El susurro de unos pasos anunció la llegada de más personas a la balconada por el mismo arco que habían cruzado ellas; eran unas doce mujeres sonrientes, con el cabello recogido en alto y ataviadas con ondeantes sobrevestes de seda de color azul encima de los vestidos, y ricamente bordadas en oro y tan largas por detrás que arrastraban por el suelo. Esas gentes sabían cómo poner de manifiesto el rango. Todas lucían un gran colgante en forma ovalada, rojo y engastado en oro, que pendía de una cadena de gruesos eslabones dorados; la misma forma ovalada aparecía en el centro de las estrechas diademas de oro. En una de las mujeres, eran rubíes los que formaban el símbolo ovalado, no simple esmalte, y los zafiros y piedras de la luna casi ocultaban el círculo dorado que le ceñía la frente; también llevaba un pesado sello de oro en el índice de la mano derecha. Era alta y majestuosa, con el negro cabello recogido en un gran moño alto, surcado con muchas hebras grises, si bien no había una sola arruga en su cara. Las demás eran altas o bajas, gruesas o delgadas, bonitas o poco agraciadas, ninguna joven y todas con un aire de autoridad, pero la primera mujer destacaba y no sólo por las gemas. Sus grandes ojos oscuros rebosaban compasión y sabiduría, y de ella irradiaba un aire de mando, no simple autoridad. Shalon no necesitaba que le dijeran que ella era la Primera Consiliaria, pero en cualquier caso la mujer lo anunció.
—Soy Aleis Barsalla, Primera Consiliaria de Far Madding. —Su voz meliflua, de timbre profundo para una mujer, parecía hacer una proclamación y esperar vítores; resonó en la cúpula creando una especie de aclamación—. Far Madding da la bienvenida a Harine din Togara Dos Vientos, Señora de las Olas del clan Shodein y embajadora extraordinaria de la Señora de los Barcos de los Atha’an Miere. Que la Luz os ilumine y os procure prosperidad. Vuestra llegada alegra todos los corazones de esta ciudad. Me complace la oportunidad de saber más sobre los Atha’an Miere, pero debéis encontraros cansada de los rigores de vuestro viaje. Se os han preparado aposentos en mi palacio. Cuando hayáis comido y descansado, podremos hablar; para provecho mutuo, si así lo quiere la Luz. —Las otras extendieron las faldas e hicieron una medio reverencia.
Harine inclinó levemente la cabeza; en su sonrisa había un atisbo de satisfacción. Aquí, al menos, había quienes le demostraban el debido respeto. Y seguramente ello contribuía a que no mirasen boquiabiertas sus joyas y las de Shalon.
—Al parecer, los mensajeros de las puertas son tan rápidos como siempre, Aleis —dijo Cadsuane—. ¿No hay bienvenida para mí?
La sonrisa de Aleis se desdibujó un instante; algunas de las otras se borraron por completo mientras Cadsuane se adelantaba para situarse junto a Harine, y las que se mantuvieron se notaba que eran forzadas. Una mujer bonita, de talante serio, llegó incluso a fruncir el ceño.
—Os agradecemos que nos hayáis traído a la Señora de las Olas, Cadsuane Sedai. —El tono de la Primera Consiliaria no parecía sonar particularmente agradecido. La mujer se irguió al máximo y miró fijamente al frente, por encima de la cabeza de Cadsuane, en lugar de mirarla a ella—. No me cabe duda de que podemos encontrar algún modo de hacer patente la profundidad de nuestro agradecimiento antes de que partáis.
No habría podido hacer más obvia su invitación para que se retirara, pero la Aes Sedai sonrió a la mujer más alta que ella. No era una sonrisa desagradable exactamente, pero tampoco era divertida ni por asomo.
—Puede que pase tiempo antes de que me marche, Aleis. Te agradezco la oferta de alojamiento y la acepto. Siempre es preferible un palacio en Las Cumbres que incluso la mejor posada.
Los ojos de la Primera Consiliaria se abrieron con sobresalto y después se estrecharon en un gesto de determinación.
—Cadsuane debe estar a mi lado —intervino Harine, que se las ingenió para que la voz no le sonase demasiado estrangulada, antes de que Aleis pudiese decir nada—. Donde ella no es bien recibida, tampoco lo soy yo. —Eso era parte del acuerdo que se había visto forzada a aceptar si querían acompañar a Cadsuane. Entre otras cosas, debían ir a donde la Aes Sedai dijese hasta que se reunieran con el Coramoor, e incluirla en cualquier invitación que recibieran. Esto último había parecido algo poco importante en su momento, sobre todo comparado con lo demás, pero obviamente la mujer sabía de antemano el recibimiento que tendría allí.
—No hay por qué desalentarse, Aleis. —Cadsuane se inclinó hacia la Primera Consiliaria en actitud confidencial, pero no bajó el tono de voz. Los ecos en la cúpula magnificaron sus palabras—. Estoy segura de que ya no tienes malos hábitos que deba corregirte.
El semblante de la mujer alta se tornó carmesí, y a su espalda surgieron ceños especulativos en las otras Consiliarias. Algunas la observaban como si la viesen con otros ojos. ¿Cómo alcanzarían un rango y cómo lo perderían? Aparte de Aleis, eran doce, sin duda una coincidencia, pero las Primeras Doce entre las Navegantes de un clan elegían a la Señora de las Olas, por lo general una de ellas mismas, al igual que las Primeras Doce de las Señoras de las Olas elegían a la Señora de los Barcos. Ésa era la razón de que Harine hubiese aceptado las palabras de la extraña chica, porque era una de las Doce Primeras. Eso y el hecho de que dos Aes Sedai afirmaran que la chica tenía verdaderas visiones. Una Señora de las Olas o incluso una Señora de los Barcos podía ser depuesta, aunque sólo por causas específicas, como por ejemplo una incompetencia crasa o perder la cabeza, y el fallo de las Doce Primeras debía ser unánime. Los confinados en tierra parecían hacer las cosas de manera distinta, y a menudo descuidadamente. El odio y a la vez una expresión de acoso asomaba a los ojos de Aleis, fijos en Cadsuane. Quizá percibía doce pares de ojos clavados en su espalda. Las otras Consiliarias la tenían puesta en la balanza. Mas, si Cadsuane había decidido injerirse en la política de este lugar, ¿por qué motivo lo había hecho? ¿Y por qué de un modo tan directo?
—Un hombre acaba de encauzar —dijo repentinamente Verin. No se había unido a las demás y se asomaba a la barandilla, a diez pasos de distancia del grupo. La cúpula llevó su voz hasta ellas—. ¿Habéis tenido muchos hombres encauzando últimamente, Primera Consiliaria?
Shalon miró abajo y parpadeó. Las cuñas antes transparentes estaban negras ahora y, en lugar de apuntar hacia el corazón de la cámara, de algún modo se habían vuelto más o menos hacia la misma dirección. Una de las mujeres que había abajo se había puesto de pie para examinar a qué punto de la abrazadera marcada señalaba la fina cuña negra, y las otras dos mujeres corrían ya hacia una puerta rematada en arco. De repente Shalon comprendió, pues la triangulación era un tema sencillo para cualquier Detectora de Vientos: en alguna parte, tras aquella puerta, había un mapa, y a no tardar se marcaría en él la posición desde la que el hombre había encauzado.
—Sería rojo para una mujer, no negro —aclaró Kumira casi en un susurro. Todavía seguía algo apartada de la barandilla, pero se agarraba a ella con las dos manos y se asomaba para observar lo que ocurría abajo—. Da la alarma, localiza y defiende. ¿Y qué más? Las mujeres que lo crearon habrían querido algo más, quizá necesitaban algo más. Ignorar ese más podría ser increíblemente peligroso. —Pese a sus palabras, su tono no sonaba asustado, sino excitado.