Выбрать главу

—Nunca lo encontrarías para poder matarlo, Bayle. No se reunirá con ella dos veces en el mismo sitio, y, aunque la siguieses de día y de noche, podría ir disfrazado. No vas a matar a todos los hombres que hablen con esa mujer.

Irguiendo la espalda, se dirigió a la mesa donde tenía el escritorio portátil y abrió la tapa. Era de madera tallada, con un tintero de cristal y recipiente de plata para la arena; ése había sido el regalo de su madre por su primer puesto de mando. Las hojas de papel fino, cuidadosamente colocadas, llevaban impreso el emblema recién concedido, una espada y un ancla trabada.

—Redactaré tu manumisión —anunció mientras mojaba la pluma en el tintero de plata—, y te daré suficiente dinero para pagarte un pasaje. —La pluma se deslizó sobre el papel. Su caligrafía siempre había sido buena. Los diarios de a bordo tenían que ser legibles—. No bastante para comprar un barco, me temo, pero habrá que conformarse. Partirás en el primer barco en el que haya pasaje libre. Aféitate el resto de la cabeza y así no tendrás problemas. Todavía resulta conmocionante ver hombres calvos sin peluca, pero hasta ahora nadie parece haber… —Soltó una exclamación ahogada cuando Bayle le quitó el papel que estaba escribiendo.

—Si me liberas, no puedes darme órdenes —dijo él—. Además, tienes que asegurarte de que podré mantenerme si me das la libertad. —Metió la hoja en el fuego y observó cómo se ennegrecía y retorcía—. Un barco, fue lo que dijiste, y te tomo la palabra.

—Escucha bien y atiende —replicó ella con su mejor tono de mando en el alcázar, pero no causó mella en el hombre. Debía de ser por el condenado vestido.

—Te hace falta una tripulación —la interrumpió—, y yo puedo encontrar una, incluso aquí.

—¿De qué me serviría una tripulación? No dispongo de un barco. Y, aun cuando lo tuviera, ¿adónde me dirigiría que no pudiera encontrarme el Buscador?

Bayle se encogió de hombros como si aquello careciera de importancia.

—Lo primero, la tripulación. Reconocí al tipo que estaba en la cocina, el que tenía a la chica sentada en las rodillas. Deja de torcer el gesto. No hay nada malo en darse unos cuantos besos.

Egeanin se irguió, dispuesta a ponerlo en su sitio. Había fruncido el entrecejo, no torcido el gesto, porque esa pareja se magreaba en público como si fueran animales, ¡y él era su propiedad! ¡No podía hablarle de ese modo!

—Se llama Mat Cauthon —continuó Bayle mientras ella abría la boca—. Por sus ropas, ha venido a más, y mucho. La primera vez que lo vi llevaba una chaqueta de campesino y huía de los trollocs en un lugar al que incluso los trollocs temen. La última vez, casi la mitad de Puente Blanco ardía, y un Myrddraal intentaba matarlo a él y a sus amigos. Yo no lo presencié, pero en vista de todo lo demás creería cualquier cosa. Un hombre capaz de sobrevivir a trollocs y a un Myrddraal ha de ser útil, a mi entender. En especial ahora.

—Algún día —gruñó ella— voy a tener que ver a algunos de esos trollocs y Myrddraal de los que hablas. —Esas criaturas no podían ser ni la mitad de temibles de como él las describía.

Bayle sonrió y sacudió la cabeza. Sabía lo que ella pensaba sobre los llamados Engendros de la Sombra.

—Lo que es mejor aún, el joven maese Cauthon estuvo en mi barco con compañeros. Buenos hombres también para esta situación. A uno lo conoces. Thom Merrilin.

Egeanin se quedó sin habla. Merrilin era un hombre mayor muy avispado; un hombre mayor peligroso. Y se encontraba con esas dos Aes Sedai cuando había conocido a Bayle.

—Bayle, ¿existe una conspiración? Dímelo, por favor. —Nadie le pedía nada por favor a su propiedad, ni siquiera a un so’jhin. Es decir, no se hacía a menos que se deseara desesperadamente algo.

Él volvió a sacudir la cabeza, apoyó una mano en la repisa de la chimenea y miró ceñudo las llamas.

—Las Aes Sedai conspiran del mismo modo que los peces nadan. Podrían estar maquinando con Suroth, pero la cuestión es: ¿podría Suroth conspirar con ellas? La he visto mirar a las damane como si fuesen perros sarnosos llenos de pulgas y enfermedades contagiosas. ¿Podría siquiera hablar con una Aes Sedai? —Alzó la vista y sus ojos eran sinceros, sin ocultar nada—. Lo que digo es cierto. Juro por la tumba de mi abuela que no sé de ningún complot. Pero, si estuviera al tanto de diez, seguiría sin permitir que el Buscador o cualquier otra persona te hiciera daño.

Era la clase de cosas que un so’jhin leal diría. Bueno, ningún so’jhin que ella supiera habría sido tan directo, pero los sentimientos eran los mismos. Sólo que ella sabía que Bayle no lo había dicho en ese sentido, que nunca podría decirlo en ese sentido.

—Gracias, Bayle. —Una voz firme era necesaria para dirigir, pero se sentía orgullosa de que la suya sonara así ahora—. Encuentra a ese maese Cauthon y a Thom Merrilin si puedes. Quizá pueda hacerse algo.

Bayle no hizo reverencia alguna antes de salir, pero Egeanin ni siquiera consideró la idea de reprenderlo. Tampoco ella estaba dispuesta a permitir que el Buscador la pillara. Costara lo que costase. Ésa era una decisión que había tomado antes de liberar a Bethamin. Llenó la copa abollada hasta el borde con brandy, con la intención de embriagarse hasta el punto de no ser capaz de pensar, pero en cambio se sentó y miró fijamente el oscuro licor sin probar una gota. Costara lo que costase. ¡Luz, no era mejor que Bethamin! Pero saberlo no cambiaba nada. Costara lo que costase.

22

Surgir de la nada

El mercado de Amhara era uno de los tres existentes en Far Madding donde se permitía comerciar a los forasteros, pero a despecho del nombre la enorme plaza no tenía aspecto de mercado, ya que no había puestos ni se exhibían mercancías. Unos cuantos jinetes montados, un puñado de sillas de mano cerradas acarreadas por portadores vestidos con llamativos uniformes, y alguno que otro carruaje con las cortinas de las ventanillas echadas avanzaban entre una multitud no muy nutrida pero bulliciosa, como la que podría verse en una ciudad grande. La mayoría de la gente iba bien arrebujada en su capa para resguardarse del viento matinal que soplaba desde el lago que rodeaba la ciudad, y era el frío lo que los hacía ir presurosos más que asuntos urgentes. Alrededor de la plaza, al igual que en los otros dos mercados de forasteros de la ciudad, las altas casas de piedra pertenecientes a banqueros se alzaban pegadas a posadas con tejados de pizarra, donde se albergaban los mercaderes extranjeros, y junto a almacenes de piedra sin ventanas en los que se guardaban las mercancías, y entre medias establos y patios de carretas, también de piedra. Far Madding era una ciudad de paredes de piedra y tejados de pizarra. En esta época del año, las posadas estaban ocupadas sólo una cuarta parte de su capacidad, en el mejor de los casos, y los almacenes y los patios de carretas se hallaban aún más vacíos. Sin embargo, con la llegada de la primavera revivía el comercio, y los mercaderes pagarían el triple por cualquier hueco que pudiesen encontrar.

Un pedestal redondo de mármol, en el centro de la plaza, sostenía una estatua de Savion Amhara de tres metros y medio de altura, toda orgullo en sus marmóreos ropajes e intrincadas cadenas del cargo alrededor del cuello. Su rostro de mármol se mostraba severo bajo la diadema enjoyada de Primera Consiliaria; la mano derecha asía firmemente la empuñadura de una espada, con la punta apoyada entre los pies, en tanto que la izquierda, alzada, señalaba con el índice en un gesto de advertencia hacia la puerta de Tear, situada a poco más de un kilómetro. Far Madding dependía de los mercaderes de Tear, Illian y Caemlyn, pero el Consejo Supremo siempre desconfiaba de los extranjeros y de sus corruptas costumbres foráneas. Uno de los vigilantes urbanos, equipado con casco de acero y brigantina de cuero forrada con láminas cuadradas y luciendo en el hombro izquierdo la Mano Dorada, se encontraba debajo de la estatua y se valía de una vara larga y flexible para espantar a las palomas grises de alas negras. Savion Amhara era una de las tres mujeres más reverenciadas en la historia de Far Madding, aunque ninguna de ellas era conocida mucho más allá de las orillas del lago. Dos hombres de la ciudad se mencionaban en todas las historias del mundo, aunque cuando nacieron a uno se lo llamó Aren Mador y al otro Fel Moreina, pero Far Madding procuraba fervientemente olvidar a Raolin Perdición del Oscuro y a Yurian Arco Pétreo. En realidad, aquellos dos hombres eran el motivo de que Rand se encontrara en Far Madding.