hasta la puerta.

¿Por qué habría venido Song?, se preguntó Chen mientras los pasos del teniente perdían en la escalera de cemento. Tal vez fuera una especie de gesto de cortesía hacia el ministro Huang y otros «destacados camaradas de Pekín», pero Chen tenía sus dudas.

El inspector jefe se preguntó si el subinspector Yu habría oído hablar de este caso en el Departamento. Sin embargo, por estrecha que fuera la relación entre ambos, Chen no quería pedirle ayuda a Yu. Un caso relacionado con Mao podría tener consecuencias impredecibles, y posiblemente graves, para cualquier policía que colaborara en la investigación.

Pensó entonces en el Viejo Cazador, el padre de Yu, un policía jubilado al que Chen conocía bien y en el que confiaba. Dada su edad, el Viejo Cazador debía de saber mucho acerca de lo que sucedió durante la Revolución Cultural, cuando Chen estaba aún en la escuela primaria. Antes de adentrarse en el caso, Chen creyó conveniente sondear al anciano. La gente tenía opiniones muy diversas sobre Mao. En esta época de corrupción cada vez más extendida, en la que la brecha entre ricos y pobres no dejaba de aumentar, algunos empezaban a echar en falta a Mao y creían que todo había sido mejor durante su mandato. La sociedad igualitaria y utópica propugnada por Mao continuaba seduciendo a muchos. Si el Viejo Cazador se contaba entre ellos, Chen ni siquiera sacaría el tema. Quedaría simplemente para tomar unas tazas de té.