Mick.-(Pensativamente.) Sí, tienes toda la razón. Se le podría sacar mucho partido a esta casa. (Pausa.) Podría convertir todo esto en un ático. Por ejemplo…, esta habitación. Esta habitación podría ser la cocina. Dimensiones adecuadas, una bonita ventana por donde entra el sol. Pondría…, pondría en el suelo cuadrados de linóleo de color azul plomo y cobre. Estos mismos colores los pondría en las paredes de forma que entonaran. A las instalaciones de cocina les daría un acabado de color gris plomo. Hay mucho espacio para armarios donde poner la vajilla. Podríamos poner un pequeño armario de pared, después otro grande, y otro en el rincón con estantes giratorios. No nos faltarían armarios. El rellano podríamos convertirlo en comedor, ¿no? Sí. Persianas venecianas, persianas venecianas en la ventana. El suelo de corcho, cuadrados de corcho. Y una tupida alfombra de lino de un blanco desvaído, una mesa de…, de teca muy veteada, un aparador con cajones negro mate, sillas almohadilladas de formas curvadas, sillones con tapicería color avena, sofá de madera de haya con tapicería verde-mar, una mesita para el café con la superficie blanca y a prueba de calor, a base de mosaico blanco. Sí. Luego el dormitorio. ¿Qué es un dormitorio? Un refugio. Es un lugar para gozar de descanso y de paz. Por tanto, se necesita un decorado suave. Iluminación funcional. Los muebles, de caoba y palo rosa. Alfombra de azul celeste intenso, cortinas azul y blanco mate, una colcha estampada con pequeñas flores azules sobre un fondo blanco, la coqueta con una tapa que al levantarse deja al descubierto una bandeja de plástico para cosméticos, lamparita de mesa de rafia blanca… (Se yergue en su silla.) Esto no sería un piso, sería un palacio.
Davies.-Pero, hombre, ya lo creo que sería un palacio.
Mick.-Un palacio.
Davies.-¿Quién viviría aquí?
Mick.-Yo. Mi hermano y yo. (Pausa.)
Davies.-Y yo, ¿qué?
Mick.-(Con voz queda.) Todos estos cachivaches que hay aquí no sirven para nada. No son más que chatarra, pura chatarra. Basura. Con esto no hay quien amueble una casa. No hay manera. Trastos viejos. Además, nunca podrá venderlo, no le darían ni dos peniques por todo. (Pausa.) Cachivaches. (Pausa.) Pero a él no parece interesarle lo que yo tengo en la cabeza, ese es el problema. ¿Por qué no hablas con él y procuras que se interese?
Davies.-¿Yo?
Mick.-Sí. Tú eres su amigo.
Davies.-Pero él no lo es mío.
Mick.-Vives con él en la misma habitación, ¿no?
Davies.-No es mi amigo. Uno no sabe nunca a qué tenerse con él. Quiero decir, con un tipo como usted, uno sabe siempre el terreno que pisa. (Mick lo mira.) Quiero decir, usted tiene su manera de ser, no digo que no la tenga, cualquiera se da cuenta de eso. A veces tiene usted sus salidas, pero eso nos pasa a todos, mas él es distinto, ¿comprende? Quiero decir, por lo menos con usted, lo que tiene usted es que es…
Mick.-Sincero.
Davies.-Eso es, usted es sincero.
Mick.-Sí.
Davies.-Pero ¡con él la mayoría de las veces no sabe uno lo que está pensando!
Mick.-¡Hummmm!
Davies.-¡No tiene sentimientos! (Pausa.) Mire: ¡lo que yo necesito es un reloj! ¡Necesito un reloj que me diga la hora! ¿Cómo voy a saber la hora que es sin reloj? ¡No puedo! Yo le dije, se lo dije: «Oiga, ¿y si pusiera usted un reloj en esta habitación, para que pueda saber la hora que es? Quiero decir, si uno no sabe la hora en que vive, está perdido. ¿Comprende lo que quiero decir? ¿Sabe lo que tengo que hacer ahora? Cuando me estoy dando un garbeo por ahí, tengo que estar al tanto a ver si veo un reloj y atornillarme en la cabeza la hora que es, para recordarla después, cuando regreso a casa. Pero no me sirve de nada; quiero decir, a los cinco minutos de estar aquí ya se me ha olvidado. ¡Se me ha olvidado la hora que era! (Davies se pasea por la habitación.) O si no, vea usted: si no me encuentro bien y me tumbo un rato, entonces, cuando me despierto, ¡no sé si es la hora de ir a tomar el té! ¿Comprende?, la cosa no es tan grave cuando regreso a casa, porque puedo ver el reloj de la esquina; en el momento de entrar sé la hora que es. Pero ¿y cuando me quedo en casa? Es cuando me quedo en casa… ¡cuando no tengo ni la menor idea de la hora que es! (Pausa.) No, lo que necesito es un reloj, aquí, en esta habitación, y entonces sabré a qué atenerme. Pero él no quiere darme ninguno. (Davies se sienta en la silla.) ¡Y me despierta! ¡Me despierta en plena noche! ¡Me dice que hago ruidos! Se lo digo de veras, cualquier día voy a soltarle cuatro frescas.
Mick.-¿No le deja dormir?
Davies.-¡No me deja dormir! ¡Me despierta!
Mick.-Eso es terrible.
Davies.-He estado en muchos sitios. Siempre me han dejado dormir. A uno le dejan dormir en todo el mundo. Aquí, no.
Mick.-Dormir es esencial. Siempre lo he dicho.
Davies.-Tiene usted razón, es esencial. ¡Me levanto por la mañana y estoy muerto de fatiga! Tengo que atender a mis negocios. Tengo que moverme, tengo que situarme, tengo que encontrar un empleo. Pero cuando me despierto por la mañana no tengo fuerzas para nada. Y para colmo, no tengo reloj.
Mick.-Ya.
Davies.-(Levantándose y moviéndose.) Sale, y no sé adónde va; adónde va no me lo dice nunca. Antes charlábamos un poquito; ahora no. Nunca le veo; sale y no vuelve hasta muy tarde, y lo único que sabe hacer entonces es darme achuchones, mientras estoy durmiendo, en mitad de la noche. (Pausa.) ¡Escuche! ¡Me despierto por la mañana…, me despierto por la mañana y me sonríe! ¡Se queda en pie ahí, mirándome y sonriendo! Yo le veo, ¿comprende?, le veo desde detrás de la manta. Se pone la chaqueta, se da la vuelta, mira hacia mi cama, ¡y en su cara hay una sonrisa! ¿A quién diablos está sonriendo? Lo que él no sabe es que yo le estoy vigilando desde detrás de esa manta. ¡No lo sabe! No sabe que yo puedo verle, se cree que estoy durmiendo, pero yo no le pierdo de vista ni un momento desde detrás de mi manta, ¿comprende? Pero ¡él no lo sabe! ¡El sólo me mira y sonríe, pero no sabe que yo estoy viendo lo que hace! (Pausa. Inclinándose cerca de Mick.) No, lo que debe usted hacer, lo que debe hacer es hablar con él, ¿comprende? Lo tengo…, lo tengo todo planeado. Usted debe decirle… que tenemos grandes planes referentes a esta casa, podríamos levantarla, podríamos ponerla en marcha. Mire, yo podría pintársela, podría ayudarle a pintarla… entre los dos. (Pausa.) Bueno, ¿y dónde vive usted ahora?
Mick.-¿Yo? ¡Oh!, tengo un pequeño piso. No está mal. Todo instalado. Ven a verme un día, tomaremos unas copas y escucharemos un poco de música.
Davies.-No, mire: usted es la persona indicada para hablar con él, quiero decir, usted es su hermano. (Pausa.)
Mick.-Sí…, tal vez lo haga. (Se oye un portazo. Mick se levanta, va hacia la puerta y sale.)
Davies.-¿Adónde va usted? ¡Ese es él! (Silencio. Davies se pone en pie, va hacia la ventana y mira al exterior. Entra Aston. Lleva una bolsa de papel. Se quita el abrigo, abre la bolsa y saca un par de zapatos.)
Aston.-Zapatos.
Davies.-(Dando la vuelta.) ¿Qué?
Aston.-Me he hecho con este par. Pruébeselos.
Davies.-¿Zapatos? ¿De qué clase?