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—La buena noticia —dijo mientras se alisaba los pliegues de la falda— es que tres de las damane parecen dispuestas a desprenderse de sus collares. Quizá.

Elayne enarcó las cejas e intercambió una mirada de sorpresa con Nynaeve. De las cinco damane que Taim les había llevado, una había sido capturada por los seanchan en Punta de Toman, y otra en Tanchico. Las demás eran seanchan.

—Dos de las seanchan, Marille y Jillari, todavía insisten en que merecen estar atadas, que es necesario que estén atadas. —Los labios de Reanne se apretaron con desagrado, pero su pausa sólo duró un instante—. Parecen realmente espantadas ante la idea de su libertad. Alivia ha dejado de sentirse así. Ahora dice que era solamente porque tenía miedo de que la capturaran de nuevo. Afirma que odia a todas las sul’dam, y desde luego lo demuestra contundentemente, enseñándoles los dientes y maldiciéndolas, pero… —Sacudió la cabeza lentamente, con gesto dudoso—. Le pusieron el collar cuando tenía trece o catorce años, Elayne, no lo sabe con certeza, y ha sido damane durante ¡cuatrocientos años! Y aparte de eso, es… Es… En fin, que Alivia es considerablemente más fuerte que Nynaeve —soltó de un tirón. Las Allegadas hablarían sin ambages sobre la edad, pero en cuanto al tema de la fuerza en el Poder se mostraban tan reticentes a sacarlo a colación como las Aes Sedai—. ¿Podemos arriesgarnos a dejarla libre? ¿Sería capaz una espontánea seanchan de demoler el palacio entero? —Las Allegadas también pensaban igual que las Aes Sedai respecto a las espontáneas. La mayoría.

Las hermanas que conocían a Nynaeve tenían mucho cuidado en cuanto a la forma de utilizar ese término cuando ella estaba presente, ya que podía ponerse muy irascible cuando se pronunciaba en un tono despectivo. Ahora se limitó a mirar fijamente a Reanne. A lo mejor sólo intentaba dar con una respuesta a la pregunta de la mujer. Elayne sabía cuál sería la suya, pero este asunto no tenía nada que ver con su reclamación del Trono del León ni con Andor. Era un tema cuya decisión correspondía a las Aes Sedai, y en consecuencia significaba que era Nynaeve la que debía decidirlo.

—Si no lo hacéis —intervino en voz queda Lan, desde la puerta—, mejor que la devolváis con los seanchan. —No lo azoraron lo más mínimo las miradas severas que le lanzaron las cuatro mujeres, a quienes su voz profunda pronunciando aquellas palabras debió de sonarles como el tañido de una campana tocando a muerto—. Tendréis que mantenerla bien vigilada; pero, si le dejáis puesto el collar cuando desea ser libre, no seréis mejores que ellos.

—Este asunto no te concierne a ti, Guardián —replicó firmemente Alise. El hombre le sostuvo la severa mirada con fría ecuanimidad, y Alise soltó un quedo gruñido de indignación y levantó las manos—. Deberías leerle la cartilla cuando estéis a solas, Nynaeve.

La antigua Zahorí debía de estar experimentando la intimidación que le causaban esas mujeres de un modo muy intenso, ya que sus mejillas se sonrojaron.

—Lo haré, no lo dudes —dijo en tono ligero. No miró a Lan en ningún momento. Admitiendo finalmente el frío que hacía, se echó el chal sobre los hombros y carraspeó antes de añadir—: Sin embargo, tiene razón. Al menos no tenemos que preocuparnos de las otras dos. Lo que me sorprende es que hayan tardado tanto en dejar de actuar como esas estúpidas seanchan.

—Yo no estoy tan segura —murmuró Reanne—. Ya sabes que Kara era una especie de Mujer Sabia en Punta de Toman, con mucha influencia en su pueblo. Espontánea, desde luego. Cualquiera pensaría que odia a los seanchan, pero no es así, no a todos ellos. Le tiene un gran afecto a la sul’dam que capturaron al tiempo que a ella, y se muestra muy ansiosa en cuanto a que no les hagamos ningún daño a las sul’dam. Por su parte, Lemore sólo tiene diecinueve años. Es una noble mimada que tuvo la malísima suerte de que se manifestase la chispa en ella el mismo día que cayó Tanchico. Dice que odia a los seanchan y que quiere que paguen lo que hicieron con Tanchico. Aun así, responde a su nombre de damane, Larie, con tanta presteza como cuando utilizamos el de Lemore, y sonríe a las sul’dam y deja que la mimen como a un animalito de compañía. No es que desconfíe de ellas, al menos no como de Alivia, pero dudo que ninguna de las dos fuese capaz de hacer frente a una sul’dam. Creo que si una sul’dam les ordena que la ayuden a escapar, lo harán, y me temo que no presentarían mucha resistencia si la sul’dam intentara ponerles el collar otra vez.

Cuando Reanne dejó de hablar se hizo un largo silencio.

Nynaeve parecía reflexionar, como si luchase contra sí misma. Su mano subió hacia la trenza, la asió y después la soltó para cruzarse de brazos. Dirigió una mirada iracunda a todo el mundo, excepto a Lan; a éste ni siquiera lo miró de pasada. Finalmente respiró hondo y se cuadró para enfrentarse a Reanne y Alise.

—Debemos quitarles el a’dam. Las retendremos hasta que estemos seguras, y a Lemore ni siquiera entonces: ¡hay que vestirla de blanco! Nos aseguraremos de que no se queden solas nunca, especialmente con las sul’dam, ¡pero el a’dam se les quita!

Habló con fiereza, como si esperase oposición por parte de las otras mujeres. Una ancha sonrisa de aprobación fue la respuesta de Elayne. Que hubiese otras tres mujeres cuya reacción era imprevisible difícilmente podía tomarse como una buena noticia, pero no tenían otra opción.

Reanne se limitó a asentir con la cabeza —al cabo de un momento—, pero una sonriente Alise rodeó la mesa para dar unas palmaditas a Nynaeve en el hombro, y la antigua Zahorí se puso colorada. Intentó disimularlo aclarándose la voz con un fuerte carraspeo, al tiempo que torcía el gesto al mirar a la seanchan aislada dentro del tejido que le impedía escuchar lo que hablaban. Empero, sus esfuerzos no tuvieron éxito; y, en cualquier caso, Lan los habría echado a perder.

Tai’shar Manetheren —musitó en voz queda.

Nynaeve se quedó boquiabierta, y después los labios insinuaron una trémula sonrisa. Sus ojos brillaron con la humedad de unas lágrimas repentinas mientras se volvía hacia él, el rostro rebosando júbilo. Lan le devolvió la sonrisa, y en sus ojos no había frialdad en ese momento, ni mucho menos.

Elayne tuvo que esforzarse para contener el gesto de asombro. ¡Luz! A lo mejor ese hombre no helaba el lecho de su matrimonio, después de todo. La idea hizo que se ruborizara. Procurando no mirar a la pareja, sus ojos fueron hacia Marli, todavía sujeta a la silla. La seanchan miraba fijamente al frente, y unas lágrimas se deslizaban por sus regordetas mejillas. Directamente al frente. A los tejidos que impedían que el sonido llegase hasta ella. Ahora no podía negar que veía los flujos. Sin embargo, cuando Elayne lo hizo notar, Reanne sacudió la cabeza.

—Todas lloran si se las obliga a mirar los tejidos durante mucho tiempo, Elayne —comentó con tono cansado. Y un punto triste—. Pero, una vez que los tejidos desaparecen, se convencen a sí mismas de que las hemos engañado. No tienen más remedio; lo entiendes, ¿verdad? De lo contrario serían damane, no sul’dam. No, llevará tiempo convencer al ama de los sabuesos de que ella misma es uno también. Me temo que en realidad no te he dado buenas noticias, ¿no es así?

—No muy buenas, cierto —contestó Elayne. Nada buenas, para ser sincera. Un problema más para amontonar con el resto. ¿Cuántas malas noticias se podían apilar antes de que uno se quedara enterrado bajo el montón? Por fuerza tenía que recibir alguna buena noticia, y pronto.