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De manera inconsciente, Rand se pasó la mano por la mandíbula tanteándose su propio rostro, pero no era el que Min veía. Cualquiera que lo mirase vería a un hombre varios centímetros más bajo y varios años mayor que Rand al’Thor, de cabello negro y lacio, ojos castaños y sin brillo, y con una verruga en la bulbosa nariz. Sólo alguien que lo tocase podría penetrar la Máscara de Espejos. Ni siquiera un Asha’man lo notaría, al tener invertidos los tejidos. Aunque, si había Asha’man en palacio, eso querría decir que sus planes habían salido peor de lo que creía. Esta visita no podía, no debía, llegar a una matanza. En cualquier caso, ella tenía razón: con esa cara no le habrían permitido entrar en el Palacio Real de Andor sin escolta.

—Qué más da, mientras podamos acabar con esto y marcharnos rápidamente —dijo—. Antes de que alguien tenga tiempo para pensar que si tú estás aquí entonces quizá yo también esté.

—Rand —musitó la joven, y él la miró con recelo. Min le puso una mano en el pecho y alzó la vista hacia su rostro con una expresión seria—. Rand, de verdad necesitas ver a Elayne. Y a Aviendha, supongo. Sabes que probablemente se encuentre aquí. Si te…

Él sacudió la cabeza, y al instante deseó no haberlo hecho. Todavía no se le había pasado totalmente el mareo.

—¡No! —repuso bruscamente. ¡Luz! Dijese lo que dijese Min, no podía creer que Elayne y Aviendha, ambas, lo amaran. O que el hecho de que lo amaran, si era un hecho, no la molestase. ¡Las mujeres no eran extrañas hasta ese extremo! Elayne y Aviendha tenían razones para odiarlo, no para amarlo, y al menos Elayne lo había dejado bien claro. ¡Y lo que era peor es que él las amaba, además de amar a Min! Debía ser duro como el acero, pero temía que se haría añicos si tenía que enfrentarse a las tres al mismo tiempo—. Encontraremos a Nynaeve y a Mat y nos marcharemos lo antes posible. —Min abrió la boca, pero Rand no le dio ocasión de hablar—. No discutas conmigo, Min. ¡No es el momento!

La joven ladeó la cabeza y esbozó una sonrisa divertida.

—¿Y cuándo discuto contigo? ¿No hago siempre exactamente lo que me dices? —Como si esa mentira no fuera suficiente, añadió—: Lo que iba a decir es que, si quieres que nos demos prisa, ¿por qué seguimos plantados como pasmarotes en este polvoriento almacén? —Como para dar énfasis, soltó otro estornudo.

Aun yendo vestida así, ella era la que menos llamaría la atención, de modo que asomó la cabeza fuera del cuarto en primer lugar. Por lo visto la planta de almacenaje no estaba totalmente en el olvido; los goznes de la puerta apenas chirriaron. Ta’veren o no, se sintió aliviado al encontrar vacío el largo pasillo. Hasta el criado más tímido se habría extrañado al verlos salir de un desván en la planta más alta del palacio. Con todo, no tardarían en topar con gente. El Palacio Real no contaba con un cuerpo de servicio tan numeroso como el Palacio del Sol o la Ciudadela de Tear, pero aun así allí eran cientos los criados que había. Rand se puso junto a Min e intentó andar de manera desgarbada y mirar boquiabierto los coloridos tapices, los paneles de madera tallada y los pulidos arcones altos. Ninguno era tan fino como lo serían en los pisos de más abajo, pero un bracero se quedaría embobado.

—Tenemos que llegar a otro piso inferior cuanto antes —murmuró. Todavía no se veía a nadie, pero muy bien podrían encontrar a diez personas a la vuelta de la esquina—. Recuerda, pregunta al primer criado que veamos dónde están Nynaeve y Mat. No entres en detalles a menos que no tengas más remedio.

—Vaya, gracias por recordármelo, Rand. Sabía que algo se me había olvidado, y no conseguía acordarme qué. —Su fugaz sonrisa era demasiado tirante, y masculló algo entre dientes.

Rand suspiró. Aquello era demasiado importante para que empezara con sus jueguecitos, pero iba a hacerlo si él se lo permitía. Y no es que ella lo viera como un juego. Aun así, a veces sus ideas sobre lo que era o no importante diferían mucho de las suyas. Muchísimo. Tendría que vigilarla estrechamente.

—Vaya, señora Farshow —dijo una voz de mujer detrás de ellos—. Es la señora Farshow, ¿verdad?

La bolsa se meció y golpeó la espalda de Rand cuando éste giró sobre sí mismo. La rellena y canosa mujer que miraba a Min sin salir de su asombro era quizá la última persona que querría haber encontrado, aparte de Elayne o Aviendha. Preguntándose por qué llevaría una gonela roja con el León Blanco en la pechera, hundió los hombros y evitó mirarla directamente. No era más que un bracero haciendo su trabajo. No había razón para que le dedicara más que una mirada de pasada.

—¿Señora Harfor? —exclamó Min con una sonrisa radiante—. Sí, soy yo. Y vos sois justo la mujer que buscaba. Me temo que me he perdido. ¿Podéis indicarme dónde encontrar a Nynaeve al’Meara? ¿Y a Mat Cauthon? Este tipo trae algo que Nynaeve encargó.

La primera doncella miró ligeramente ceñuda a Rand antes de volver su atención a Min. Enarcó una ceja al fijarse en sus ropas, o quizá fuera por el polvo que tenían, pero no hizo ningún comentario.

—¿Mat Cauthon? No creo conocerlo. A menos que sea uno de los nuevos criados o guardias —añadió dubitativa—. En cuanto a Nynaeve Sedai, está muy ocupada. Supongo que no le importará que recoja yo lo que quiera que sea y lo lleve a su habitación.

Rand se irguió bruscamente. ¿Nynaeve Sedai? ¿Por qué las otras, las verdaderas Aes Sedai, permitían que siguiera con ese juego? ¿Y Mat no estaba allí? Por lo visto no había estado en ningún momento. En su cabeza giraron arremolinados los colores y una imagen que casi distinguió. En un abrir y cerrar de ojos desapareció, pero él se tambaleó. La señora Harfor volvió a dirigirle una mirada ceñuda, y aspiró sonoramente el aire por la nariz. Tal vez creía que estaba borracho.

Min también frunció el entrecejo, pero en un gesto pensativo, mientras se daba golpecitos en la mejilla con un dedo, bien que sólo duró un momento.

—Creo que Nynaeve… Sedai quiere verlo. —La vacilación apenas se notó—. ¿Podríais conducirlo a sus habitaciones, señora Harfor? Tengo otro asunto que tratar antes de marcharme. Bueno, Nuli, cuida tus modales y haz lo que te manden. Buen chico.

Rand abrió la boca; pero, antes de que tuviese tiempo de pronunciar palabra, Min se alejó corredor adelante, casi corriendo. La capa ondeaba a su espalda de tan deprisa que caminaba. ¡Maldición, iba a intentar dar con Elayne! ¡Podía echarlo todo a rodar!

«Tus planes fracasan porque deseas vivir, loco. —La voz de Lews Therin era un susurro áspero, jadeante—. Acepta que estás muerto. ¡Acéptalo y deja de atormentarme, loco!»

Rand acalló aquella voz hasta reducirla a un zumbido apagado, el de un mosquito en la oscuridad de su cabeza. ¿Nuli? ¿Qué clase de nombre era ése?

La señora Harfor siguió mirando boquiabierta a Min hasta que la joven desapareció al girar la esquina del corredor. Después dio un tirón innecesario a la gonela para ajustarla y enfocó su desaprobación en Rand. Incluso con la Máscara de Espejos veía a un hombre mucho más alto que ella, pero Reene Harfor no era una mujer que dejara que algo tan insignificante le hiciera perder la calma ni por un instante.

—No me fío de tu aspecto, Nuli —manifestó, fruncidas las cejas—, así que cuidado con lo que haces. Seguirás mi consejo si tienes dos dedos de frente.

Sujetando la correa de la bolsa cargada al hombro con una mano, Rand se llevó la otra hacia la frente en un saludo respetuoso.

—Sí, señora —masculló con un timbre áspero. La primera doncella podría reconocer su voz real. Se suponía que Min se ocuparía de hablar hasta que encontrasen a Nynaeve y a Mat. ¿Qué demonios iba a hacer si traía a Elayne? Y quizás a Aviendha. Probablemente estaba también allí. ¡Luz!—. Perdón, señora, pero deberíamos darnos prisa. Es urgente que vea a la señora Nynaeve lo antes posible. —Movió ligeramente la bolsa—. Está deseando recibir esto. —Si había acabado para cuando Min regresara, quizá podría escabullirse con ella antes de que tuviera que enfrentarse a las otras dos.