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—¿Dos? —intervino con voz cortante Joline—. ¿Teslyn y quién más?

Mat se encogió. Se le había escapado eso sin querer. Tenía catalogada a Joline, e irascible, testaruda y consentida eran las palabras que le venían a la mente de inmediato. Cualquier cosa que la hiciese pensar que aumentaba la dificultad del plan, que había más posibilidades de que saliese mal, podría bastar para que decidiese intentar cualquier plan descabellado de su propia cosecha. Algo que sin duda echaría a perder el suyo. La capturarían, indudablemente, si intentaba huir por sus propios medios, y ella lucharía. Y una vez que los seanchan descubrieran que habían tenido una Aes Sedai justo delante de sus narices, intensificarían otra vez la búsqueda de marath’damane, incrementarían las patrullas callejeras más de lo que ya lo habían hecho a causa del «asesino loco», y, lo peor de todo, no sería de extrañar que pusieran mayores dificultades a la hora de pasar las puertas de la ciudad.

—Edesina Azzedin —contestó de mala gana—. Es lo único que sé de ella.

—Edesina —repitió lentamente Joline. Una ligera arruga frunció su tersa frente—. Había oído decir que se… —Fuera lo que fuese lo que había oído, cerró firmemente la boca y clavó en Mat una mirada fiera—. ¿Tienen retenidas a más hermanas? ¡Si Teslyn va a salir libre, no dejaré a ninguna otra hermana en manos de esos seanchan!

A Mat le costó un gran esfuerzo no quedarse boquiabierto. ¿Irascible y consentida? Ahora más parecía una leona que no desentonaba con Blaeric y Fen.

—Creedme, no dejaré a una Aes Sedai en las casetas a menos que desee quedarse —dijo, dando a su voz un tono tan sarcástico como pudo.

Seguía siendo testaruda. Era capaz de insistir en que rescatara a otras dos como Pura. ¡Luz, jamás tendría que haberse dejado enredar con Aes Sedai, y no necesitaba recuerdos antiguos que se lo advirtieran! Los suyos propios bastaban, muchas gracias.

Fen le dio unos golpecitos en el hombro con un índice duro como el acero.

—No seas tan deslenguado —advirtió.

Blaeric le dio golpecitos en el otro hombro.

—¡Recuerda con quién hablas!

Joline se había puesto tensa al oír su tono, pero no presionó más. Mat sintió como si se aflojase un nudo pegado en su nuca, más o menos allí donde el hacha de un verdugo se descargaría. Las Aes Sedai tergiversaban lo que le decían a la gente, pero no esperaban que otros utilizasen sus propios trucos con ellas.

—Señora Anan —Mat se volvió hacia Setalle—, tenéis que entender que los barcos de vuestro esposo son un medio mucho mejor que…

—Sin duda —lo interrumpió la mujer—, sólo que Jasfer zarpó con sus diez barcos y toda nuestra familia hace tres días. Supongo que el gremio querrá hablar con él si es que regresa alguna vez. Se supone que no puede llevar pasajeros. Navegan por la costa hacia Illian, donde me esperarán. Veréis, mi intención no es llegar hasta Tar Valon.

Esta vez Mat no pudo contenerse y se encogió. Había pensado recurrir a los barcos de Jasfer Anan si fracasaba su intento de convencer a Luca. Una opción peligrosa, cierto; más que peligrosa. Demencial, tal vez. Las sul’dam de los muelles querrían sin duda comprobar cualquier orden que enviase fuera a damane en barcos de pesca, sobre todo por la noche. Pero los barcos siempre habían estado en el fondo de su mente, como un recurso a la desesperada. En fin, iba a tener que retorcerle bien el brazo a Luca, tanto como fuese preciso.

—¿Dejaste que tu familia saliera al mar en esta estación? —La incredulidad y el desdén se mezclaban en la voz de Joline—. ¿Cuando se desatan las peores tormentas?

De espaldas a la Aes Sedai, la señora Anan levantó la cabeza orgullosamente, pero no por sí misma.

—Confiaría en Jasfer para que navegase hacia las fauces de una cemara si fuera preciso. Confío en él tanto como tú en tus Guardianes.

Frunciendo el ceño de repente, Joline levantó la lámpara y la movió para arrojar luz sobre el rostro de la posadera.

—¿Nos conocemos de antes? A veces, cuando no te veo la cara, tu voz me suena familiar.

En lugar de responder, Setalle le cogió el a’dam a Mat y toqueteó el plano brazalete segmentado que remataba un extremo de la plateada correa. El objeto estaba segmentado en su totalidad, pero tan bien encajado que resultaba imposible ver cómo se había hecho.

—Podríamos hacer una prueba.

—¿Una prueba? —inquirió Mat, y aquellos ojos avellanados le lanzaron una mirada fulminante.

—No todas las mujeres pueden ser sul’dam. Deberíais saber eso a estas alturas. Albergo esperanzas de que puedo, pero más vale que lo comprobemos ahora que en el último momento. —Mirando ceñuda al brazalete, que se resistía a abrirse, le dio vueltas en las manos—. ¿Sabéis cómo se abre esto? Ni siquiera veo por dónde se abre.

—Sí, será mejor que lo probemos ahora —contestó débilmente Mat.

Las únicas veces que había hablado con seanchan sobre sul’dam y damane había hecho preguntas discretas sobre cómo las utilizaban en la batalla. En ningún momento se le había ocurrido pensar cómo se elegían las sul’dam. Podía haber combatido contra ellas —aquellos antiguos recuerdos no le permitían dejar de pensar en cómo librar batallas— pero desde luego nunca había tenido intención de reclutar a ninguna.

Los cierres no tenían secretos para él, de modo que el brazalete no representaba ninguna dificultad. Sólo era cuestión de apretar en los puntos correctos, arriba y abajo, no exactamente en la parte opuesta a la correa. Podía hacerlo con una sola mano; el brazalete se abrió de golpe con un chasquido metálico. El collar era un poco más grueso, y requería que utilizase las dos manos. Puso los dedos sobre los puntos adecuados a ambos lados de donde iba unida la cadena, apretó, y luego giró y tiró mientras mantenía la presión. No ocurrió nada, que él viera, hasta que giró los dos lados en sentido contrario. Entonces se separaron justo al lado de la correa, con un chasquido más fuerte que el brazalete. Sencillo. Claro que deducirlo le había costado casi una hora, en palacio, incluso contando con la ayuda de Juilin. Aun así, nadie lo felicitó en la bodega; ¡ni siquiera cambiaron el gesto, como si hubiese hecho algo que cualquiera de ellos sabría hacer!

Setalle cerró el brazalete alrededor de su muñeca, recogió la correa en lazadas sobre el antebrazo y luego levantó el collar abierto. Joline lo miraba con repulsión, y apretó los puños.

—¿Quieres huir? —preguntó quedamente la posadera.

Al cabo de un momento, Joline se puso erguida y levantó la barbilla. Setalle cerró el collar alrededor de la garganta de la Aes Sedai con el mismo chasquido seco con el que se había abierto. Mat pensó que debía haberse equivocado al calcular el tamaño, porque le encajaba perfectamente sobre el cuello alto del vestido. Los labios de Joline se crisparon, nada más, pero Mat casi pudo sentir cómo Blaeric y Fen se ponían tensos a su espalda. Contuvo el aliento.

Pegadas la una a la otra, las dos mujeres dieron un corto paso, al lado de Mat, y éste empezó a respirar. Joline frunció el entrecejo en un gesto inseguro. Entonces dieron un segundo paso.

La Aes Sedai lanzó un grito y cayó al suelo, retorciéndose de dolor. No emitía palabras, sólo gemidos cada vez más fuertes. Se encogió, haciéndose un ovillo, sus brazos, piernas e incluso dedos retorcidos en ángulos extraños.

Setalle se arrodilló en el suelo tan pronto como Joline cayó, y tendió las manos hacia el collar, pero no fue tan rápida como Blaeric y Fen, aunque lo que hicieron los hombres resultó chocante. Arrodillado, Blaeric levantó a la gemebunda Joline y la estrechó contra su pecho mientras empezaba —¡nada menos!— a darle masajes en el cuello. Fen hacía lo mismo en sus brazos. El collar se soltó, y Setalle se sentó sobre los talones, pero Joline continuó sufriendo sacudidas y sollozando, y sus Guardianes continuaron dándole masajes como si intentaran aliviarle unos calambres. Y lanzaron frías miradas a Mat, como si todo fuese culpa de él.