—Nos necesitas, Rand. —La mujer se levantó de la silla como si quisiera pasear por la habitación, pero en cambio se quedó inmóvil, observándolo sin pestañear. Sus manos alisaron la falda en un gesto inconsciente—. Necesitas el apoyo de las Aes Sedai. Sin él, tendrás que conquistar todas las naciones, una por una, y no lo has hecho muy bien hasta el momento. Quizá te parezca que la rebelión en Cairhien ha terminado, pero el nombramiento de Dobraine como tu administrador no ha gustado a todo el mundo. Cabe la posibilidad de que muchos se unan a Toram Riatin si éste vuelve a aparecer. El Gran Señor Darlin se ha acomodado en la Ciudadela, según hemos sabido, tras el anuncio de que es tu administrador en Tear, pero los rebeldes no han salido de Haddon Mirk para darle su apoyo. En cuando a Andor, Elayne Trakand puede que diga que te apoyará una vez que haya ocupado el trono, pero se las ha ingeniado para sacar a tus soldados de Caemlyn, y me pondré campanas para ir a la Llaga si permite que se queden en Andor cuando tenga éxito en ocupar el trono. Las hermanas podemos ayudarte. Elayne nos hará caso. Los rebeldes de Cairhien y de Tear también nos lo harán. La Torre Blanca se ha encargado de poner fin a guerras y rebeliones durante tres mil años. Puede que no te guste el tratado que Rafela y Merana negociaron con Harine, pero lograron todo lo que pedías. ¡Luz, hombre, déjanos ayudarte!
Rand asintió lentamente con la cabeza. El que las Aes Sedai le prestasen juramento de fidelidad le había parecido un simple modo de impresionar a la gente con su poder. El miedo de que pudieran manipularlo para sus propios fines lo había cegado a todo lo demás. No le gustó admitir aquello. Había sido un necio.
«Un hombre que confía en todos es un necio —manifestó Lews Therin—, y el que no confía en nadie también lo es. Si vivimos lo suficiente, todos acabamos siéndolo». Esa reflexión casi hizo que pareciese cuerdo.
—Regresa a Cairhien —dijo Rand—. Diles a Rafela y Merana que quiero que se pongan en contacto con los rebeldes en Haddon Mirk. Y que los acompañen Bera y Kiruna. —Eran las cuatro hermanas, además de Alanna, de las que Min había dicho que podía fiarse. ¿Qué había dicho respecto a las otras cinco que Cadsuane había traído con ella? Que cada cual le serviría a su estilo. Eso no era suficiente; aún no—. Quiero que Darlin Sisnera sea mi administrador y que sigan vigentes las leyes que hice. Todo lo demás pueden negociarlo siempre y cuando ello ponga fin a la rebelión. Después… ¿Qué ocurre?
La expresión de Alanna se había vuelto desanimada, y la mujer volvió a sentarse en la silla.
—Es sólo que acabo de hacer todo el camino hasta aquí y me mandas de vuelta otra vez. Supongo que es lo mejor, estando esa chica —musitó—. No tienes idea de lo que he pasado en Cairhien, cubriendo el vínculo lo suficiente para evitar que lo que estabais haciendo vosotros dos me mantuviese despierta toda la noche. Eso es mucho más difícil que aislarlo totalmente, pero me desagrada perder el contacto con mis Guardianes por completo. Sólo que regresar a Cairhien será casi igual de malo.
Rand se aclaró la garganta.
—Es lo que quiero que hagas. —Ya se había dado cuenta de que las mujeres hablaban sobre ciertas cosas de un modo mucho más abierto que los hombres, pero todavía le resultaba chocante cuando lo hacían. Esperaba que Elayne y Aviendha aislaran el vínculo cuando hacía el amor con Min. Cuando los dos estaban en la cama, para él no existía nadie más, igual que le había pasado con Elayne. Desde luego, no quería hablar de ello con Alanna—. Quizás haya terminado aquí para cuando tú acabes en Cairhien. Si no es así, puedes… puedes volver. Pero tendrás que mantenerte apartada de mí hasta que te diga lo contrario. —Aun con esa restricción, el gozo reapareció de nuevo en el vínculo.
—No vas a decirme quién te vinculó, ¿verdad? —preguntó, a lo que Rand contestó sacudiendo la cabeza, y ella suspiró—. Será mejor que me marche. —Se puso de pie, recogió la capa y se la echó sobre un brazo—. Cadsuane estará impaciente, como poco. Sorilea le advirtió que nos cuidase como una gallina a sus polluelos, y lo hace. A su modo. —Ya en la puerta se paró para hacer otra pregunta—. ¿Por qué has venido aquí, Rand? Quizás a Cadsuane no le importe, pero a mí sí. Te guardaré el secreto, si quieres. Nunca he sido capaz de pasar más que unos cuantos días en un stedding. ¿Que razón puede haber para que te quedes voluntariamente en este sitio, donde ni siquiera percibes la Fuente?
—Quizás esa carencia no sea una sensación tan mala para mí —mintió. Comprendió que podía contárselo; confiaba en que guardaría el secreto. No obstante, ella lo veía como su Guardián, y era una Verde. Ninguna explicación conseguiría que lo dejara afrontar el problema solo, pero en Far Madding tenía tan pocas posibilidades de defenderlo como Min, quizá menos—. Anda, vete, Alanna. Ya he perdido bastante tiempo.
Cuando la mujer se hubo marchado, se acomodó de nuevo en la cama, sentado y con la espalda apoyada en la pared, y toqueteó la flauta, aunque en lugar de tocar se puso a pensar. Min había dicho que necesitaba a Cadsuane, pero ésta no tenía interés en él, salvo como una curiosidad. Una curiosidad impertinente. Tenía que conseguir interesarla de algún modo, pero, en nombre de la Luz, ¿cómo hacerlo?
No sin dificultad, Verin salió por la puerta de la silla de manos al patio del palacio de Aleis. Su constitución no era la adecuada para encajar en esos trastos, pero eran el medio más rápido de desplazarse por Far Madding. Los carruajes siempre se quedaban atascados en la multitud, antes o después, y no podían llegar a ciertos sitios a los que ella quería ir. El húmedo viento del lago se estaba volviendo más frío a medida que la tarde avanzaba hacia el ocaso, pero dejó que las ráfagas agitaran su capa mientras sacaba dos céntimos de plata de su monedero y se los entregaba a los porteadores. Se suponía que no debería darles nada, ya que eran chicos de Aleis, pero Eadwina no lo habría sabido. Tampoco ellos deberían haberlo aceptado, pero la plata desapareció en sus bolsillos en un abrir y cerrar de ojos, y el más joven de los dos, un tipo guapo en plena madurez, llegó incluso a hacerle una florida reverencia antes de cargar con la silla y salir trotando hacia el establo, una estructura baja que había en una esquina del muro del fondo. Verin suspiró. Un chico en plena madurez. No había tenido que estar de vuelta en Far Madding mucho tiempo para empezar a pensar como si nunca se hubiese ido de allí. Tenía que ser cautelosa con eso; podría resultar peligroso, y no poco si Aleis o las otras descubrían su engaño. Sospechaba que la orden de exilio de Verin Mathwin seguía en vigor. Far Madding guardaba silencio cuando una Aes Sedai cometía un delito, pero las Consiliarias no tenían razón para temer a las Aes Sedai, y, por sus propias razones, la Torre guardaba silencio a su vez en esas contadas ocasiones en las que a una hermana se le aplicaba la pena de flagelación impuesta por la justicia. Verin no tenía la menor intención de ser la última razón de que la Torre guardase silencio.
Ni que decir tiene que el palacio de Aleis no tenía punto de comparación con el Palacio del Sol o el Palacio Real de Andor o cualquiera de los palacios desde los que gobernaban reyes y reinas. Era una propiedad personal de Aleis, no una residencia adscrita a su cargo de Primera Consiliaria. Otras construcciones, más grandes y más pequeñas, se alzaban a ambos lados, todas rodeadas por un alto muro excepto en el extremo donde Las Cumbres, el único punto en toda la isla que se asemejaba a una colina, se precipitaba al agua por un acantilado vertical. Aun así, tampoco era una mansión pequeña. Las mujeres de la familia Barsalla habían estado metidas en tratos comerciales y en política desde que la ciudad se llamaba todavía Fel Moreina. Corredores con altas columnatas rodeaban el palacio Barsalla en los dos pisos, y el edificio cuadrado de mármol ocupaba casi todo el terreno vallado por el muro.