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Aston.-Me dijo usted que le despertara.

Davies.-¿Para qué?

Aston.-Dijo que pensaba ir a Sidcup.

Davies.-¡Ay!, sería estupendo que pudiera llegarme allí.

Aston.-El tiempo no está muy seguro.

Davies.-¡Ay!, bueno, entonces eso echa por tierra mis planes, ¿no?

Aston.-Yo…, yo he vuelto a dormir bastante mal esta noche.

Davies.-Yo he dormido pésimamente. (Pausa.)

Aston.-Decía usted…

Davies.-Pésimamente. Ha llovido un poco esta noche, ¿verdad?

Aston.-Sólo un poco… (Va hacia su cama, toma un trozo de madera y empieza a frotarla con papel de lija.)

Davies.-Es lo que pensaba. Caía sobre mi cabeza. (Pausa.) Además, me da en la cabeza una corriente de aire. (Pausa.) A pesar del saco, ¿no podría usted cerrar la ventana?

Aston.-Podría cerrarse, sí.

Davies.-Bueno, ¿pues qué le parece entonces? La lluvia entra y me cae sobre la cabeza.

Aston.-Necesito un poco de aire. (Davies salta de la cama; lleva los pantalones puestos, el chaleco y la camiseta.)

Davies.-(Poniéndose las sandalias.) Oiga. Toda mi vida he vivido al aire libre, muchacho. Todo lo que me diga sobre el aire lo sé de sobra. Lo que yo decía era que, cuando estoy durmiendo, entra por esa ventana una corriente de aire demasiado fuerte.

Aston.-Se vicia mucho la atmósfera si la ventana no está abierta. (Aston va hacia la silla, apoya la madera en ella y continúa frotándola.)

Davies.-Sí; pero, oiga, no entiende lo que quiero decirle. Esa maldita lluvia, ¿se da cuenta?, cae directamente sobre mi cabeza. Me estropea la noche. Puedo pescar un resfriado y diñarla con esa corriente que pasa. Es todo lo que digo. Cierre esa ventana y nadie va a pescar ningún resfriado, eso es todo. (Pausa.)

Aston.-No podría dormir aquí sin esa ventana abierta.

Davies.-Sí, pero y yo, ¿qué? ¿Qué…, qué me dice usted de mi situación?

Aston.-¿Por qué no duerme usted al revés?

Davies.-¿Qué quiere usted decir?

Aston.-Duerma con los pies cerca de la ventana.

Davies.-¿Qué diferencia habría?

Aston.-La lluvia no le caería sobre la cabeza.

Davies.-No, eso no, eso no puedo hacerlo. (Pausa.) Quiero decir, me he acostumbrado a dormir de esta manera. No soy yo quien debe cambiar, es la ventana. Ve, ahora llueve. Mire, mire. Ahora entra. Mire el tejado, ¿lo ve? Mire ese tejado por donde entra el aire. Entra por ahí.

Aston.-Sí, el techo está en malas condiciones. (Aston se dirige de nuevo hacia su cama con el madero.)

Davies.-No, quiero decir, ya se ve, ya. El techo está en malas condiciones. Por eso el viento entra acanalado. (Pausa corta.)

Aston.-Creo que voy a darme una vuelta hasta Goldhawk Road. Me encontré allí con un hombre y hablamos. Tenía un banco de carpintero. Me pareció que estaba en muy buenas condiciones. A él no creo que le sea de mucha utilidad. (Pausa.) Creo que me voy a ir andando hasta allí.

Davies.-No, ¿comprende? Lo que yo quiero decir acerca de esta ventana es que no solo me cae la lluvia sobre la cabeza, sino que pronto caerá sobre la almohada. El viento le da de lleno, ¿ve? Mañana por la mañana esa almohada estará…, estará empapada como una esponja.

Aston.-Debería usted dormir al revés.

Davies.-¿Qué quiere usted decir?

Aston.-Con los pies cerca de la ventana.

Davies.-No le veo la diferencia.

Aston.-La lluvia no le mojaría la cabeza.

Davies.-Tal vez, tal vez. (Pausa.) Pero me mojaría los pies, ¿no? Me subiría por todo el cuerpo, ¿no? Todavía sería peor. Tal como estoy ahora, solo me moja la cabeza. (Davies da vueltas por la habitación.) ¿Oye cómo llueve? Me ha aguado el viaje a Sidcup. ¿Eh? ¿Qué le parece si ahora cerrara la ventana? Aún está entrando…

Aston.-Ciérrela por el momento. (Davies cierra la ventana y mira al exterior.)

Davies.-¿Qué es aquello que hay allí fuera, debajo de ese toldo?

Aston.-Madera.

Davies.-¿Para qué?

Aston.-Para construir el cobertizo. (Davies se sienta en su cama.)

Davies.-Todavía no ha dado usted con ese par de zapatos que me dijo que buscaría, ¿eh?

Aston.-¡Oh! No. Veré si hoy le puedo encontrar un par.

Davies.-No puedo salir con estos, ¿no le parece? Ni siquiera para tomar una taza de té.

Aston.-Hay un café unas puertas más allá.

Davies.-Ya, ya… (Durante el monólogo de Aston la habitación va oscureciéndose. Hacia el final de dicho monólogo, solamente Aston es visible con claridad. Davies y todos los objetos de la habitación quedan sumidos en la oscuridad.)

Aston.-Solía ir allí muchas veces. ¡Oh!, de eso hace ya muchos años. Pero ya no voy. Me gustaba aquel lugar. Pasaba mucho tiempo allí. Esto lo hacía antes de irme. Sí, antes. Creo que… aquel sitio tuvo mucho que ver con todo lo que me pasó después. Todos eran… algo mayores que yo. Pero solían escucharme siempre. Creía que… comprendían lo que les decía. Quiero decir, yo solía hablarles. Hablaba demasiado. Ese fue mi error. Lo mismo en la fábrica. Allí, en pie, o en las horas de descanso, yo les hablaba… sobre muchas cosas. Pero todo parecía marchar bien. Quiero decir, con algunos de estos hombres, los que iban al café, salíamos a rondar juntos algunas veces, yo les acompañaba algunas noches. Todo iba bien. Y ellos me escuchaban siempre que…, que yo tenía algo que decir. Lo malo era que yo tenía una especie de alucinaciones. No eran alucinaciones, era…, me daba la sensación de que podía ver las cosas… con mucha claridad…, todo… era tan claro…, todo se…, todo se quedaba silencioso, quieto…, todo muy quieto…, todo esto… quieto…, y… esa claridad con que veía… era…; pero quizá estaba equivocado. En fin, alguien debió de decir algo. Yo no sabía nada… Y… una especie de mentira debió de circular. Y esa mentira fue pasando de boca en boca. Empecé a creer que la gente se portaba de un modo extraño. En ese café, en la fábrica. No podía comprenderlo. Entonces, un día me llevaron allí. Yo no quería ir. En fin… Intenté escaparme varias veces. Pero… no era fácil. Allí me hicieron muchas preguntas. Me metieron dentro y empezaron a hacerme toda clase de preguntas. Bien, yo lo dije…; cuando se me preguntaba… se ponían en corro a mi alrededor…; yo lo dije, cuando quisieron saberlo…, lo que yo pensaba. ¡Hummmm! Entonces, un día…, aquel hombre…, doctor, supongo…, el jefe…, era un hombre muy… distinguido…, a pesar de que no estaba seguro de eso entonces. Me llamó a su despacho. Dijo…, me dijo que yo tenía algo. Dijo que habían terminado su reconocimiento. Fue lo que dijo. Y me mostró un montón de papeles y dijo que yo tenía algo, alguna enfermedad. ¿Comprende? Si por lo menos me acordara de lo que se trataba… He intentado recordarlo. Dijo…, solo dijo eso, ¿comprende? «Tiene usted… eso. Esa enfermedad. Y hemos decidido-dijo-que solo hay una cosa que podemos hacer para curarle.» Dijo…, pero no puedo recordar exactamente… cómo lo dijo…, dijo: «Vamos a hacer algo en su cerebro.» Dijo…: «Si no lo hacemos, tendrá que quedarse aquí toda su vida; pero si lo hacemos, tiene usted probabilidades. Podrá usted salir y vivir como todo el mundo.» «Qué le quieren hacer a mi cerebro», dije yo. Pero él sólo repitió lo que ya había dicho antes. Bueno, yo no era tonto. Sabía que era menor de edad. Sabía que no podían hacerme nada sin antes pedir permiso. Sabía que tenía que pedir permiso a mi madre. O sea que le escribí y le dije lo que intentaban hacer conmigo. Pero ella había firmado ya, ¿comprende?, dándoles permiso. Esto lo sé porque él me mostró su firma, cuando yo la saqué a relucir. Pues bien: aquella noche intenté escaparme, aquella noche. Me pasé cinco horas limando uno de los barrotes de la ventana de mi sala. Todo estaba oscuro. Acostumbraban encarar una pila de mano sobre las camas cada media hora. Lo tenía todo sincronizado. Y entonces, cuando casi estaba terminando, un hombre tuvo…, tuvo un ataque, justamente a mi lado. Y me pescaron, en fin. Una semana más tarde o algo así, empezaron a venir y me hicieron aquello en el cerebro. Tenían que hacérnoslo a todos en aquella sala. Venían y lo iban haciendo a uno tras otro. Uno cada noche. Fui uno de los últimos. Y pude ver con toda claridad lo que hacían a los demás. Venían con estos…, no sé lo que eran…, parecían unas tenazas muy grandes, y pendían de ellas unos alambres; los alambres los conectaban a una pequeña máquina. Era eléctrica. Sujetaban al hombre, y ese jefe…, el doctor jefe, ajustaba las tenazas, una especie de auriculares, las ajustaba a ambos lados de la cabeza del hombre. Había un hombre que sostenía la máquina, ¿comprende?…, y hacía…, hacía algo…, ahora no recuerdo si apretaba un interruptor o daba la vuelta a algo; era cuestión solo de abrir la corriente… Supongo que era eso, y el doctor jefe sólo apretaba esas mordazas en la cabeza del hombre y las mantenía así. Después las sacaba. Tapaban al hombre… y no lo tocaban hasta más tarde. Algunos de ellos se resistían, pero la mayoría no. Se quedaban allí tendidos. Bueno, después me tocó a mí, y la noche que se acercaron me levanté y me quedé en pie contra la pared. Me dijeron que me metiera en la cama, y yo sabía que tenían que meterme en la cama, porque si hacían eso mientras estaba en pie podrían romperme el espinazo. O sea que yo me quedé en pie y entonces uno o dos de ellos se me acercaron; bueno, yo era joven entonces, era mucho más fuerte de lo que soy ahora, era muy fuerte; eché a uno por el suelo y al otro le tenía cogido por el cuello, y entonces, de repente, el médico jefe me colocó las tenazas en la cabeza, y yo sabía que no podía hacerme eso mientras estuviese en pie; y por eso yo…, a pesar de todo, lo hizo. O sea que pude salir… Pero no podía andar muy bien. No creo que le pasara nada al espinazo. El espinazo estaba perfectamente. Lo malo era que… mis pensamientos… se habían vuelto muy lentos… No podía pensar… No podía, no podía… ordenar… mis pensamientos… No…, ¡uhhh!… No podía… ordenarlos… del todo. Lo peor era que no podía oír lo que la gente decía. No podía mirar ni a derecha ni a izquierda, tenía que mirar siempre hacia delante, porque si volvía la cabeza…, no podía…, me caía. Y tenía unos dolores de cabeza. Entonces fui a consultar a mucha gente. Pero ellos querían hacerme ingresar, pero yo no quería ingresar en… ningún sitio. O sea que no podía trabajar, porque no…, no podía escribir, ¿sabe? No podía escribir ni siquiera mi nombre. Me sentaba en mi habitación. Eso fue cuando vivía con mi madre. Y mi hermano. Era más joven que yo. Y coloqué todas las cosas que sabía que me pertenecían, bien ordenadas, en mi habitación, pero no me morí. Nunca más he tenido esas alucinaciones. Y nunca más he hablado con nadie. Lo más curioso es que no recuerdo muy bien… lo que decía, lo que pensaba…, quiero decir, antes que me metieran allí dentro. Y entonces, de todas formas, después de algún tiempo, me puse mejor, y empecé a hacer cosas con mis manos, y entonces, de esto hace ya casi dos años, vine aquí, porque mi hermano compró esta casa, y por eso quería probar a pintársela, o sea que me vine a esta habitación, empecé a recoger madera para mi cobertizo y todos estos cacharros que creía podrían ser de utilidad para el piso o para algún rincón de la casa, tal vez. Ahora me encuentro mucho mejor. Pero no hablo con nadie ahora. Me mantengo alejado de sitios como ese café. Nunca entro en ellos ahora. No hablo con nadie… así. Muchas veces pienso en volver allí e intentar descubrir al hombre que me hizo eso. Pero primero quiero hacer algo. Quiero levantar ese cobertizo allá fuera, en el jardín.