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A despecho del ceño que dirigió a Kirstian y a Zarya, las dos novicias sonrieron encantadas. Había habido un cumplido soterrado en la regañina, y Vandene era parca en alabanzas. Elayne no comentó que las dos podrían haber estado un poco más ocupadas si Vandene se hubiese avenido a tomar parte en sus lecciones. La propia Elayne y Nynaeve tenían demasiadas obligaciones, y, puesto que las hermanas se habían sumado a las lecciones diarias impartidas a las Detectoras de Vientos —mejor dicho, todas menos Nynaeve—, ninguna tenía energías para dedicarles mucho tiempo a las dos novicias. ¡Enseñar a las Atha’an Miere era como ser pasada por el rodillo escurridor de la lavandería! Esas mujeres tenían poco respeto a las Aes Sedai, e incluso menos por el rango de cualquiera entre los «confinados en tierra».

—Al menos no hablaron con nadie más —murmuró. Un punto a favor, aunque pequeño.

Cuando habían encontrado a Adeleas y a Ispan resultó obvio que su asesina tenía que haber sido una Aes Sedai. Las había inmovilizado con los efectos paralizantes del espino carminita antes de matarlas, y era de todo punto imposible que las Detectoras de Vientos conociesen una hierba que sólo se encontraba muy tierra adentro. E incluso Vandene estaba segura de que entre las Allegadas no había Amigas Siniestras. La propia Ispan había huido siendo novicia, e incluso llegó a Ebou Dar, pero la habían atrapado antes de que las Allegadas se descubrieran ante ella, revelándole que eran algo más que unas cuantas mujeres expulsadas por la Torre que habían decidido ayudarla siguiendo un impulso. Sometida a interrogatorio por Vandene y Adeleas, había revelado muchas cosas. De algún modo se había resistido a hablar sobre el Ajah Negro, excepto la confesión de viejos complots llevados a cabo hacía mucho, pero se mostró ansiosa de contar todo lo demás una vez que Vandene y su hermana acabaron de ponerla en su sitio con los castigos que utilizaron. No se habían andado con miramientos y habían sondeado hasta lo más hondo a la Negra, pero Ispan sólo sabía sobre las Allegadas lo que cualquier otra hermana. Si hubiese habido Amigas Siniestras entre ellas, el Ajah Negro lo habría sabido. De manera que, por mucho que desearan que fuera de otra forma, se llegaba a la conclusión de que la asesina era una de las tres mujeres que todas habían llegado a apreciar. Una hermana Negra entre ellas. O más de una. Todas se habían esforzado desesperadamente para guardar aquello en secreto. La noticia haría cundir el pánico por todo el palacio, puede que por toda la ciudad. Luz, ¿quién más habría estado reflexionando sobre lo ocurrido en Puente Harlon? Y, en tal caso, ¿tendría el sentido común de guardar silencio?

—Alguien tiene que ocuparse de ellas —dijo firmemente Vandene—, impedir que causen más daño. Les hacen falta clases regulares y trabajo duro. —Los semblantes alegres de las dos novicias denotaban un atisbo de petulancia, pero desapareció un tanto tras ese comentario. Habían recibido pocas lecciones, pero muy duras y muy estrictas—. Y eso significa que habréis de ser o tú, Elayne, o Nynaeve.

—¿Qué habrá de ser Nynaeve? —preguntó alegremente la interesada, acercándose a ellas. De algún modo se había agenciado un chal de flecos amarillos y bordado con hojas y flores, pero lo llevaba caído en los dobleces de los codos. A pesar de la baja temperatura, lucía un vestido azul con un escote demasiado bajo para las costumbres de Andor, aunque la gruesa y oscura trenza, echada sobre el hombro y descansando sobre los senos, contribuía a que lo que mostraba no pareciera tanto. El pequeño punto rojo en el medio de la frente, el ki’sain, resultaba muy chocante. Según la costumbre malkieri, un ki’sain rojo señalaba a la mujer casada, y ella había insistido en llevarlo tan pronto como se enteró. Jugueteaba ociosamente con la punta de la trenza y parecía… satisfecha, una emoción que nadie solía asociar con Nynaeve al’Meara.

Elayne dio un respingo al reparar en Lan, unos cuantos pasos más atrás, caminando en círculo alrededor de ellas y manteniendo la vigilancia en ambos corredores. A pesar de ser tan alto como un Aiel y tener los hombros de un herrero, el hombre de rostro pétreo se las ingeniaba para moverse como un fantasma bajo la capa verde. Llevaba la espada en el cinto incluso dentro de palacio. A Elayne le provocaba un escalofrío siempre. La muerte miraba desde sus fríos ojos azules. Es decir, excepto cuando miraba a Nynaeve.

La satisfacción desapareció del rostro de la antigua Zahorí tan pronto como se enteró de cuál sería su tarea. Dejó de toquetear la trenza y la asió con fuerza.

—Escúchame bien. Elayne quizá pueda pasarse el día jugando a hacer política, pero yo tengo trabajo de sobra. Más de la mitad de las Allegadas habría desaparecido a estas alturas si Alise no las tuviera agarradas por el cuello; y, puesto que no tiene esperanza de alcanzar el chal, no estoy segura de cuánto tiempo más seguirá reteniendo a nadie. ¡Y las demás creen que pueden discutir conmigo! Ayer, Sumeko me llamó… ¡muchacha!

Enseñó los dientes, pero ella era la única culpable de aquello. Después de todo, era la que había machacado a las Allegadas repitiendo que tenían que demostrar carácter, en lugar de arrastrarse ante las Aes Sedai. Bien, pues indudablemente habían dejado de arrastrarse. En cambio, parecían dispuestas a tratar a las hermanas según los parámetros de su Regla. ¡Y esperaban que éstas lo admitieran de buen grado! Puede que no fuera exactamente culpa de Nynaeve que aparentara tener poco más de veinte años —había empezado a retardar muy pronto—, pero la edad era importante para las Allegadas, y ella había elegido pasar casi todo el tiempo. No se estaba dando tirones de la trenza; simplemente tiraba de ella tan firme y constantemente que debía de estar a punto de arrancársela de raíz.

—¡Y esas condenadas mujeres de los Marinos! ¡Malditas mujeres! ¡Malditas, malditas, malditas! ¡Si no fuera por ese puñetero acuerdo! ¡Sólo me faltaba tener que ocuparme de un par de novicias llorosas y quejicas!

Los labios de Kirstian se tensaron un instante, y los oscuros ojos de Zarya destellaron de indignación antes de que la mujer consiguiera adoptar de nuevo la actitud humilde. O una semblanza. Sin embargo, tenían el suficiente sentido común para saber que las novicias no abrían la boca para replicar a una Aes Sedai.

Elayne controló el deseo de tranquilizar la situación. Lo que quería realmente era dar de bofetadas a Kirstian y a Zarya. Lo habían complicado todo por no mantener callada la boca, para empezar. También quería dar un bofetón a Nynaeve. Así que finalmente las Detectoras de Vientos la habían acorralado, ¿verdad? Aquello no despertó compasión alguna en ella.

—Yo no estoy «jugando» a nada, Nynaeve, ¡y lo sabes muy bien! ¡Te he pedido consejo en muchas ocasiones! —Respiró hondo e intentó calmarse. Los sirvientes que veía detrás de Vandene y las dos novicias habían hecho un alto en sus tareas para observar disimuladamente al grupo de mujeres. Elayne dudaba que se hubiesen fijado siquiera en Lan, por imponente que fuera el Guardián. Unas Aes Sedai discutiendo era algo que merecía la pena ver; y de lo que había que mantenerse apartado—. Alguien tiene que hacerse cargo de ellas —añadió más tranquila—. ¿O es que piensas que se les puede decir simplemente que se olviden de todo esto? Míralas, Nynaeve. Déjalas solas e intentarán descubrir quién fue en un abrir y cerrar de ojos. No habrían acudido a Vandene si no hubieran creído que les permitiría ayudarla.

La pareja se convirtió en la viva imagen de la inocencia de una novicia, con los ojos muy abiertos, y sólo una pizca de ofensa ante una acusación tan injusta. Elayne no las creyó. Habían tenido toda una vida para practicar el arte del disimulo.

—¿Y por qué no? —dijo Nynaeve al cabo de un momento mientras se ajustaba el chal—. Luz, Elayne, debes tener presente que no son lo que normalmente esperamos de unas novicias.

Elayne abrió la boca para protestar; ¡y tanto que no lo eran! Nynaeve nunca había sido novicia, pero sí Aceptada, y no hacía tanto tiempo de eso; por cierto, ¡una Aceptada muy quejica! Abrió la boca, pero Nynaeve no le dejó meter baza.