– «Si pienso eso, pienso lo mismo de vos…»
– «Entonces pensáis lo correcto: porque yo no soy lo que soy.»
Gens gesticuló como si las palabras flotaran en el aire y su mano me indicara que las volviera a leer.
– ¿Qué ves ahí? -preguntó.
– Viola admite ante Olivia que está disfrazada.
– Exacto, pero Olivia parece reconocerlo también. Olivia está enamorada de un disfraz, y al mismo tiempo sabe que debe separar el disfraz que ama del ser que lo lleva, y solo de esa manera podrá encontrar a Sebastián, el hermano gemelo de Viola, que es el disfraz hecho carne. Noche de Reyes -meditó Gens, mesándose la barba-. La fiesta de la Epifanía, la «revelación»… Una de las piezas más profundas del teatro. ¿Aprendió Shakespeare las claves de la Belleza en el Círculo Gnóstico de John Dee? No lo creo. Siempre he tenido la impresión de que el Círculo era una patraña, un grupo de aristócratas inconformistas que querían regresar a las antiguas costumbres religiosas que Enrique VIII y la reina Elizabeth habían desterrado del país… Aunque puede ser que ese embaucador de Dee conociera el psinoma… Pero me estoy desviando de lo que quería decirte… Veamos: si quieres convertirte en algo superior a tu hermana, en el deseo más íntimo del Espectador, en teoría, ¿qué deberías darle?
– Todo -respondí.
– ¿Es tan sencillo como «dárselo todo»? -insistió Gens-. Vamos, Diana, fuiste mi mejor alumna junto con Claudia… El Espectador es infinitamente voraz, como cualquier otro psico. Quiere tus piernas, tu sexo, tu cerebro, tu alma, tu cuenta corriente, tu coche, tu casa… ¿Y qué más? ¿Qué puedes ofrecerle para que te prefiera a ti antes que a nadie?
Me hablaba ahora desde muy cerca. Intenté hallar una respuesta mientras sentía su aliento estrellarse en mi cara, sucio, ardiente.
De pronto una imagen cruzó mi cabeza. Un recuerdo oculto, aterrador.
Ahora vas a reírte, devochka. Gens gritó:
– ¡Dime! ¿Solo quiere todo lo que eres?
– No… -Jadeé.
– Entonces, ¿qué más quiere de ti?
– También quiere… todo lo que no soy.
El estallido del silencio tuvo más fuerza que nuestras voces.
– Exacto. -Gens me apuntó con el dedo-. Quiere tu mentira, tu disfraz, tu teatro… Quiere tu Noche de Reyes. -Sonrió-. Quiere verte actuar. El Espectador quiere poseer a una actriz. -Dejó en el aire aquella frase y siguió hablando en un tono intrascendente, como si lo más sustancial ya hubiese sido dicho-. Prueba con una máscara a distancia: un Espectáculo o una Exhibición, por ejemplo. Comienza en tu casa, haz tu vida normal durante uno o dos días… Luego ve a algún sitio especial, un sitio que te haga sentir que finges, y haz un Holocausto. La granja puede servir. Es posible que allí lo caces.
– La granja no es un área de caza -repliqué, rígida.
– No necesitarás ningún área de caza. Te olfateará, irá hacia ti. Está demostrado que el psinoma carece de límites precisos: depende del placer que ofrezcas. La tentación infinita posee un área infinita. Te percibirá y te buscará, incluso sin que él mismo lo sepa. Vendrá hacia ti aunque tenga que arrastrarse por todo Madrid babeando. -En sus ojos había un brillo de diversión-. Solo así superarás su hábil truco para eludir a los grandes cebos… -agregó.
– Sus «empleados»… -insinué, pero Gens negó con la cabeza.
– Oh, no seas ingenua, solo tiene uno. Pero lo usa bien.
– No puede ser… Hay rastros de distintas filias en la elección y los cuerpos de…
– Por favor, Diana, ¿eres igual de estúpida que todos los perfiladores de este país? -Gens reía roncamente-. ¡Los «expertos» y sus ordenadores cuánticos…! ¿Un ejército de «empleados», quizá? Claro que no. Apostaría por lo más simple: usa a una sola persona, pero con un psinoma amorfo, aún sin definir. Por eso aparenta poseer una filia que imita a muchas otras y, pese a todo, recibe más influencia del Holocausto… Es el truco perfecto. -Me miraba con fijeza, quizá esperando una respuesta que debió de ver en mis horrorizados ojos, porque asintió-. Es lo más lógico, ¿no? Calculo que su «empleado» tendrá unos diez u once años…
La idea me parecía espantosa, incomprensible.
– ¿Ha… secuestrado a… un niño para que lo ayude?
El rostro de Gens ahora era pétreo.
– ¿Aún no comprendes? -Y su semblante se torció en una lenta sonrisa-. Estoy seguro de que usa a su propio hijo.
18
El hombre se disponía a regresar a casa, pero lo pensó mejor y empezó a dar vueltas con el coche.
Tenía calor en el interior de su confortable Jaguar Windsor, el vehículo que usaba en la ciudad. Notaba la piel de la cara ardiendo. Pero el niño le había pedido que no encendiera el aire acondicionado, y el hombre lo aceptaba: estaban en pleno octubre, a fin de cuentas, y la tarde era fría. De modo que soportaba el calor con una sonrisa, aunque su mano derecha, sudorosa, la única que apoyaba en el volante de piel, resbalaba sobre el cuero. Había comenzado a anochecer, se encendían los escaparates, brillaban los anuncios de mujeres altas y estilizadas con botas de látex. ¿Cuánto tiempo llevaban recorriendo Madrid sin un destino concreto?, se preguntaba. Por lo menos dos horas, porque había recogido al niño en el colegio a las seis, y ya eran algo más de las ocho. Y desde luego, no había sido el estúpido incidente con aquella profesora lo que había provocado su vagabundeo. Ni lo de Demi, ni su cita cancelada con Cristina, ni la reunión programada para el día siguiente con esa analista de sistemas, Rebeca No sé quién, de intrigantes ojos verdes. Ninguna mujer le hacía cambiar sus hábitos. Había decidido dar un paseo antes de cenar, tan solo.
El colegio no estaba lejos del ático del barrio de Salamanca donde vivían cuando no podían marcharse al campo. Se trataba de un moderno centro internacional. Al hombre le gustaba su ambiente sofisticado y elitista, permisivo y a la vez estricto, sin lastre religioso alguno. Educación neutra, respetuosa con la intimidad, no solo con el piercing y las rastas largas y sucias de Pablo. Se limitaban a enseñar, no escudriñaban en la vida de los chavales. Era muy caro, pero el hombre lo pagaba a tocateja y aportaba además generosas donaciones que lo convertían en persona grata para la dirección: no era cuestión de descuidar el único sitio donde el niño pasaba el tiempo cuando no estaba con él.
Aquel miércoles, el hombre había llegado diez minutos antes, como de costumbre. Pocos, aunque lujosos, coches, casi siempre con chóferes, aguardaban ya en el aparcamiento de terrizo, y el hombre había estacionado el suyo cerca de la salida. Los chavales habían empezado a aparecer por la puerta a las seis en punto, sonriendo vivarachos en la gris tarde otoñal, pero el hombre se hallaba absorto pensando en las varias tareas que le aguardaban mientras comía almendras en el interior del coche, y al principio no se enteró. Siempre rellenaba uno de los platillos del minibar del vehículo con aquellas almendras. Se deleitaba con su carnosa suavidad, su color de piel bronceada, las formas redondeadas que se dejaban morder con…
– ¿Señor Leman?
Una sombra delante de su ventanilla.
– Hola, Demi, qué tal. -El hombre dejó de comer, hizo descender el cristal y sonrió afable bajo sus gafas de espejo. La intromisión le irritaba, pero nada en su expresión hacía suponerlo. Recordó que la chica era una de las nuevas profesoras de Pablo, muy dispuesta, muy entusiasta. De origen norteamericano, pero criada en Londres y Madrid. Al hombre le parecía poco peligrosa; una más del rebaño, al menos hasta entonces.
– Me gustaría hablarle. ¿Tiene un minuto?
– Oh. ¿Qué ocurre?
– No se preocupe, no pasa nada… -Demi se expresaba en correcto castellano, con fuerte acento-. Pablo es muy inteligente y va muy bien… Es solo que… ¿Podríamos ir un momento a mi despacho?