Cuando me disponía a moverme de nuevo, Gens dijo:
– Quizá deberíamos dejarlo… Parar aquí, en este punto.
Al principio aquel comentario me confundió. Pero al comprobar que no hacía ni decía nada más, comprendí que me había entregado otro texto burdo para frenar el placer que yo le provocaba. Usé aquella débil defensa para acentuar la presión.
– Usted lo pidió, yo se lo daré.
Había improvisado un truco para mostrarme inaccesible: aparentar que hacía la Belleza bajo coacción. Fingí nervios de debutante. Pequeños temblores en la punta de los dedos, parpadeos, labio inferior pellizcado entre los dientes. Lo complacía demostrándole que me asqueaba complacerle. Lo cual era la verdad. Pero, en nuestro teatro, los cebos usábamos la verdad para fingir.
Gimió. Supe que podía seguir subiendo el dial.
– Quizá… consigas engancharme -reconoció-. Pero nunca lograrás convertirte en… ¿Cómo dijiste…? El equilibrio entre el deseo y el miedo del Espectador… Los psicos gozan de la apariencia. Para ellos no hay diferencia entre el escenario y el patio de butacas… Un personaje es igual al actor, para un psico, y… Oh, Dios…
Aquel tono quejumbroso no era fingido. Yo estaba afectándole.
Me abría paso hacia su psinoma de manera inexorable.
Pero Gens no se rendía: continuaba su perorata con la obstinación de un capitán de barco que se negara a abandonar la nave que naufraga.
– La Belleza tiene un techo… Te diré cuál es: no puedes evitar fingir. Ahora estás fingiendo que finges… Produces reacciones en mí, pero mi conciencia sabe que finges. Estás encerrada en tu propio teatro… De ahí tu fracaso…
– Haré lo que pueda.
Crucé las manos sobre los muslos. Giré de manera que Gens pudiese ver mi espalda reflejada en el espejo detrás de mí. Mi espalda le hablaría otro lenguaje. Dos cuerpos, dos mensajes distintos.
El gesto hizo que interrumpiera su cháchara y se inclinara hacia atrás. Entonces corté con rapidez el contacto entre mis ojos y los suyos, como si de repente me interesara un punto en la pared. Así le concedía un respiro, pero sin aflojar la presión.
Gens aprovechó la pausa para volver a la carga.
– ¿Y cómo convences a un público de que lo que finges es real…? Por definición, el público es incrédulo… ¿Cómo avanzar más allá? Sucede igual ahora… Una máscara puede embellecerte todo lo que quieras, pero jamás lograrás ocultar que la llevas. Cuanto más bella es, más ostensible resulta…
Intenté no distraerme con sus hábiles palabras, y cambié de táctica por sorpresa.
Me situé de perfil. La luz dio de lleno en el área transparente de la malla. Gens no había esperado aquel movimiento, y enmudeció. Tentarle con el costado de mi cuerpo, desnudo bajo la abertura del cuello a las botas, era un aparente error de novata. Se perdía, así, la inaccesibilidad que tanto trabajo me había costado construir. Pero entonces fui más lejos. Me incliné, deslicé las manos por la pantorrilla hacia la cremallera de la bota derecha, la abrí. Me la quité como si estuviese untándome algún tipo de crema en la pierna, con suaves y repetidos gestos. Mientras me descalzaba no cesaba de hablar, entregando el texto en un tono espontáneo, como si estuviese decepcionada:
– Oh, vamos, profesor… ¿Por qué disimular? Si lo que quiere es esto, ¿por qué no decirlo? No me importa, incluso lo esperaba… ¿Qué otra cosa podía buscar alguien como usted? Lleva años viviendo solo… ¿Desde cuándo no ve a una mujer? -Era un texto muy burdo, pero yo confiaba en el tono sincero con que lo expresaba.
Me quité la otra bota y las cortas medias con idénticos ademanes, sin pausas. Un error común del cebo principiante en la Belleza es vender muy cara la desnudez, como si se tratara de un espectáculo erótico, sin percatarse de que la tentación de lo oculto juega contra sí misma a cada instante. El camino correcto consiste siempre en restar importancia a la revelación, de modo que esta no sea un «límite» sino el comienzo de algo más. De esa forma es posible continuar aumentando la tensión hasta el enganche.
Sin duda, Gens adivinaba lo que yo pretendía, porque su silencio era absoluto.
– Vamos, profesor, ¿no es esto lo que quiere?
Descalza, me situé frente a él. Separé las piernas. Al principio había pensado en desnudarme por completo, pero de nuevo supuse que Gens estaba esperando eso. Sin embargo, interrumpir mi desnudez con brusquedad era también erróneo. De modo que opté por un tercer camino, intermedio, para continuar inaccesible.
La malla poseía una cremallera en la espalda. Coloqué las manos en ella pero no hice amago de abrirla. Fue un gesto natural que hilvané con los anteriores. Me puse de puntillas. En mi imaginación, me comportaba como si una ducha invisible me bañara o me restregara algún tipo de crema en la espalda, pero lo que en realidad le enviaba era la apariencia de que me quitaría la ropa del todo al instante siguiente. No lo hacía, pero con mis gestos creaba el mismo mensaje una y otra vez. Improvisé un texto:
– Pobre profesor… El ídolo caído…
Sin embargo, al mismo tiempo me daba cuenta de que había llegado al final del camino. El texto se debilitaba, y perdería inaccesibilidad tanto si optaba por continuar desnudándome como si lo seguía demorando. Progresar en una Belleza estando completamente desnuda era posible, pero eso solo se hallaba al alcance de los cebos más expertos en aquella máscara, y yo no lo era.
Callé. Detuve el teatro. Comprobar mi derrota me dejó desanimada.
Escuché aplausos, débiles, sarcásticos.
– Perfecto -dijo Gens-. Perfecto. Tu idea de jugar a desvestirte… El texto, lanzado con una excusa natural… Durante un momento… -Se pasó una mano por el rostro-. Durante un momento has aparentado ser lo más bello que he visto en muchos años… Pero ya no puedes avanzar más, y lo sabes. Has perdido, pero te agradezco el intento. He gozado -gruñó.
Me sentía cansada de aquel juego. Recogí las medias.
– Pues váyase a la mierda -dije.
– No ha sido culpa tuya. Intentar una Belleza solo con la voluntad es siempre azaroso… Moricke usaba escenarios específicos para…
– Ahórreme la clase, por favor. Fui una gilipollas al acudir a usted. -Me tragué las lágrimas y cerré la cremallera de una de mis botas con un gesto violento.
– Un momento, un momento… -De repente Gens parecía irritado-. Eres tú la que pides lo imposible. Eres tú la que has venido a que te diga cómo puedes convertirte en el objeto perfecto para ese loco, y yo solo deseaba mostrarte de qué manera tu increíble voluntad es un estorbo en este caso… Desde el momento en que quieres, actúas, y en cuanto actúas, finges. No puedes ir más allá…
– Adiós, profesor. -Me resultaba imposible seguir oyéndole. Iba a llorar si no salía de allí. Había acabado de calzarme y me dirigía a coger el abrigo, cuando Gens dijo:
– No puedes ir más allá… salvo que yo te diga cómo. -Al ver que me detenía en la puerta, lanzó una risita-. Intentemos arrojar un poco de luz en este espinoso asunto -añadió y movió la mano. La lámpara se apagó y las persianas subieron hasta la mitad, permitiendo el paso de una débil franja gris. Desprovisto del refugio de la luz cegadora, Gens volvió a parecer un viejo decrépito-. Dime, ¿qué obra de Shakespeare contiene la Belleza?
– Noche de Reyes.
– ¿Y cuál es la clave principal de la obra?
– Los personajes aman a aquellos que no pueden amarlos a ellos. Lo inaccesible.
– ¿Y en qué pareja se expresa mejor esa inaccesibilidad?
Recordé los exámenes a los que Gens me sometía mientras me entrenaba.
– Viola y Olivia -dije-. Viola se disfraza de hombre y Olivia se enamora de ella.
Gens se levantó de la silla y, de pronto, engoló la voz, recitando:
– «Te ruego, dime lo que piensas de mí…»
– «Que pensáis que no sois lo que sois» -contesté, reconociendo el diálogo entre Viola y Olivia que Gens nos hacía ensayar sobre la obra.