Rand hizo caso omiso de ella y del júbilo que fluía a lo largo del vínculo.
—No preguntó por qué he venido a Far Madding —dijo en voz queda, con la mirada prendida en la puerta como si pudiese ver a Cadsuane a través de la hoja de madera. Sin duda tenía que estar preguntándose el porqué—. Le dijiste que me encontraba aquí, Alanna. Tuviste que ser tú. ¿Qué ha ocurrido con tu juramento?
La mujer respiró profundamente, y transcurrieron unos segundos antes de que contestara.
—No sé si a Cadsuane le importas un pimiento —espetó—. Mantengo ese juramento lo mejor que puedo, pero tú lo haces muy difícil. —Su voz empezó a endurecerse, y la ira fluyó con más ímpetu por el vínculo—. Debo lealtad a un hombre que se marcha y me deja atrás. Díme de qué forma se supone que he de servirte. Y, lo más importante, ¿qué has hecho? —Cruzó el trecho que los separaba y alzó la vista hacia él; la rabia ardía en sus ojos. Él la superaba en más de treinta centímetros, pero la mujer no pareció notarlo—. Hiciste algo, lo sé. ¡Estuve inconsciente durante tres días! ¿Qué hiciste?
—Decidí que, si tenía que estar vinculado, podía estarlo también por alguien a quien le dijera que podía hacerlo. —Tuvo que andar listo para agarrarle la mano antes de que ésta se estrellara en su mejilla—. He recibido suficientes bofetadas para un día.
Alanna lo miraba furiosa, enseñando los dientes como si fuera a arrancarle un trozo de garganta de un mordisco. Ahora el vínculo transmitía rabia e indignación, destilaba dagas.
—¿Dejaste que otra te vinculara? —gruñó—. ¡Cómo osaste! ¡Sea quien sea, la llevaré ante la justicia! ¡Haré que la azoten! ¡Eres mío!
—Porque tú me tomaste, Alanna —contestó fríamente—. Si lo supiesen otras hermanas, sería a ti a la que azotarían. —Min le había dicho en una ocasión que podía confiar en Alanna, que había visto a la Verde y a otras cuatro hermanas «en su mano». Confiaba en ella, hasta cierto punto, pero aun así también él estaba en la mano de Alanna, y no quería estarlo—. Libérame, y negaré que ocurrió. —Ignoraba que podía hacerse hasta que Lan le habló de Myrelle y de él—. Libérame y te eximiré de tu juramento.
La ardiente ira que fluía por el vínculo perdió intensidad sin desaparecer del todo, pero el rostro de la mujer recobró la calma y su voz sonó sosegada.
—Me estás haciendo daño en la muñeca.
Rand lo sabía. Podía sentir el dolor a través del vínculo. La soltó, y ella se dio masajes en la muñeca de una manera exagerada, más de lo que era necesario para el daño que se percibía. Todavía frotándose la zona magullada, se sentó en una silla y cruzó una pierna sobre otra. Parecía pensativa.
—He pensado librarme de ti —dijo finalmente—. He soñado con ello. —Soltó una risa corta y desganada—. Incluso pedí a Cadsuane que me dejase pasarle el vínculo a ella, hecho que indica lo desesperada que estaba. Si existe alguien capaz de manejarte, es Cadsuane. Pero ella se negó. La encolerizó que se lo pidiera sin preguntártelo, pero, aun en el caso de que hubieses estado de acuerdo, no lo quería. —Extendió las manos—. Así que eres mío. —Su semblante no cambió, pero el júbilo irradió de nuevo por el vínculo—. Te tomara como te tomase, eres mi Guardián, y tengo una responsabilidad. Eso tiene tanto peso en mí como el juramento que presté de obedecerte. El mismo peso. Así que no te liberaré a menos que sepa que esa mujer puede manejarte apropiadamente. ¿Quién te vinculó? Si está capacitada, dejaré que te tenga.
La mera posibilidad de que Cadsuane pudiese haber recibido su vínculo hizo que le corrieran escalofríos por la columna. Alanna nunca había sido capaz de controlarlo con el vínculo, y Rand no creía que ninguna hermana pudiera, pero jamás correría el riesgo con esa mujer. ¡Luz!
—¿Qué te hace pensar que no le importo a Cadsuane? —preguntó a su vez en lugar de responder a Alanna. Ni que pudiese confiar en ella ni que no, nadie sabría aquello si él podía evitarlo. Lo que Elayne, Min y Aviendha habían hecho podría estar permitido por la ley de la Torre, pero tenían algo peor que temer que el castigo de otras Aes Sedai si se descubría que estaban ligadas a él de ese modo. Se sentó en el borde de la cama y jugueteó con la flauta—. ¿Sólo porque rehusó mi vínculo? Quizá no se tome tan a la ligera como tú las consecuencias. Acudió a mí en Cairhien, y se quedó allí más tiempo de lo que podría justificar cualquier otra razón que no fuese yo. ¿De verdad se supone que tengo que creer que ha venido a visitar a unos amigos cuando casualmente me encuentro yo aquí? Te trajo a Far Madding para que me encontrases.
—Rand, quería saber dónde estabas todos los días —respondió Alana como quitándole importancia—, pero dudo que haya un pastor en Seleisin que no se pregunte dónde estás. El mundo entero quiere saberlo. Yo sabía que te encontrabas al sur, lejos, y que no te habías movido desde hacía días. Nada más. Cuando me enteré de que ella y Verin venían aquí, tuve que suplicarle, ¡de rodillas!, que me dejara acompañarla. Pero ni siquiera yo tenía la seguridad de que estarías aquí hasta que salí del acceso en las colinas desde las que se divisa la ciudad. Antes de eso, creía que habríamos de Viajar hasta mitad de camino de Tear para encontrarte. Cadsuane me enseñó a Viajar cuando vinimos aquí, así que no creas que podrás evitarme tan fácilmente de ahora en adelante.
¿Que Cadsuane le había enseñado a Viajar? Bueno, eso seguía sin aclarar quién le había enseñado a Cadsuane. Tampoco es que importara.
—¿Y Damer y los otros dos consintieron que los vinculasen? ¿O esas hermanas hicieron con ellos lo mismo que hiciste tú conmigo?
Un tenue rubor asomó a las mejillas de la mujer, pero cuando habló su voz sonó firme.
—Oí a Merise preguntarle a Jahar. Le costó dos días decidirse, y, que yo viera, ella nunca lo presionó en ese tiempo. No puedo hablar por las otras, pero, como dice Cadsuane, siempre puedes preguntarles a ellos. Rand, tienes que entenderlo, esos hombres tenían miedo de regresar a esa «Torre Negra» tuya. —Sus labios se torcieron en una mueca al pronunciar el nombre—. Temían que les echaran la culpa del ataque contra ti, y sabían que si se limitaban a huir se los perseguiría como desertores. Tengo entendido que ése es tu reglamento, ¿no? ¿A qué otro sitio podían ir, salvo con las Aes Sedai? Y fue una acertada decisión que lo hicieran. —Sonrió como si acabase de recordar algo maravilloso, y su voz se tornó excitada—. ¡Rand, Damer ha descubierto un modo de Curar la neutralización! Luz, me es imposible pronunciar esa palabra sin que se me paralice la lengua. Curó a Irgain, a Ronaille y a Sashalle. También ellas han prestado el juramento de fidelidad, como todas las demás.
—¿Qué quieres decir con «todas las demás»?
—Me refiero a todas las hermanas que retenían los Aiel. Incluso las Rojas. —A su voz asomó un tono de incredulidad al decir esto último, y con toda razón, pero la incredulidad dio paso a la intensidad mientras descruzaba las piernas y se echaba hacia adelante en la silla, con los ojos prendidos en los de él—. Todas han prestado el juramento y han aceptado el castigo que impusiste a Nesune y a las otras, las primeras cinco que juraron. Cadsuane no se fía de ellas. No les permitió que trajeran a ninguno de sus Guardianes. Admito que al principio albergué dudas, pero creo que sí puedes confiar en ellas. Prestaron el juramento, y sabes lo que eso significa para una hermana. No podemos romper un juramento, Rand. Es imposible.
Incluso las Rojas. Se había sorprendido cuando las primeras cinco cautivas le juraron lealtad. Elaida las había enviado para secuestrarlo y lo habían hecho. Había estado convencido de que su condición de ta’veren había sido la causa de que se sometieran a esa promesa, pero el efecto ta’veren meramente alteraba el azar, hacía que sucediera algo que, sin esa influencia, sólo ocurriría una vez entre un millón. Resultaba difícil creer que hubiera alguna circunstancia en que una Roja pudiera prestar juramento a un hombre que encauzaba.