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TELÓN

ACTO TERCERO

Dos semanas más tarde.

Mick está echado en el suelo, en el sector anterior izquierda, su cabeza apoyada en la alfombra enrollada, mirando al techo. Davies está sentado en la silla, con la pipa en las manos. Lleva puesto el batín. Primeras horas de la tarde. Silencio.

Davies.-Tengo la sensación de que ha hecho algo con las goteras. (Pausa.) Vea: la semana pasada llovió mucho, pero en todo este tiempo ni una sola gota ha caído en el balde. (Pausa.) A lo mejor ha puesto ya la brea ahí arriba. (Pausa.) La otra noche alguien estuvo andando por el tejado. Debía de ser él. (Pausa.) Quiero decir, ese balde era peligroso. Cualquier día podía caerme en la cabeza, en cualquier momento, en el momento en que yo estuviera debajo. Y no sé si lo ha vaciado aún, no creo. (Pausa.) Pero tengo la impresión de que ha embreado todo esto de ahí arriba, lo del tejado. A mí no me ha dicho ni media palabra del asunto. No me habla. (Pausa.) No me contesta cuando le hablo. (Enciende una cerilla, la acerca a su pipa y enciende.) ¡No me da ni un cuchillo! (Pausa.) No me da ni un cuchillo para cortar el pan. (Pausa.) ¿Cómo quiere que me corte una rebanada de pan sin cuchillo? (Pausa.) Es imposible. (Pausa.)

Mick.-Tú ya tienes un cuchillo, ¿no?

Davies.-¿Qué?

Mick.-Que ya tienes un cuchillo.

Davies.-Tengo un cuchillo, claro que tengo un cuchillo. Pero ¿cómo quiere usted que me corte una buena rebanada de pan con ese cuchillo? No es un cuchillo para cortar pan. No tiene nada que ver con el pan. Lo encontré no sé dónde. Vaya usted a saber dónde había estado. No, lo que yo quiero…

Mick.-Ya sé lo que tú quieres. (Pausa. Davies se levanta y se acerca a la cocina de gas.)

Davies.-Y esta cocina de gas, ¿qué? El dice que no está conectada. ¿Y cómo sé yo si está conectada o no? Ahí estoy, durmiendo casi encima de ella; me despierto a medianoche, y allí está el horno, delante de mis narices, sin poder apartar la vista de él. Me toca casi a la cara, y qué sé yo, a lo mejor estoy ahí, acostado en mi cama, explota y me hace daño. (Pausa.) Pero parece como si no hiciera ningún caso de lo que le digo. El otro día, ¿sabe?, le hablé de los negros, de los negros que viven al lado, que entran y usan el retrete. Se lo dije, todas las barandillas están sucias, negras, todo el retrete estaba negro. Pero ¿qué hizo? Se supone que él es el encargado aquí, ¿no? Pues no dijo nada, ni una sola palabra. (Pausa.) Quiero decir, vamos a ver, usted y yo, nosotros, tenemos planes con respecto a esta casa, ¿no es cierto? Podríamos poner en marcha todo esto, yo sería el conserje, todo marcharía como sobre ruedas… Pero él…, a él le importa todo un pepino; a él…, a él tanto se le da si marcha o no. Hace un par de semanas…, sentado ahí, empezó a hablar y no paró en una hora…, hace un par de semanas. Raja que te raja. Desde entonces apenas ha dicho media docena de palabras. Pero estando ahí sentado le dio sin parar… No sé lo que le pasaba…, no me miraba, no hablaba conmigo, yo no contaba para nada. ¡Se hablaba a sí mismo! Es lo único que le preocupaba. Quiero decir, usted viene y me pide consejo; él no haría nunca nada de eso. Quiero decir, no hay manera de conversar entre nosotros, ¿comprende? No se puede vivir en la misma habitación con alguien con quien…, con quien no hay manera de conversar… (Pausa.) La verdad es que no acabo de entenderle. (Pausa.) Usted y yo podríamos poner en marcha todo esto.