En opinión de Nynaeve, el grupo de ese día era muy extraño, considerando la obsesión de los Marinos por el rango. La propia Detectora de Vientos de Zaida, Shielyn, estaba sentada a su derecha; era una mujer esbelta, fríamente reservada, casi tan alta como Aviendha y mucho más que Zaida. Su presencia era apropiada, en opinión de Nynaeve; pero a la izquierda de Zaida se hallaba Senine, la cual servía en un remontador, un tipo de barco de los más pequeños de los Marinos, y el suyo se contaba entre los más pequeños de esa clase. Claro que la curtida mujer, con su rostro surcado de arrugas y el canoso cabello, en el pasado había llevado más pendientes que los seis que lucía ahora, y más medallones dorados en la cadena que se extendía sobre su mejilla izquierda. Había sido Detectora de Vientos de la Señora de los Barcos antes de que Nesta din Reas fuese elegida para ese puesto; pero, conforme a su ley, cuando moría la Señora de los Barcos o una Señora de las Olas, su Detectora de Vientos tenía que volver a empezar otra vez en el escalafón más bajo. Pero el que se encontrase allí no se debía sólo al respeto por su anterior posición, de eso no le cabía duda a Nynaeve. Rainyn, una mujer joven de tersas mejillas, que también servía en un remontador, ocupaba la silla próxima a la de Senine, y Kurin, una mujer de expresión pétrea y ojos fríos, se encontraba al lado de Shielyn, tiesa como una talla negra. Esa disposición relegaba a Caire y a Tebreille a las sillas más alejadas, y ambas eran Detectoras de Vientos de Señoras de las Olas, con cuatro gruesos anillos en cada oreja y casi tantos medallones como la propia Zaida. Aunque quizás era sólo para mantener separadas a las dos hermanas de mirada altanera. Se odiaban con una pasión que sólo los parientes consanguíneos eran capaces de experimentar. Tal vez ésa era la razón. Comprender a las Atha’an Miere era peor que tratar de comprender a los hombres. Una mujer podía volverse loca intentándolo.
Mascullando entre dientes, Nynaeve dio un tirón a su chal y se preparó, disponiendo los flujos. El puro gozo de abrazar el saidar apenas lograba superar su irritación. Inténtalo otra vez, Nynaeve. Otra vez, Nynaeve. Hazlo ahora, Nynaeve. Al menos Renaile no se encontraba allí. A menudo querían que les enseñara cosas que no sabía tan bien como las otras hermanas —demasiado a menudo, cosas de las que apenas sabía nada, hecho que admitía a regañadientes; en realidad no había recibido mucho entrenamiento en la Torre— y, cada vez que titubeaba lo más mínimo, Ranaile se complacía en hacerla sudar. Las otras también la hacían sudar, pero no parecían disfrutar tanto con ello. En fin, tras una hora muy aprovechada, se encontraba cansada. ¡Maldita Sareitha y su gestión!
Golpeó de nuevo, pero en esta ocasión el flujo de Energía de Talaan recibió el suyo con mucha más ligereza de lo que esperaba, y su flujo barrió al otro más lejos de lo que era su intención. De repente, seis tejidos de Aire salieron disparados de la chica hacia ella, que los cortó rápidamente con Fuego. Los flujos cercenados retornaron violentamente hacia Talaan y la sacudieron de manera visible; pero, antes de que hubiesen desaparecido del todo, aparecieron otros seis, más rápidos que antes. Nynaeve golpeó. Y se quedó boquiabierta al ver el tejido de Energía de Talaan que se enredaba a su alrededor y cortaba el contacto con el saidar. ¡Estaba escudada! ¡Talaan la había escudado! Como humillación final, flujos de Aire le sujetaron los brazos y las piernas fuertemente, ciñéndole la falda. Si no hubiese estado tan irritada con Sareitha aquello no habría ocurrido nunca.
—La muchacha la tiene —dijo Caire, cuya voz denotaba sorpresa. Por la fría mirada que le dedicó, nadie habría pensado que era la madre de Talaan. De hecho, la propia Talaan parecía avergonzada de su éxito, y soltó los flujos de inmediato al tiempo que bajaba la vista al suelo.
—Muy bien, Talaan —elogió Nynaeve ya que nadie más pronunciaba una palabra de ánimo o de alabanza. Se retiró el chal con gesto irritado y lo dejó caer sobre el doblez de los codos. No era necesario decirle a la chica que había tenido suerte. Era rápida, cierto, pero Nynaeve no las tenía todas consigo de si sería capaz de seguir encauzando mucho más tiempo. Ciertamente no se encontraba en su mejor momento—. Me temo que es todo el tiempo que tenía disponible hoy, así que…
—Inténtalo otra vez —ordenó Zaida, que se inclinó hacia adelante con gesto atento—. Quiero ver algo. —No era una explicación ni nada parecido a una disculpa, simplemente la exposición de un hecho. Zaida nunca daba explicaciones ni se disculpaba. Sólo esperaba obediencia.
Nynaeve consideró la idea de decirle a la mujer que de todos modos no podía ver nada de lo que hacían, pero la rechazó al instante; no lo haría, habiendo seis Detectoras de Vientos en la habitación. Dos días antes había expresado sus opiniones abiertamente, y desde luego no quería repetir la experiencia. Había intentado pensar en ello como una penitencia por hablar sin pensar, pero eso no servía de mucha ayuda. Deseó no haberles enseñado nunca a coligarse.
—Una vez más —accedió con voz tensa mientras se volvía hacia Talaan—, y después tengo que irme.
Esta vez estaba preparada para el truco de la chica. Encauzó y recibió el tejido de Talaan con mayor destreza y sin tanta fuerza. La muchacha le sonrió con incertidumbre. Así que pensaba que en esta ocasión no se dejaría distraer por flujos superfluos de Aire, ¿verdad? El tejido de Talaan empezó a enroscarse alrededor de Nynaeve, que hiló diestramente el suyo para atraparlo. Estaría preparada cuando la muchacha lanzara sus flujos de Aire. O quizá no fueran de Aire esta vez. Nada peligroso, sin duda. Era una clase práctica. Sólo que el flujo de Energía de Talaan no completó el rizo, y el de Nynaeve se abrió demasiado en el viraje mientras que el de la muchacha arremetía derecho, directamente, y se ceñía. De nuevo el saidar se apagó en ella, y las ataduras de Aire le comprimieron los brazos a los costados y las rodillas una contra otra.
Inhaló despacio, con cuidado. Tendría que felicitar a la joven. No había escapatoria de su trampa. De haber tenido una mano libre, Nynaeve se habría arrancado de cuajo la trenza.
—¡Espera! —ordenó Zaida, que se levantó y caminó grácilmente hacia Nynaeve; los pantalones de seda roja se rozaban con un suave frufrú sobre los pies descalzos y el fajín del mismo color, anudado de manera compleja, se mecía contra su muslo. Las Detectoras de Vientos se levantaron de las sillas al mismo tiempo y la siguieron por orden de rango. Caire y Tebreille se apresuraron a ocupar sus puestos junto a la Señora de las Olas, haciendo caso omiso la una de la otra fríamente, en tanto que Senine y Rainyn se situaron un paso detrás de todas.
Obedientemente, Talaan mantuvo el escudo en Nynaeve, así como las ataduras, dejándola de pie e inmóvil como una estatua. Y echando humo como un hervidor de agua que lleva cociendo demasiado tiempo. Rehusó rebullir y agitarse como un títere roto, y eso era lo único que podía hacer a excepción de permanecer plantada en el sitio. Caire y Tebreille la estudiaron con gélido desdén, Kurin con el duro desprecio que reservaba para todos los habitantes de tierra firme. La mujer de ojos pétreos no exhibía ninguna mueca de mofa ni expresión alguna, pero era imposible estar con ella mucho tiempo sin ser consciente de lo que opinaba. Sólo Rainyn mostraba un ligero atisbo de compasión, una leve sonrisa atribulada.