Deseaba marcharse del puerto de inmediato, dejar atrás los barcos de los Marinos. Nadie le prestaba la menor atención en el muelle. Los oficiales se habían ido tan pronto como las barcas soltaron amarras. Alguien, Mat no recordaba quién, se había llevado a los animales de carga. Los marineros bajaron de los aparejos y regresaron a sus quehaceres, y los miembros del gremio de los estibadores empezaron a empujar sus carretillas bajas y pesadas, cargadas con pacas, cajas y barriles. Sin embargo, si se marchaba demasiado pronto, Tylin podría pensar que planeaba seguir cabalgando sin parar hasta dejar atrás la ciudad, y mandar a buscarlo; por lo tanto, siguió a lomos de Puntos en el extremo del embarcadero, agitando la mano como un idiota hasta que la mujer se encontró lo bastante lejos para no verlo a menos que atisbase con un visor de lentes.
A pesar de las dolorosas punzadas en la pierna, Mat recorrió despacio casi toda la longitud del muelle principal, evitando mirar el puerto. Mercaderes vestidos sobriamente observaban cómo se embarcaban o desembarcaban sus cargas, en ocasiones deslizando una bolsa de dinero en la mano de un hombre o una mujer con chaleco de cuero verde, a fin de conseguir que se manipulara la mercancía con más cuidado o mayor rapidez, si bien parecía difícil que los miembros del gremio pudieran moverse con más celeridad. Los sureños siempre daban la impresión de moverse a medio trote a menos que el sol estuviera en el cenit en verano, cuando el calor allí podía asar un pato, y ahora, con el cielo gris y el cortante viento del mar, habría hecho frío estuviese en la posición que estuviese el astro.
Para cuando se encontró frente a Mol Hara, había contado más de veinte sul’dam patrullando los muelles con damane, metiendo la nariz en los botes que venían de barcos anclados y que no eran seanchan, abordando cualquier embarcación recién llegada a los muelles o, incluso, a punto de largar velas. Mat había estado bastante seguro de que se encontrarían allí. Tendría que ser con Valan Luca. La única alternativa era demasiado azarosa, y quedaba descartada salvo para una emergencia. También la de Valan Luca era arriesgada, pero era la única que quedaba realmente.
De vuelta en el palacio de Tarasin, se bajó de Puntos haciendo una mueca de dolor y sacó su bastón, que llevaba detrás de la cincha de la silla. Dejó a un mozo de cuadra que se ocupara del zaino y entró cojeando, sintiendo que la pierna izquierda apenas lo sostenía. Quizás un buen baño caliente aliviaría el dolor. A lo mejor entonces sería capaz de pensar. A Luca había que cogerlo por sorpresa, pero antes de eso había otros cuantos problemillas que resolver.
—Ah, estáis aquí —dijo Noal, apareciendo de pronto delante él.
Mat sólo había visto de lejos al viejo desde que lo había instalado con sus hombres. Noal parecía descansado con su chaqueta gris recién cepillada, considerando que desaparecía en la ciudad a diario y sólo regresaba a palacio por la noche. El viejo se arregló las puntillas de las bocamangas y sonrió con aire seguro, enseñando las mellas de la dentadura.
—Planeáis algo, lord Mat —continuó—, y me gustaría ofrecer mis servicios.
—Planeo que la pierna no aguante mi peso —contestó Mat con tanta despreocupación como pudo. Noal parecía bastante inofensivo. Según Harnan, contaba historias antes de ir a dormir, historias que Harnan y los otros Brazos Rojos parecían tragarse enteras, incluso la de algún sitio llamado Shibouya, que supuestamente se hallaba más allá del Yermo de Aiel, donde mujeres que encauzaban llevaban tatuadas las caras, había más de trescientos delitos castigados con la pena de muerte, y debajo de las montañas vivían gigantes, hombres más altos que los Ogier, con las caras en el estómago. Afirmaba haber estado allí. Nadie que hiciese tales afirmaciones podía ser otra cosa que inofensivo. Por otro lado, la única vez que Mat lo había visto empuñando esas largas dagas que llevaba debajo de la chaqueta, su aspecto estaba lejos de parecer inofensivo. Había algo en el modo de coger un hombre un arma que revelaba que estaba acostumbrado a utilizarla—. Si decido planear cualquier otra cosa, te tendré en cuenta.
Todavía sonriendo, Noal se dio golpecitos en la picuda nariz con uno de los deformados dedos.
—Todavía no confiáis en mí, y es comprensible. Sin embargo, si os deseara algún mal sólo tendría que haberme quedado de manos cruzadas esa noche en el callejón. Tenéis esa expresión en los ojos. He visto a grandes hombres proyectando planes, y también a maleantes tan siniestros como la Fosa de la Perdición. Un hombre tiene una mirada especial cuando proyecta planes peligrosos de los que no quiere saber nada.
—Tengo los ojos cansados, simplemente —dijo riendo Mat, que se apoyó en el bastón. ¿Grandes hombres proyectando planes? Sí, seguramente el viejo los había visto en Shibouya, con los gigantes—. Te agradezco tu ayuda en el callejón. Si hay algo más que pueda hacer por ti, dímelo. Pero ahora mismo voy a darme un baño caliente.
—¿Ese gholam bebe sangre? —preguntó Noal mientras cogía del brazo a Mat cuando éste empezaba a dar el primer paso.
Luz, ojalá no hubiese mencionado ese nombre donde el viejo lo hubiera oído. Ojalá Birgitte no le hubiese hablado de esa cosa.
—¿Por qué lo preguntas? El gholam vive de la sangre. No se alimentan de nada más.
—Anoche han encontrado otro hombre con la garganta destrozada, sólo que ni en él ni en la cama había apenas sangre. ¿He mencionado que se albergaba en una posada cerca de la puerta de Moldine? Si esa cosa se había marchado de la ciudad, entonces ha vuelto. —Dirigió la vista más allá de Mat e hizo una profunda y rebuscada reverencia a alguien—. Si cambiáis de idea, siempre estaré listo —concluyó en un tono más bajo mientras volvía a ponerse erguido.
Mat miró hacia atrás, y el viejo se escabulló. Tuon se encontraba debajo de una de las doradas lámparas de pie observándolo bajo su velo. Al menos mirándolo. ¿Echándole una ojeada? Como siempre, en el momento en que la vio, ella se dio media vuelta y se deslizó pasillo adelante, en medio de un suave rumor de la plisada falda blanca. Nadie la acompañaba en esta ocasión.
Por segunda vez en ese día, Mat se estremeció. Lástima que la chica no se hubiese ido con Suroth y Tylin. En fin, un hombre al que le regalaban una hogaza no debería protestar porque faltasen algunas migas; sin embargo, entre Aes Sedai y seanchan, gholam siguiéndolo, viejos metiendo las narices en sus asuntos y chicas flacas observándolo, bastaba para que a cualquiera le diese un soponcio. Quizá debería olvidar la idea de poner en remojo su pierna, y no perder tiempo.
Se sintió mejor después de haber enviado a Lopin a recoger el resto de sus verdaderas ropas en el armario de juguetes de Beslan. Y a Nerim a buscar a Juilin. La pierna le seguía doliendo de un modo espantoso y se tambaleaba cuando quería caminar; pero, si no quería perder tiempo, cuanto antes pusiera todo en marcha, mejor. Quería salir de Ebou Dar antes de que Tylin regresara, y eso le daba diez días. Menos, para tener un margen de seguridad.
Cuando el husmeador asomó la cabeza en el dormitorio, Mat se observaba en el espejo de cuerpo entero. Las ropas rojas dormían en el armario, junto con el resto de las horteradas que Tylin le había regalado. A lo mejor le hacían algún servicio a su próximo galán. La chaqueta que se puso era la más sencilla que tenía, una prenda de buen paño azul, sin pizca de bordados. La clase de chaqueta que un hombre se sentía orgulloso de llevar sin tener que aguantar las miradas de todo el mundo. Una chaqueta decente.