– A Jan lo asesinaron, ¿no es una prueba para ti? -preguntó Julia sin mirarlo a la cara.
– Oficialmente Jan murió en un atraco, y dudo que llegue de China una versión distinta sobre cómo fueron las cosas.
– Pero, vuestra palabra… sois los expertos, ¿no? -lo interrumpió Julia.
– Expertos, sí, pero una cosa es convencer a mis más estrechos colaboradores y otra muy distinta convencer a los diferentes organismos de control públicos y privados.
»Julia, no existen investigaciones que se hayan acercado siquiera lo más mínimo a unas conclusiones como ésas. Mírate las páginas web de la Comisión Internacional de Protección contra la Radiación No Ionizante, de la Organización Mundial de la Salud, de la Agencia de Fármacos y Alimentos estadounidense, todas dicen lo mismo. No existen estudios que pongan de manifiesto la peligrosidad de la radiofrecuencia para el hombre. Sin embargo, todas las instituciones animan a realizar más estudios, subrayando la necesidad de hacer investigaciones durante períodos de tiempo más largos, y en concreto a que se fijen en los efectos potenciales que pueden tener sobre los adolescentes. Significa que nosotros los investigadores no podemos negar al ciento por ciento que la tecnología sea peligrosa, pero todos los estudios hechos hasta el momento no han podido probar su peligrosidad. Se han realizado experimentos in vitro, con animales de laboratorio e incluso con seres humanos. Todos son insuficientes para descartar que el uso del móvil pueda provocar algún daño, pero nadie tiene una visión tan apocalíptica como la que acabas de leer.
Ulrike se levantó y se quedó de pie detrás de su marido, poniéndole las manos sobre los hombros. Quería que sintiera que estaba allí con él. No era fácil lo que estaba haciendo. Andreas continuó.
– El estudio del doctor Bashir es único en su género, como él mismo escribe, nunca se ha hecho nada parecido. Pero los resultados son tan estremecedores que comportarían una serie infinita de preguntas. Un resultado de este calibre pone en ridículo a toda la comunidad científica, incluso a mí. Y, como puedes imaginar, el mundo de la investigación es un círculo muy competitivo donde nadie quiere parecer incompetente, so pena de ver desaparecer los fondos públicos y privados que mantienen vivas todas esas organizaciones.
»En resumen, Julia, no podemos enviar una copia del informe a cien periódicos del globo esperando que la opinión pública haga lo que el mundo político y la comunidad científica no consiguen hacer. La única posibilidad es demostrar que la investigación se ha realizado. Deberíamos convencer a algún departamento de investigación nacional para que compruebe la existencia de un centro de llamadas en la India, tratar de encontrar a ese doctor Bashir y…
– Podríamos denunciar al director ejecutivo de Jan, él lo sabe todo, también tendrá una copia de los datos -sugirió Julia.
– Será mi palabra contra la suya. Y sólo contamos con un documento que no está avalado por ningún instituto. No creo que tengamos muchas cartas para jugar, Julia.
»No, en mi opinión habría que encontrar más pruebas que confirmen el experimento que se hizo en la India, entonces podremos ir a ver a ese cabrón de Lee.
– No debería resultar tan difícil encontrar un centro de llamadas que sea propiedad de la empresa en el que todos los empleados hayan enfermado, ¿no? -preguntó Julia, polémica.
Andreas bebió otro trago de vino antes de continuar.
– Y ¿qué pasaría en ese caso? Si tuviéramos suficientes elementos para demostrar que en efecto ese estudio se realizó, la cuestión se convertiría inmediatamente en un problema de seguridad nacional e internacional. Aun así, nadie publicará la investigación. Antes de poder divulgarla habría que analizar los datos de que se dispone y llegar a las mismas conclusiones.
»Después habría que realizar una investigación análoga para confirmar los resultados de la primera. Y aquí es donde surgen dos problemas, de los cuales el primero es ético: ¿se va a sacrificar a otro grupo de personas que hagan de conejillos de indias en un experimento que podría conducirlos a una muerte casi segura? El segundo es un problema de tiempo: los datos de confirmación estarían listos dentro de nueve años. En cualquier caso, no se hablaría de ello públicamente. No existen sólo organizaciones privadas, también hay organizaciones militares, de la policía y muchas otras. Todas tendrán algo que decir. Antes de que tomen decisiones serias pasarán años. ¿Sabes cuánto han esperado antes de informar al público de que el tabaco es nocivo? Y, a pesar de que la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer clasificó el tabaco como cancerígeno, nadie lo ha prohibido. Únicamente se limita su consumo, con restricciones e impuestos cada vez mayores. Quizá harían algo parecido con los móviles.
»Además, ese estudio demuestra que es necesario un uso intensivo durante un período bastante largo antes de tener la certeza casi absoluta de enfermar. -Andreas se estaba alterando.
Ulrike se dio cuenta: empezaba a levantar la voz.
– Respira profundamente, cariño.
Él hizo una pausa y terminó lo que le quedaba en la copa.
– Aumentarán los impuestos de los móviles y el tráfico que generan, es así como resuelven los problemas. Inculpan a los consumidores. ¡Estúpidos consumidores!
– ¿Qué es lo que estás intentando decirme?, ¿que no vas a hacer nada? -preguntó Julia, que empezaba a perderse en el discurso de Andreas.
– No he acabado, déjame terminar, luego podremos decidir qué hacemos.
»Supongamos que conseguimos encontrar los datos, o que de alguna manera logramos que nos crean. Convencemos a la policía alemana, o a un periodista competente, o usamos nuestros ahorros para contratar a un investigador privado que confirme al menos la veracidad de los puntos básicos del estudio. Es decir, la existencia de un centro de llamadas a unos cuatrocientos kilómetros de Bhopal cuyos empleados de los últimos nueve años estén más o menos todos enfermos o muertos a causa del cáncer. De este modo quizá podamos provocar que alguien haga una investigación al maldito Lee y al doctor Kluge.
»Quizá, gracias a la investigación, puedan localizarse llamadas que también prueben su implicación en la muerte de Jan.
– ¡Eso es lo que tenemos que hacer! -intervino Julia, que parecía haber recobrado alguna esperanza.
Ulrike estaba triste. Estaba triste porque la investigación había fracasado: un estudio no oficial contra centenares de prestigiosos entes.
Andreas continuó.
– Sí, Julia, sería lo mejor que podríamos hacer. Pero tengo que añadir un elemento más. Las implicaciones para nosotros. La noche que estaba en mi oficina intentando descifrar los datos entraron dos hombres y me quitaron el ordenador. Seguramente los había enviado Kluge o Lee.
»No fueron muy amistosos. El dedo me lo rompieron ellos para saber si había hecho copias del archivo que habéis leído.
A Julia la recorrió un escalofrío.
– Pero no penséis que soy ningún héroe, la copia que habéis leído la hice después. Cuando acabábamos de salir por la parte trasera del edificio, esos hombres fueron asesinados delante de mis ojos. Los dos.
Se pasó las manos por la cara, seguía viendo aquella imagen de sangre, las caras inmóviles, torcidas en una expresión atroz.
– Fueron los agentes de Jasmine. Quizá me salvaron la vida, no lo sé. Me llevaron al consulado, donde descifré lo que habéis leído. Fue allí donde copié el archivo en mi móvil sin que me vieran.
»Jasmine lo leyó después de mí. Fue taxativa.
»Si comunicamos a alguien lo que sabemos, ella no podrá defendernos más. Y dijo claramente que eso también va por ti, Julia. Quería que supieras por qué murió Jan. Nada más. Y, si quieres mi opinión, la creí cuando dijo que si descubren que hemos intentado hacer pública la investigación nos quitarán de en medio.
– Pero ¿por qué?, ¿por qué querrían vernos muertos?