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—El honor será mío —respondió Tylin con una voz que no sonaba mucho más firme que antes.

A un gesto de la so’jhin, el hombre rubio corrió a la puerta y la sostuvo abierta, arrodillado, pero todavía quedaba todo el proceso de alisar y ajustar las ropas que las mujeres hacían antes de dirigirse a cualquier parte, ya fuesen seanchan, altaranesas o de cualquier otro lugar. Sin embargo, la da’covale pelirroja fue la que se encargó de hacer tal cosa para Tuon y Suroth. Mat aprovechó la oportunidad para apartar un poco a Tylin, lo suficiente para que no lo oyeran. Se dio cuenta de que los azules ojos de la so’jhin no dejaban de volverse hacia él una y otra vez, pero al menos Tuon, que aceptaba las atenciones de la esbelta da’covale, parecía haberse olvidado de que existía.

—No me caí simplemente —le susurró a la reina—. El gholam intentó matarme no hace mucho más de una hora. Sería mejor que me marchara. Esa cosa me quiere muerto, y también matará a cualquiera que esté cerca de mí. —El plan se le acababa de ocurrir, pero le pareció que había posibilidades de que tuviera éxito.

Tylin aspiró por la nariz con desdén.

—Él… Eso, no te tendrá, lechoncito. —Dirigió una mirada a Tuon que, de haberla visto ésta, podría haber hecho olvidar la idea de que la reina fuera una hermana—. Y tampoco ella. —Al menos tuvo el sentido común de hablar en susurros.

—¿Quién es? —preguntó Mat. Bueno, en realidad el plan sólo había tenido una posibilidad de que funcionara.

—La Augusta Señora Tuon, y ya sabes tanto como yo —contestó Tylin, hablando en voz baja—. Suroth salta cuando ella habla, y ella salta cuando habla Anath, aunque casi juraría que la tal Anath es una especie de criada. Son gentes muy peculiares, cielito. —De repente rascó un poco de barro de su mejilla con el dedo; Mat no se había dado cuenta de que también tenía la cara manchada de barro. De pronto la expresión de águila asomó intensamente a los ojos de la mujer—. ¿Recuerdas las cintas de color rosa, ricura? Cuando regrese, comprobaré cómo te sienta ese color.

Salió de la sala con Tuon y Suroth, seguida por Anath, la so’jhin y los da’covale, dejando a Mat con la criada canosa, que empezó a recoger la mesa de las bebidas. Él se hundió en uno de los sillones tallados a semejanza de bambú y apoyó la cabeza en las manos.

En cualquier otro momento, esas cintas rosas lo habrían hecho farfullar. Nunca habría debido intentar irritarla. Ni siquiera el gholam ocupaba mucho sus pensamientos. Los dados habían parado de rodar y… ¿Qué? Había estado cara a cara, o casi, con tres personas que no conocía, pero no podía ser eso. Quizá tenía algo que ver con el hecho de que Tylin se convirtiera en una de la Sangre. Pero, hasta el momento, cuando los dados se paraban, siempre le había pasado algo, personalmente.

Se quedó sentado allí dándole vueltas al asunto mientras la criada llamaba a otras para que se llevasen todo; siguió sentado hasta que Tylin regresó. La mujer no había olvidado las cintas rosas, y aquello consiguió que Mat se olvidara de todo lo demás durante mucho, mucho tiempo.

18

Una oferta

Los días posteriores al intento del gholam de matarlo entraron en una rutinaria sucesión repetitiva que irritaba sobremanera a Mat. El cielo gris no cambiaba nunca, salvo para descargar lluvia o no. Por las calles se hablaba de un hombre al que había matado un lobo, no muy lejos de la ciudad, desgarrándole la garganta. Nadie sentía preocupación, sólo curiosidad, ya que no se habían visto lobos en los alrededor de Ebou Dar desde hacía años. A Mat sí le preocupaba. La gente de ciudad podría pensar que un lobo no se acercaría a las murallas de una ciudad así, sin más, pero él sabía de lo que se trataba: el gholam no se había marchado. Harnan y los otros Brazos Rojos se obstinaban en no abandonar la ciudad, afirmando que podían cubrirle la espalda, y Vanin se negaba a dar explicaciones, a menos que el comentario entre dientes de que Mat tenía buen ojo para los caballos veloces pudiera considerarse como tal; aunque escupió después de decirlo. Riselle, cuya tez olivácea era lo bastante bonita para provocar que un hombre tragase saliva, y la expresión de sus oscuros ojos lo bastante avisada para dejarle la boca seca, le preguntó la edad de Olver. Cuando él contestó que casi diez años, pareció sorprenderse y se dio golpecitos en los turgentes labios pensativamente; pero, si la mujer cambió algo en las lecciones del chico, éste siguió saliendo de ellas parloteando sobre su busto y los libros que le había leído. Mat creía que Olver casi habría renunciado a las partidas nocturnas de Serpiente y Zorros por Riselle y los libros. Y, cuando el chico salía corriendo de los aposentos que antes habían sido suyos, a menudo Thom entraba con su arpa debajo el brazo. Aquello bastaba para que Mat rechinara los dientes, sólo que eso no era nada en realidad.

Thom y Beslan salían juntos a menudo, sin invitarlo, y se pasaban fuera la mitad del día o la mitad de la noche. Ninguno volvió a hacer mención de sus intrigas, si bien Thom tuvo la decencia de aparentar sentirse violento. Mat confiaba en que no fueran a provocar que matasen a gente para nada, pero ellos no demostraban mucho interés por sus opiniones. El gesto de Beslan se tornaba iracundo en cuanto veía a Mat. Juilin siguió subiendo a los pisos altos y lo sorprendió Suroth, y por ello lo azotaron con un cinturón, colgado por las muñecas de los postes de una cuadra en los establos. Mat vio los verdugones mientras lo curaba Vanin —éste afirmaba que tratar a hombres era igual que tratar caballos—, y le advirtió que podía ser peor la próxima vez, pero el muy necio volvía de nuevo a los pisos altos esa misma noche, todavía encogiéndose de dolor por el roce de la camisa en la espalda. Tenía que tratarse de una mujer, aunque el husmeador se negaba a decir nada. Mat sospechaba que era una de las nobles seanchan. Si hubiese sido una criada de palacio podría haberla recibido en su propio cuarto, ya que Thom pasaba tanto tiempo fuera.

Ni Suroth ni Tuon, eso seguro, pero ellas no eran las únicas de la Alta Sangre que había en palacio. La mayoría de los nobles seanchan alquilaban habitaciones o, más a menudo, casas enteras, en la ciudad, pero varios habían ido a palacio con Suroth y también un puñado de ellos con la chica. Más de una de las mujeres parecía una agradable «brazada» a pesar de las cabezas afeitadas salvo las crestas y su modo de mirar arrogante a todo el mundo que no llevaba afeitadas las sienes. Es decir, si es que les prestaban más atención que a un mueble. Y, si parecía imposible que una de esas altivas mujeres dedicara más que una mirada de pasada a un hombre que dormía en las dependencias de los criados… en fin, la Luz sabía que las mujeres tenían gustos peculiares respecto a los hombres. No le quedaba más opción que dejar a Juilin solo en aquello. Fuese quien fuese la mujer, todavía podía hacer que el husmeador acabara con la cabeza cortada, pero esa clase de fiebre tenía que consumirse por sí misma antes de que un hombre pudiera pensar claramente. Las mujeres hacían cosas raras con las mentes de los hombres.

Los barcos recién llegados seguían regurgitando gente, animales y carga durante días y días, en tales cantidades que las inmensas murallas habrían reventado si se hubiesen quedado todos, pero atravesaban la ciudad y salían a campo abierto, con sus familias, sus herramientas y su ganado, preparados para echar raíces. También pasaban miles de soldados, infantería bien organizada y caballería de jinetes con el aire experimentado de los veteranos, y se dirigían hacia el norte en sus armaduras de llamativos colores, y al este a través del río. Mat renunció a contarlos. A veces veía criaturas extrañas, aunque a la mayoría de esos animales los descargaban por encima de la ciudad para evitar las calles. Torm semejantes a grandes felinos con tres ojos y escamas bronceadas, cuya mera presencia provocaba que casi todos los caballos que había cerca se espantaran; corlm de la talla de un hombre con apariencia de aves peludas y sin alas, las altas orejas agitándose sin cesar y los largos picos aparentemente ansiosos de desgarrar carne; s’redit inmensos, con largos hocicos y colmillos aún más largos. Los raken y los más corpulentos to’raken que volaban desde su campo de aterrizaje, por debajo del Rahad, eran inmensos lagartos con alas semejantes a las de los murciélagos y llevaban hombres a la espalda. Los nombres eran fáciles de aprender; cualquier soldado seanchan estaba deseoso de hablar sobre la necesidad de exploradores montados en raken y la destreza de los corlm para seguir rastros, o si los s’redit servían para algo más que transportar cargas pesadas y los torm eran demasiado inteligentes para confiar en ellos. Mat se enteró de muchas cosas interesantes a través de hombres que querían lo que casi cualquier soldado; es decir, un trago, una mujer o un rato de juego, no necesariamente en ese orden. Aquellos soldados eran realmente veteranos. Seanchan era un imperio más grande que el conjunto de naciones comprendidas entre el Océano Aricio y la Columna Vertebral del Mundo, todo él bajo el mandato de una emperatriz, pero con una historia de rebeliones casi constantes que mantenían afinada la destreza de sus soldados. A los granjeros sería más difícil expulsarlos.