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Aston.-Creo que voy a darme un paseo calle abajo. Una pequeña…, una especie de tienda. El dueño tenía una sierra de vaivén el otro día. Me gustó su aspecto.

Davies.-¿Una sierra de vaivén, compadre?

Aston.-Sí. Podría serme muy útil.

Davies.-Sí. (Pequeña pausa.) ¿Qué es eso exactamente, pues? (Aston va hacia la ventana y mira al exterior.)

Aston.-¿Una sierra de vaivén? Pues procede de la misma familia que la sierra de calados. Pero es un accesorio, ¿comprende? Tiene que unirse a un taladro portátil.

Davies.-¡Ah!, eso es. Son muy útiles.

Aston.-Lo son, sí. (Pausa.)

Davies.-¿Y qué me dice usted de una sierra para metales?

Aston.-Bueno, la verdad es que ya tengo una.

Davies.-Son útiles.

Aston.-Sí. (Pausa.) También lo es la sierra de punto.

Davies.-¡Ah! (Pausa.) Sí, no hay vuelta de hoja. Quiero decir que, eso, que sí, que son muy útiles. Mientras se sepan manejar. (Pausa.) Por otra parte, no son…, no son tan útiles como una sierra para metales, creo, ¿verdad?

Aston.-(Volviéndose hacia él.) ¿No? ¿Por qué?

Davies.-Quiero decir, lo digo solo por…, por la experiencia que tengo de ellas, ¿sabe usted? (Pequeña pausa.)

Aston.-Son útiles.

Davies.-Ya lo sé que son útiles.

Aston.-Pero limitadas. Con una sierra de vaivén pueden hacerse muchas cosas, ¿comprende? Una vez unida a… ese taladro portátil se pueden hacer muchas cosas con ella. Y aprisa.

Davies.-Sí. (Pequeña pausa.) Eh, oiga, estaba pensando…

Aston.-¿Eh?

Davies.-Sí, escuche, mire. A lo mejor era usted quien estaba soñando.

Aston.-¿Qué?

Davies.-Sí, quiero decir, a lo mejor estaba usted soñando que oía ruidos. Mucha gente, ¿sabe?, sueña. ¿Comprende lo que quiero decir? Oye toda clase de ruidos. A lo mejor era usted quien hacía todos esos ruidos de que me ha estado hablando. Sin saberlo.

Aston.-Yo no sueño.

Davies.-Pero ¡si es eso lo que quiero decir, lo que trato de decirle! ¡Yo tampoco sueño! Por eso pensaba que a lo mejor había sido usted. (Pausa.)

Aston.-¿Cómo ha dicho que se llamaba?

Davies.-Jenkins. Bernard Jenkins es mi nombre supuesto. (Pequeña pausa.)

Aston.-¿Sabe? El otro día estaba sentado en un café. Dio la casualidad de que me senté en la misma mesa en que había una mujer. Bueno, empezamos a…, a cambiar unas frases. No sé de qué hablamos…, sobre sus vacaciones, eso es, donde había estado. Las había pasado en la costa, en el Sur. Pero no recuerdo el nombre… En fin, estábamos allí sentados, charlando un poquito…, y de pronto puso su mano sobre la mía… y me dijo: «¿Le gustaría que le echara un vistazo a su cuerpo?»

Davies.-No me diga. (Pausa.)

Aston.-Sí. Salirme con esa, así, sin más ni más, en mitad de aquella conversación. Me pareció bastante raro.

Davies.-A mí me han dicho lo mismo.

Aston.-¿También?

Davies.-¿Mujeres? Muchas veces se me han acercado y me han hecho poco más o menos la misma pregunta. (Pausa.)

Aston.-No, su nombre, su nombre verdadero, ¿cuál es?

Davies.-Davies. Mac Davies. Este es mi nombre de verdad.

Aston.-¿Es usted galés?

Davies.-¿Eh?

Aston.-¿Es galés? (Pausa.)

Davies.-Pues sí, he dado muchas vueltas, ¿sabe?… Quiero decir…, he corrido mucho mundo…

Aston.-Pero, bueno, ¿dónde nació usted?

Davies.-(Oscuramente.) ¿Qué quiere decir?

Aston.-¿Dónde nació?

Davies.-Nací…, ¡uh!…, ¡oh!, es difícil recordar una cosa de hace tantos años…; comprende, ¿no?… Hace tiempo…, tanto tiempo…; la memoria falla…, usted ya sabe…

Aston.-(Yendo hacia el hogar y agachándose.) ¿Ve este enchufe? Puede usted enchufarlo aquí, si quiere. Esta pequeña estufa.

Davies.-De acuerdo, señor.

Aston.-Solo con enchufarlo aquí, basta.

Davies.-De acuerdo, señor. (Aston va hacia la puerta. Ansiosamente.) ¿Qué debo hacer?

Aston.-Sólo tiene que enchufarlo, eso es todo. La estufa se irá calentando.

Davies.-¿Sabe qué le digo? Que no lo toco y ya está.

Aston.-Pero si no cuesta nada.

Davies.-No, esta clase de chismes no me gustan mucho.

Aston.-Tiene que funcionar. (Volviéndose.) Bueno.

Davies.-¡Eh! Iba a preguntarle si la cocina, si la cocina puede tener algún escape… ¿Qué cree usted?

Aston.-No está conectada.

Davies.-Verá usted, lo que me preocupa es que está precisamente en la cabecera de mi cama, ¿ve? Tengo que tener cuidado en no darle codazos…; podría tocar una de estas llaves con el codo al levantarme, ¿me entiende? (Da la vuelta alrededor de la estufa y la examina.)

Aston.-No se preocupe usted.

Davies.-Bueno, mire: usted no se preocupe por esto. Lo que voy a hacer es echar de cuando en cuando un vistazo a estas llaves, así, ¿ve? Eso, ahora están cerradas. Descuide, yo me encargo de esto.

Aston.-No creo que…

Davies.-(Dando la vuelta.) Oiga, señor, otra cosa…, ¿eh?… ¿No podría prestarme un par de chelines? Para una taza de té, ¿sabe?

Aston.-Anoche le di unos cuantos.

Davies.-¿Eh? Sí, claro. Es verdad. Lo había olvidado. Se me había ido completamente de la memoria. Tiene razón. Gracias, señor. Escuche. ¿Está seguro, está usted completamente seguro de que no le importa que me quede a vivir aquí? Verá, yo no soy de esa clase de tipos que se toman ciertas libertades.

Aston.-No; puede usted quedarse.

Davies.-Algo más tarde quizá me llegue a Wembley.

Aston.-¡Hummmm!

Davies.-Por allí hay un cafetín, ¿sabe? Quizá me den algún trabajillo. Estuve allí, ¿sabe usted? Sé que les falta gente. Quizá necesiten personal.

Aston.-¿Cuándo fue eso?

Davies.-¿Eh? ¡Oh!, bueno, eso fue…, por allí…; de esto hará…, de esto hará ya algún tiempo. Pero, claro, lo difícil en estos lugares es que encuentren la gente fetén. Lo que hacen es salirse del paso con esos extranjeros; los hoteleros y cafeteros, ¿sabe?, quiero decir, eso es lo que buscan. Se lo aseguro.

Aston.-¡Hummmm!

Davies.-¿Sabe?, estaba pensando que, una vez allí, quizá eche un vistazo al estadio, al estadio de Wembley. Para todos los grandes partidos, ¿comprende?, necesitan gente para cuidar del terreno. También podría hacer otra cosa, podría llegarme hasta Kennington Oval. Todos esos grandes campos de deportes, es de sentido común, necesitan gente para cuidarse del terreno, eso es lo que quieren, lo que piden a gritos. Es cosa que salta a la vista, ¿no? ¡Oh!, lo tengo todo planeado…; eso es…, ¡uh!…, eso es…, eso es lo que voy a hacer. (Pausa.) Si al menos pudiera ir allí.

Aston.-¡Hummmm! (Aston va hacia la puerta.) Bueno, hasta luego, pues, ¿eh?

Davies.-Sí. Eso es. (Aston sale y cierra la puerta. Davies se queda quieto. Espera unos segundos, luego va hacia la puerta, la abre, mira al exterior, cierra, se queda en pie de espaldas a la puerta, se vuelve rápidamente, la abre, se asoma al exterior, entra otra vez, cierra la puerta, busca las llaves por el bolsillo, prueba una, prueba la otra, la cierra. Mira por la habitación; entonces se acerca rápidamente a la cama de Aston, se inclina y saca un par de zapatos. Se saca las sandalias y se calza los zapatos; luego anda de arriba abajo, sacudiendo los pies y balanceando las piernas. Oprime el cuero contra los dedos de sus pies.) No están mal estos zapatos, no están nada mal. Un poco puntiagudos. (Se saca los zapatos y los pone debajo de la cama. Examina el área en que se encuentra la cama de Aston, coge un jarrón y mira en su interior; luego coge una caja y la sacude.) ¡Tornillos! (Ve los botes de pintura colocados en la cabecera de la cama, va hacia ellos y los examina.) Pintura. ¿Qué querrá pintar? (Deja los botes de pintura, va hacia el centro de la habitación, mira hacia el balde del techo y hace una mueca.) Tendré que mirar eso. (Cruza hacia la derecha y coge el farol.) Aquí tiene un montón de cosas. (Toma el Buda y lo mira.) Está lleno. No hay más que ver. (Se queda en pie mirando. Se oye girar una llave en la cerradura de la puerta; muy suavemente la puerta se abre. Da unos pasos y se da un golpe en el dedo gordo del pie con una caja. Deja escapar un grito, se agarra el dedo y da media vuelta. La puerta también se cierra, suavemente, pero no del todo. Pone el Buda dentro de uno de los cajones y se frota el dedo.) ¡Uf! Me lo ha hecho polvo. ¡Puñetera caja! (Sus ojos se detienen en el montón de periódicos.) ¿Qué hará con todos esos periódicos? Vaya pila de papeles. (Se acerca a ellos y los toca. El montón amenaza derrumbarse. Lo sostiene.) ¡Quietos! ¡Quietos! (Sostiene el montón y recoge y arregla los pocos que se han caído. La puerta se abre. Entra Mick, se pone la llave en el bolsillo y cierra la puerta silenciosamente. Se queda en la puerta y mira a Davies.) ¿Para qué querrá todos estos papeles? (Davies se sube sobre la alfombra enrollada y se acerca a la maleta azul.) Aquí tiene una sábana y una funda de almohada a punto. (Abre la maleta.) Nada. (Cierra la maleta.) A pesar de todo, he dormido bien. Yo no hago ruidos. (Mira a la ventana.) Podría cerrar esa ventana. Ese saco no va bien. Se lo diré. ¿Qué es eso? (Coge otra maleta e intenta abrirla. Mick se dirige al fondo silenciosamente.) Cerrada. (La deja en el suelo y va hacia el sector anterior del escenario.) Debe de haber algo dentro. (Coge uno de los cajones del armario, registra el contenido; después lo deposita en el suelo. Mick se desliza a través de la habitación. Davies da media vuelta; Mick le coge el brazo y se lo retuerce hacia atrás. Davies grita.) ¡Uhhhhhh! ¡Uhhhhhhhhh! ¡Qué! ¡Qué! ¡Qué! ¡Uhhhhhhhh! (Mick, ágilmente, le hace caer en el suelo, mientras Davies lucha por librarse, haciendo visajes, quejándose y con los ojos desorbitados. Mick le sujeta el brazo, le hace un gesto para que se calle y luego con la otra mano le tapa la boca. Davies se calma. Mick le deja libre. Davies retrocede. Mick con un dedo le hace un signo de advertencia. Luego se agacha para mirar a Davies. Le mira y luego se pone en pie y le mira desde lo alto. Davies se frota el brazo, vigilando a Mick. Mick se vuelve para mirar la habitación. Va hacia la cama de Davies y aparta la ropa. Da la vuelta, va hacia el perchero y coge los pantalones de Davies. Davies empieza a levantarse. Mick le hace sentarse de nuevo en el suelo con el pie y se queda mirándole. Finalmente, le quita el pie de encima. Examina los pantalones y los echa hacia atrás. Davies sigue en el suelo, encogido. Mick, lentamente, va hacia la silla, se sienta y mira a Davies sin ninguna expresión en su rostro. Silencio.)