—¡… gran estupidez! —bramaba Bayle mientras atizaba los leños de la chimenea de ladrillos—. ¡Así la Fortuna me clave su aguijón! El Halcón del mar podría navegar aprovechando más el viento y más rápido que cualquier barco seanchan jamás construido. También habrá borrascas y…
Ella sólo escuchaba lo suficiente para saber que había dejado de rezongar por la habitación y retomado el mismo tema de discusión de siempre. La habitación forrada con paneles oscuros no era la mejor de La Mujer Errante, ni siquiera se le acercaba, pero cumplía con todos los requisitos, excepto por las vistas. Las dos ventanas se asomaban al patio del establo. Una capitana de los Verdes se igualaba en rango con un oficial general, pero en ese lugar la mayoría de los que superaba en rango eran ayudantes o secretarios de oficiales superiores del Ejército Invencible. Tanto en el ejército de tierra como en el mar, pertenecer a la Sangre no contaba para mucho más, a menos que se fuera de la Alta Sangre.
La laca verde mar de las uñas de los dedos meñiques relucía. Siempre había esperado ascender, quizás a capitana de los Oros, y dirigir flotas como había hecho su madre. De pequeña había soñado incluso con ser nombrada la Mano de la Emperatriz en el Mar, igual que su madre, y estar a la izquierda del Trono de Cristal como so’jhin de la emperatriz en persona, ojalá viviese para siempre, autorizada para hablarle directamente. Las jovencitas tenían sueños estúpidos, y debía admitir que tras haber sido elegida entre los Precursores consideró la posibilidad de un nuevo nombre. No creía que ocurriera, claro —eso habría sido situarse por encima de su posición—, pero aun así todo el mundo sabía que la reconquista de las tierras robadas significaría nuevas incorporaciones a la Sangre. Ahora era capitana de los Verdes, diez años antes de lo que podría haber esperado, y se encontraba en la pendiente de la empinada montaña que ascendía a través de las nubes hasta el sublime pináculo de la emperatriz, así viviera para siempre.
No obstante, dudaba que le dieran el mando de una nave grande, cuanto menos de una escuadra. Suroth aseguraba que había aceptado su historia; pero, de ser así, ¿por qué la habían dejado parada en Cantorin? ¿Por qué, cuando sus órdenes llegaron finalmente, eran para que se presentase allí y no en un barco? Claro que sólo había un número limitado de puestos de mando disponibles, incluso para una capitana de los Verdes. Tenía que ser eso. Debían de haberla elegido para que ocupase una posición cerca de Suroth, aunque sus órdenes mencionaban únicamente que viajase a Ebou Dar en el primer medio de transporte que hubiera disponible y esperase a recibir nuevas instrucciones. Quizá. La Alta Sangre podía dirigirse a la baja sin la intervención de una Voz, pero tenía la impresión de que Suroth se había olvidado de ella tan pronto como la despidió tras recibir su recompensa. Lo que también podría significar que Suroth recelaba algo. Simples lucubraciones que no llevaban a ninguna parte. En cualquier caso, podía darse por satisfecha si ese Buscador había abandonado sus sospechas. Debía de haberlo hecho, o en caso contrario ya la tendría en una mazmorra chillando; con todo, si también se encontraba en la ciudad, la estaría vigilando, esperando que diese un paso en falso. Ahora no podía derramar ni una gota de su sangre, pero los Buscadores eran expertos en vérselas con esa nimia dificultad. Sin embargo, mientras se conformara con vigilarla, podía mirarla hasta que los ojos se le secasen. Ahora pisaba una cubierta firme, y a partir de este momento tendría mucho cuidado con dónde pisaba. Puede que llegar a capitana de los Oros ya no fuera posible, pero retirarse como capitana de los Verdes era honorable.
—¿Y bien? —demandó Bayle—. ¿Qué dices a eso?
Ancho, sólido y fuerte, justo la clase de hombre que siempre le había gustado, Bayle se había parado junto a la cama, en mangas de camisa, el rostro ceñudo y con los puños en las caderas, en absoluto la postura que un so’jhin debería adoptar ante su señora. Con un suspiro, Egeanin dejó caer las manos sobre el estómago. Bayle no aprendería nunca cómo se suponía que debía comportarse un so’jhin. Se lo tomaba todo a broma, o como un juego, como si nada de aquello fuese real. A veces decía incluso que deseaba ser su Voz, por muchas veces que ella le explicara que no pertenecía a la Alta Sangre. En una ocasión había hecho que lo azotaran, y después se había negado a dormir en la misma cama con ella hasta que le pidió disculpas. ¡Disculpas!
Hizo un rápido repaso mental de los rezongos que había escuchado a medias. Sí; todavía los mismos argumentos después de todo ese tiempo. Nada nuevo. Bajó las piernas por el borde de la cama, se sentó y fue recalcando cada respuesta enumerándolas con los dedos. Lo había hecho tan a menudo que habría podido recitarlas de memoria.
—Si hubieses intentado huir, las damane del otro barco habría partido los mástiles del tuyo como si fuesen ramitas tiernas. No fue un encuentro casual, Bayle, y lo sabes; su primera orden de detener la nave fue para demandar si era el Halcón del mar. Obligándote a ponerte al pairo y anunciando que nos dirigíamos a Cantorin con un regalo para la emperatriz, así viva para siempre, disipé sus sospechas. De haber hecho otra cosa, ¡cualquier otra cosa!, habríamos acabado todos encadenados en la bodega y vendidos tan pronto como hubiésemos atracado en Cantorin. Dudo que hubiésemos sido lo bastante afortunados para afrontar el hacha del verdugo en cambio. —Alzó el pulgar—. Y, por último, si hubieses conservado la calma como te dije, tampoco habrías ido a la plataforma de subastas. ¡Me costaste un montón de dinero!
Al parecer, otras cuantas mujeres en Cantorin tenían el mismo gusto respecto a los hombres. Habían subido la puja desmesuradamente. Tozudo como era, el hombre se puso ceñudo mientras se rascaba la barba corta con gesto irritado.
—Sigo opinando que podríamos haberlo tirado todo por la borda —murmuró—. Ese Buscador no tenía prueba alguna de que esos objetos estuvieran en el barco.
—Los Buscadores no necesitan pruebas —repuso ella, imitando su acento en son de burla—. Los Buscadores las encuentran, y el modo de encontrarlas es doloroso. —Si se veía limitado a sacar a relucir lo que incluso él había admitido hacía mucho tiempo, quizás estaba cerca finalmente de poner fin a todo el asunto—. En cualquier caso, Bayle, ya has admitido que no hay nada malo en que Suroth tenga ese collar y esos brazaletes. Nadie puede ponérselos a menos que se acerque a él lo bastante, y no he oído nada que sugiera que alguien lo haya hecho o vaya a hacerlo. —Se contuvo de añadir que tampoco importaba gran cosa si alguna persona lo hacía. Bayle no estaba siquiera familiarizado realmente con las versiones de las Profecías que tenían a este lado del Mar del Mundo, pero se mostraba categórico en que ninguna mencionaba la necesidad de que el Dragón Renacido se arrodillase ante el Trono de Cristal. Tal vez fuese necesario ponerle ese a’dam masculino, pero Bayle nunca lo vería así—. Lo hecho, hecho está, Bayle. Si la Luz quiere, viviremos mucho al servicio del imperio. Bien, dices que conoces esta ciudad. ¿Qué puede verse o hacerse aquí que sea interesante?
—Siempre hay festivales de alguna clase —contestó lentamente, a regañadientes. Nunca le gustaba dar por perdida una discusión, por fútil que fuese—. Algunos podrían ser de tu agrado, y otros no, creo. Eres muy… quisquillosa.
¿Qué querría decir con eso? De repente el hombre sonrió, antes de continuar.