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Elayne se levantó para alcanzarlo en la puerta y, mientras Mellar abría una de las hojas con los leones tallados, le puso una mano en el brazo y sonrió.

—Gracias de nuevo por salvarme la vida, capitán —dijo, esta vez con un timbre cálido.

¡El tipo le sonrió con aire de suficiencia! Las mujeres de la guardia que Elayne alcanzó a ver en el pasillo antes de que la puerta se cerrase tras él tenían la vista al frente, como estatuas de piedra, y cuando Elayne se volvió se encontró con la mirada de Aviendha fija en ella y apenas más expresiva que la que le había dirigido antes a Mellar. Esa pizca de expresión, sin embargo, era de estupefacción, y Elayne suspiró.

Cruzó la sala y se inclinó para rodear con el brazo los hombros de su hermana y hablarle en voz queda, para que sólo la oyese ella. Confiaba en las mujeres de su guardia personal lo bastante para compartir cosas, pero había otras que no osaría decirles.

—Vi que pasaba una doncella, Aviendha. Las criadas chismorrean más que los hombres, y cuantas más crean que este hijo es de Doilin Mellar, más seguro estará. Si es necesario, dejaré que ese hombre me pellizque el trasero.

—Entiendo —contestó lentamente Aviendha, que frunció el entrecejo y se quedó contemplando fijamente su plato, como si viese en él algo más que los huevos y las pasas, y empezó a empujarlos con el cubierto.

Maese Norry le presentó su habitual informe del mantenimiento de palacio y la ciudad, chismes recibidos de sus corresponsales en capitales extranjeras y noticias recogidas de mercaderes, banqueros y otras personas que tenían contactos más allá de las fronteras, pero la primera de todas fue, con mucho, la más importante para Elayne, si no la más interesante.

—Los dos banqueros más prominentes de la ciudad se muestran más… inclinados a avenirse a razones, milady —dijo con aquella voz seca como polvo. Sosteniendo contra el pecho la carpeta de cuero, miró a Aviendha de reojo. Todavía no se había acostumbrado a su presencia mientras presentaba los informes. Ni a la de las mujeres de la guardia. Aviendha le sonrió enseñándole los dientes, y el hombre parpadeó y después tosió tapándose la boca con la huesuda mano—. Maese Hoffley y la señora Adnscale estaban… indecisos al principio, pero conocen el mercado del alumbre tan bien como yo. Sería aventurado decir que sus cofres se encuentran a vuestra disposición ahora, pero he acordado el ingreso de veinte mil coronas de oro a la cámara blindada de palacio, cantidad que se irá incrementando a medida que se necesite.

—Informad de ello a lady Birgitte —respondió Elayne, que disimuló su alivio. Birgitte todavía no había contratado suficientes guardias para controlar una ciudad del tamaño de Caemlyn, cuanto menos el país, pero Elayne no podía contar con recibir las rentas de sus heredades antes de la primavera, y los mercenarios costaban mucho dinero. Ahora no los perdería por falta de oro antes de que Birgitte reclutase hombres para reemplazarlos—. ¿Qué más, maese Norry?

—Me temo que hay que dar la máxima prioridad a las alcantarillas, milady. Las ratas se están reproduciendo en ellas como si ya fuese primavera, y…

El hombre mezclaba unas cosas con otras, según lo que a su entender era más urgente. Norry parecía tomarse como un fracaso personal no haber descubierto aún a los responsables de la liberación de Elenia y Naean, a pesar de haber transcurrido sólo una semana desde su rescate. El precio del trigo estaba subiendo desorbitadamente, junto con los de todos los productos comestibles, y ya era evidente que la reparación de los tejados de palacio se alargaría más de lo previsto y costaría más de lo que los albañiles habían calculado al principio; pero el precio de los alimentos siempre subía conforme avanzaba el invierno, y las obras de los albañiles siempre costaban más de lo que se había dicho en un primer momento. Norry admitió que la última correspondencia recibida de Nueva Braem databa de varios días atrás, pero los llegados de las Tierras Fronterizas parecían conformes con seguir donde se encontraban, cosa que él no entendía. Cualquier ejército, y más uno tan grande como se decía era ése, tenía que estar dejando pelados de recursos los campos del entorno a estas alturas. Elayne tampoco entendía por qué lo hacían, pero se alegraba de que fuera así. De momento. Rumores en Cairhien sobre Aes Sedai que juraban fidelidad a Rand daban al menos un motivo para la preocupación de Egwene, aunque resultaba difícil de creer que cualquier hermana hiciese semejante cosa. Aquélla era la noticia menos importante, desde el punto de vista de Norry, pero no para Elayne. Rand no podía permitirse el lujo de provocar el distanciamiento de las hermanas del bando de Egwene; no podía permitirse el lujo de perder el apoyo de ninguna Aes Sedai. Sin embargo, parecía encontrar el modo de hacerlo.

Reene Harfor reemplazó enseguida a Halwin Norry; la mujer saludó a las mujeres de la guardia con un gesto de la cabeza y dedicó una sonrisa a Aviendha. Si a la rellena y canosa mujer le había extrañado en algún momento que Elayne llamase «hermana» a Aviendha, jamás lo había demostrado, y ahora parecía que su aprobación era genuina. No obstante, ni que sonriese ni que no, su informe resultó mucho más sombrío que cualquiera de los del jefe amanuense.

—Jon Skellit está a sueldo de la casa Arawn, milady —dijo Reene, y la severidad de su rostro era digna de un verdugo—. Se lo ha visto ya aceptar dos veces una bolsa de dinero de manos de hombres que se sabe están a favor de Arawn. Y no cabe duda de que Ester Norham también está a sueldo de alguien. No ha robado, pero tiene más de cincuentas coronas de oro escondidas debajo de una baldosa suelta, y anoche agregó otras diez.

—Proceded como en los otros casos —instruyó tristemente Elayne. La primera doncella había desenmascarado a nueve espías seguros, hasta el momento, cuatro de ellos empleados por alguien cuya identidad Reene aún no había sido capaz de descubrir. Que se hubiese desenmascarado a alguien bastaba para encolerizar a Elayne, pero los casos del barbero y la peluquera eran peores, ya que ambos habían estado al servicio de su madre. Una lástima que no les hubiese parecido apropiado trasladar su lealtad a la hija de Morgase.

Aviendha torció el gesto cuando la señora Harfor contestó que así lo haría, pero que no tenía sentido despedir a los espías, o matarlos, como había sugerido la Aiel. Lo único que se conseguiría con ello sería que los sustituyesen por otros espías que les serían desconocidos. «Un espía es el arma de tu enemigo hasta que sabes quién es —había dicho su madre—. Entonces pasa a ser un arma a tu disposición». «Cuando descubras a un espía —le había dicho Thom—, guárdalo entre algodones y dale de comer con cuchara como a un bebé». A los hombres y las mujeres a su servicio que la habían traicionado se les permitiría «descubrir» lo que Elayne quisiera que supiesen, y no todo ello verdad, como por ejemplo el número de soldados que Birgitte había reclutado.

—¿Algo nuevo respecto al otro asunto, señora Harfor?

—Todavía nada, milady, pero albergo esperanzas —respondió Reene con una expresión aún más severa que antes—. Albergo esperanzas.

A continuación de la primera doncella entraron dos delegaciones de mercaderes, la primera consistente en un numeroso grupo de kandoreses con pendientes engastados de gemas y las cadenas de plata del gremio cruzadas sobre el torso, y luego, justo detrás de ellos, media docena de illianos, con un mínimo toque de bordados en sus chaquetas o vestidos en el mejor de los casos, y de un color liso y apagado en la mayoría de ellos. Elayne los recibió en una de las salas de audiencias más pequeñas. Los tapices que flanqueaban el hogar de mármol representaban escenas de caza, en lugar del emblema del León Blanco, y los pulidos paneles de madera de las paredes carecían de tallas. Eran mercaderes, no diplomáticos, aunque algunos parecieron sentirse desairados porque sólo les ofreciese vino y ella no compartiera la bebida. Kandoreses o illianos, también miraron con recelo a las dos mujeres de la guardia que la siguieron a la sala y se apostaron junto a la puerta, aunque si para entonces no se habían enterado del rumor que corría sobre el intento de asesinarla es que tenían que estar sordos. Otras seis componentes de su guardia personal aguardaban al otro lado de la puerta.