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Por fin decidí tener compasión y pateé la pistola hacia él, pero ya era tarde para que pudiera usarla. En un momento dado, su cuello se torció en un ángulo de muelle roto, se oyó un crujido. Al caer de nuevo, la cabeza quedó inerte.

«¿Te ha gustado mi actuación?», le pregunté mentalmente. Su tortura había durado apenas un minuto; la de sus víctimas, días enteros. Ciertas cosas en esta vida no guardaban equilibrio.

Entonces me sucedió algo. Yo había contemplado el fin del Espectador sin inmutarme, con una rabia y una sensación de triunfo como llamas en una hoguera: a ratos menguando, a ratos cobrando fuerza. Pero cuando todo concluyó, me sentí consumida, marchita, como si hubiese pasado cincuenta años viviendo aquel único minuto. De repente no pude más, y sin pensar siquiera en salir de aquella cámara gélida o vestirme, caí de rodillas. Maldije mi vida, mi trabajo, pero sobre todo mi vida. Me quedé allí, doblada sobre el vientre, como un despojo humano, llorando incontrolable. Por mi cabeza pasaban imágenes de mis padres, de Vera, de Miguel, del doctor Valle… No quería pensar que también lloraba por el Espectador con un llanto rabioso y hondo, y por la necesidad de comprender lo incomprensible, de otorgarle un sentido a las cosas. ¿ Quién es el culpable?

Cuando logré tranquilizarme, caí en la cuenta de que me había olvidado del niño. Decidí ir en su busca. Lo vi nada más abrir la puerta. Me esperaba de pie en el pasillo, el rostro en sombras bajo la gorra y las rastas, sosteniendo algo que en ese instante volcó sobre mí. El líquido grasiento me empapó de pies a cabeza. Apestaba a gasolina. Al verle sacar una pequeña caja del bolsillo de sus bermudas, alcé las manos.

– ¡No, Pablo…! -grité, horrorizada.

Su rostro inexpresivo brilló durante un segundo a la luz de la cerilla encendida.

Entonces me la lanzó.

26

El psinoma.

La expresión matemática de nuestro placer.

Ahora parece que hace siglos que se descubrió, pero aún no han pasado cincuenta años. Sung Yoo, Giacomo Pallatino, David Alien, Charles Bliss, Nathalie Parks…, sus nombres no te sonarán, pero ellos demostraron su existencia. Y los experimentos de David Sun lo llevaron a la práctica.

Una pared azul, una sábana roja, una chaqueta negra, un cuerpo desnudo, un gesto o una voz te producen distintos grados de placer. Es un placer tan sutil y cambiante como la forma de las nubes en el cielo, ni siquiera tú lo percibes siempre. Sin embargo, los ordenadores cuánticos lograron computarlo y clasificarlo en folders. Cada folder es como el código genético del deseo de una persona: ahí está escrito, mediante números. Se le llamó «psinoma». Luego se comprobó que podían agruparse según características comunes. A cada grupo se le llamó «filia». Hay cincuenta y ocho clases de filias identificadas en la humanidad.

Sorpresa. Resulta que, frente al mismo estímulo de placer, tú reaccionas igual que todos los que poseen tu misma filia: te rascas la pierna, subes la ceja, te aclaras la garganta, dices «te amo», lloras, tienes un orgasmo. No puedes hacer otra cosa.

Más sorpresa. Si el estímulo es muy intenso, quedas poseído. Significa que te conviertes en su esclavo. Haces cualquier cosa: te matas, matas a otros, torturas, violas.

¿Y sabes lo más divertido? Que los estímulos pueden representarse. Fingirse. Como en un teatro, con un vestuario, unos gestos, una luz, una voz. A eso se le llama «máscara». No importa si eres ciego, sordomudo, retrasado mental o genio: si la máscara está bien hecha, la percibirás de una forma u otra, sentirás placer, quedarás poseído.

A partir de ahí, cualquier conjetura vale. Quizá hayamos nacido predestinados, y luego el azar nos selecciona. Quizá un asesino en serie se diferencie de otras personas por la clase de estímulo que recibió cuando aún estaba desarrollándose. En una sesión a puerta cerrada del Congreso de los Estados Unidos, la doctora Nathalie Parks llegó a proponer que se revisaran de arriba abajo las leyes. Si no tenemos otro remedio que hacer lo que nos gusta, ¿por qué encerrar a unos cuantos? ¿Por qué condenarlos? ¿Por qué ejecutarlos? Se requería, exigió, una amnistía universal.

No le hicieron caso. Prefirieron crear a los cebos.

– Comprendo -dijo Seseña.

No, no comprendía, pero me pareció natural. Gonzalo Seseña, joven y virginal abogado de cabello curiosamente grisáceo, rostro atractivo y ademanes amables, era el nuevo Comisionado de Enlace tras la muerte de Álvarez. Había sido nombrado con urgencia el fin de semana, como suele ocurrir en este país, tan solo para tapar el agujero, y andaba como perdido en aquel mundo. El primer deber que le había reportado su cargo había sido visitarme en el CDE, el Clínico de Defensa Especial, pomposo nombre para el hospital donde nos trasladaban cuando nos estropeábamos, y que todos llamábamos «el Taller». Era domingo por la mañana, y Seseña no se había afeitado, no llevaba corbata, su traje gris estaba arrugado y parpadeaba constantemente. Los guardaespaldas, más elegantes, lo rodeaban como devotas gallinas al nuevo polluelo, instándolo a que adquiriese conciencia de ser importante, pero Seseña se sentía cómodo en el rol de aprendiz.

Tras presentarse de manera oficial, no había parado de hacerme preguntas técnicas, que yo procuraba responder, en parte, porque su compañía me resultaba agradable.

– ¿Y Shakespeare? ¿Qué pinta en todo esto?

– Es solo una teoría de Gens, pero muchos la admiten… -Y me enrollaba.

– Comprendo -repetía Seseña tras escucharme. Estaba sentado a los pies de la cama de mi espaciosa habitación de hospital. Era un hombre realmente guapo, pero a diferencia del perfi Nacho Puentes no parecía vivir de contemplarse constantemente en el espejo-. Por cierto, ¿cuál es mi filia? ¿Puedes saberlo nada más verme? -Le dije que creía que era fílico de Aura y pareció impresionado-. ¿Y eso qué significa?

– La filia de Aura significa que tus ojos miran siempre a mi alrededor, examinan el decorado antes que a la persona. Hiciste eso al entrar en esta habitación: lo miraste todo antes de saludarme. Y cada vez que te hablo te mueves un poco. Te inquieta obtenerme de manera aislada, saber que existo fuera de un contexto… Necesitas encajar a los demás en una imagen prefabricada. La obra que habla de ella es Antonio y Cleopatra: los protagonistas no están enamorados el uno del otro, según Gens, sino de las imágenes y el contexto que cada uno representa para el otro. Son dos fílicos de Aura.

– Puedo quedarme inmóvil aunque me hables -propuso, sonriendo.

Yo sonreí también, encantada con su ingenuidad.

– Sí, pero… ¿Ves? He comenzado a decir «sí», y has parpadeado dos veces seguidas muy rápido, lo cual también es síntoma de Aura… Resulta imposible hacer algo en contra de nuestro psinoma… Sería más fácil parar el corazón a voluntad.

– Comprendo.

En ese instante Padilla intervino con su brusquedad habitual.

– Perdona, Gonzalo, ¿y si dejas para otro día la segunda parte de «Todo lo que quiso saber sobre el psinoma y nunca se atrevió a preguntar»? Mi chica está agotada…

– Disculpa, Julio -cortó Seseña con suave firmeza-, pero soy nuevo en esto y ya tengo a una legión de abogados detrás de mí queriendo saber por qué su cliente, el afamado director de AZ-Sec, pudo suicidarse golpeándose la cabeza cincuenta veces contra el suelo… ¿Qué te parece si les doy tu teléfono y respondes tú?

– ¡Por Dios, Gonzalo! -barbotó Padilla-. ¡El «afamado director» se cargó a más de veinte muchachas solo en Madrid! ¡Y si contamos con su etapa de Bruselas, podría entrar en la nómina de las Grandes Bestias, con Chikatilo y compañía!