Tenobia rebulló en la silla, fruncido el ceño y arreglándose la falda; pero, cuando miró a Elayne, en sus ojos había un respeto que antes no existía.
—Y cuando lleguemos a Caemlyn, Elayne Sedai —adujo Ethenielle—, negociaréis… para que salgamos de Andor sin que se libre ninguna batalla. —Aquello sonó no exactamente con un tono de pregunta, pero casi—. Muy, muy inteligente.
—Siempre y cuando todo salga como ha planeado —dijo Easar, cuya sonrisa se borró. Extendió una mano sin mirar, y el viejo soldado puso en ella una copa—. Eso rara vez ocurre con las batallas, creo, ni siquiera en las incruentas, como sería este caso.
—Deseo fervientemente que todo sea incruento —contestó Elayne. ¡Luz, tenía que ser así, o en lugar de salvar a su país de una guerra civil lo habría abocado a algo peor!—. Me esforzaré para que ocurra de ese modo. Y espero que vosotros también.
—¿Por casualidad no sabréis dónde se encuentra mi tío Davram, Elayne Sedai? —inquirió Tenobia de repente—. Davram Bashere. Me gustaría hablar con él tanto como con el Dragón Renacido.
—Lord Davram no está lejos de Caemlyn, Tenobia, aunque no puedo prometer que siga allí para cuando lleguéis. Es decir, si es que estáis de acuerdo. —Elayne se obligó a respirar, a ocultar su ansiedad. Ahora había traspasado la línea donde ya no podía dar marcha atrás. Marcharían hacia el sur, de eso no le cabía duda, pero sin su acuerdo a la propuesta habría derramamiento de sangre.
El silencio se prolongó largos instantes, roto sólo por el crepitar de los carbones de uno de los braseros. Ethenielle intercambió una mirada con los dos hombres.
—Siempre y cuando consiga ver a mi tío, yo estoy de acuerdo —dijo Tenobia con vehemencia.
—Estoy de acuerdo, por mi honor —manifestó resueltamente Easar.
—Por la Luz, estoy de acuerdo —dijo casi al momento Paitar en un tono más suave.
—Entonces lo estamos todos —intervino Ethenielle—. Y ahora os toca a vos, Elayne Sedai. ¿Dónde podemos encontrar al Dragón Renacido?
Un estremecimiento sacudió a Elayne, y no supo discernir si era de exultación o de miedo. Había hecho aquello para lo que había ido allí, corriendo riesgos tanto para ella como para Andor, y sólo el tiempo diría si había tomado la decisión acertada. Respondió sin vacilación.
—Como ya os he dicho, no puedo decirlo exactamente. Una búsqueda en Murandy, sin embargo, sería provechosa. —Verdad, aunque lo sería para ella, no para ellos, si se producía. Egwene se había puesto en marcha desde Murandy ese mismo día, llevándose el ejército que retenía en el sur a Arathelle Renshar y a los otros nobles. Quizá la marcha de las gentes de la Tierras Fronterizas hacia el sur obligaría a Arathelle, Luan y Pelivar a tomar la decisión que Dyelin creía que tomarían: apoyarla. Quisiera la Luz que ocurriera así.
A excepción de Tenobia, los demás no parecieron muy contentos de saber dónde podrían encontrar a Rand. Ethenielle soltó el aire de un modo que casi parecía un suspiro, y Easar asintió simplemente y frunció los labios, pensativo. Paitar se acabó el vino de un trago, la primera vez que bebía realmente. Daba la impresión de que, por mucho que desearan encontrar al Dragón Renacido, no tenían muchas ganas de reunirse con él. Tenobia, por otro lado, llamó al viejo soldado para que le sirviera vino y continuó hablando sobre lo mucho que deseaba ver a su tío. Elayne nunca habría imaginado que la mujer tuviese tanto afecto familiar.
La noche caía temprano en esa época del año, y sólo quedaban unas pocas horas de luz, como señaló Easar, que ofreció lechos en los que pasarla. Ethenielle sugirió que su propia tienda sería más cómoda, pero aun así no dieron muestras de decepción cuando Elayne dijo que tenía que partir de inmediato.
—Notable que podáis recorrer semejante distancia tan rápidamente —comentó Ethenielle—. He oído hablar a Aes Sedai sobre algo que se llama Viajar. ¿Uno de los Talentos perdidos?
—¿Habéis encontrado a muchas hermanas en vuestro viaje? —inquirió Elayne.
—Alguna —repuso Ethenielle—. Hay Aes Sedai por todas partes, al parecer.
Incluso Tenobia asumió un gesto inexpresivo en ese momento. Elayne dejó que Birgitte le pusiera sobre los hombros la capa forrada de pieles de marta y asintió con la cabeza.
—Sí que las hay. ¿Podéis pedir que nos traigan los caballos?
Ninguna de las tres habló hasta que se encontraron fuera del campamento, cabalgando entre los árboles. El olor a caballo y a letrina había parecido poco intenso en el campamento, pero su ausencia allí hizo que el aire resultara muy fresco, y la nieve más blanca de algún modo.
—Estuviste muy callada, Birgitte Trahelion —comentó Aviendha mientras taconeaba su caballo en los flancos. Creía que el animal dejaría de caminar si no se le recordaba que siguiese avanzando.
—Un jodido Guardián no habla por su Aes Sedai, sino que escucha y le guarda la espalda —replicó secamente Birgitte. No era muy probable que en el bosque hubiese alguien que pudiera representar una amenaza para ellas, tan cerca del campamento shienariano, pero mantenía la cubierta del arco retirada, y sus ojos no dejaban de examinar los árboles.
—Una forma de negociación mucho más rápida de la que yo estoy acostumbrada, Elayne —dijo Merilille—. Normalmente, esos asuntos requieren días o semanas de conversaciones, si no meses, antes de que se haya acordado algo. Tuviste suerte de que no fueran domani. O cairhieninos —admitió diplomáticamente—. La actitud directa y abierta de los habitantes de las Tierras Fronterizas resulta inusitada y bienvenida. Fácil de tratar.
¿Directa y abierta? Elayne sacudió ligeramente la cabeza. Querían encontrar a Rand, pero habían ocultado el motivo. También habían ocultado la presencia de hermanas en el campamento. Al menos se alejarían de él, una vez que hubiesen emprendido camino a Murandy. De momento, habría que conformarse con eso, pero quería advertirle cuando consiguiera discurrir cómo hacerlo sin ponerlo en peligro. «Cuida de él, Min —pensó—. Cuídalo por nosotras».
A unos cuantos kilómetros del campamento, Elayne frenó al caballo para examinar el bosque con tanto interés como Birgitte. Especialmente detrás de ellas. El sol tocaba ya las copas de los árboles. Un zorro blanco apareció trotando de repente y al segundo desapareció. Algo se movió en la rama desnuda de un árbol, un pájaro o quizás una ardilla. Un oscuro halcón se zambulló inesperadamente desde el cielo, y un fino chillido sonó en el aire y enmudeció de golpe. No las seguían. No eran los shienarianos lo que la preocupaban, sino esas hermanas escondidas. La debilidad que había desaparecido por la mañana, con las noticias de Merilille, se volvía a dejar sentir con más intensidad ahora que la reunión con los habitantes de las Tierras Fronterizas había acabado. Lo que más deseaba en ese momento era meterse en la cama, y lo antes posible, pero no hasta el punto de revelar el tejido de Viajar a hermanas que no lo conocían.
Podría haber tejido un acceso al patio de caballerizas de palacio, pero corriendo el riesgo de matar a alguien que cruzara por casualidad donde se abriera, de modo que, en su lugar, tejió otro hacia un sitio que conocía igual de bien. Estaba tan cansada que le costó esfuerzo realizar el tejido; tanto, que no se acordó siquiera del angreal prendido en la pechera del vestido, hasta que la reluciente línea plateada apareció en el aire y se abrió a un campo cubierto de hierba marchita y aplastada por anteriores nevadas, un campo al sur de Caemlyn, donde Gareth Bryne la había llevado a menudo para que viese las prácticas de los Guardias de la Reina a caballo, y cómo rompían las columnas para formar una línea de fondo al sonido de una orden.
—¿Vas a quedarte aquí mirándolo? —demandó Birgitte.
Elayne parpadeó. Aviendha y Merilille la observaban con preocupación. El semblante de Birgitte no traslucía nada, pero el vínculo también transmitía preocupación.