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—¿Puedo ir a la Torre Blanca? —preguntó, falta de aliento, mientras se retorcía las manos y cambiaba el peso de un pie a otro—. Nunca me escogerán. Un sacrificio, lo llaman, dejar el mar para siempre, pero yo sueño con convertirme en novicia. Echaré mucho de menos a mi madre, pero… Por favor. Tienes que llevarme a la Torre. ¡Debes hacerlo!

Nynaeve parpadeó sorprendida. Muchas mujeres soñaban con convertirse en Aes Sedai, pero nunca había oído a nadie decir que soñaba con convertirse en novicia. Además… Las Atha’an Miere rehusaban el pasaje a las Aes Sedai en cualquier barco cuya Detectora de Vientos pudiera encauzar; pero, para evitar que las hermanas investigaran más a fondo, de vez en cuando se elegía a una aprendiza para que fuese a la Torre Blanca. Egwene aseguraba que sólo había tres hermanas de origen Atha’an Miere actualmente, todas débiles en el Poder. Durante tres mil años aquello había bastado para convencer a la Torre de que la habilidad era infrecuente y muy reducida en las mujeres de los Marinos y, por ende, que no merecía la pena investigarlo. Talaan tenía razón; nadie tan fuerte como ella recibiría permiso para ir a la Torre, ni siquiera ahora, que su subterfugio estaba llegando a su fin. De hecho, parte del acuerdo con ellas era que a las hermanas Atha’an Miere se les diera permiso para dejar de ser Aes Sedai y regresar a los barcos. ¡La Antecámara pondría el grito en el cielo por eso!

—Bueno, el entrenamiento es muy duro, Talaan —contestó suavemente—, y debes tener al menos quince años. Además… —Otra cosa que la chica había dicho se abrió paso en su mente—. ¿Que echarás de menos a tu madre? —preguntó, incrédula, sin importarle cómo sonaba aquello.

—¡Tengo diecinueve! —replicó, indignada, Talaan. Mirando su rostro y su cuerpo de muchachito Nynaeve no supo si creerle—. Y por supuesto que echaré de menos a mi madre. ¿Acaso no es natural? Oh, entiendo. No lo has comprendido. En privado somos muy afectuosas, pero debemos evitar cualquier muestra de favor en público. Eso es un delito serio entre nosotros. Podría provocar que despojaran de su rango a mi madre, y que a las dos nos colgaran cabeza abajo en los aparejos para ser azotadas.

Nynaeve torció el gesto ante la mención de colgar cabeza abajo.

—Desde luego entiendo muy bien que quisieras evitar eso —dijo—. Aun así…

—¡Todo el mundo intenta evitar el menor atisbo de favor, pero para mí es peor, Nynaeve!

Realmente, la muchacha, la joven, tendría que aprender a no interrumpir a una hermana si se convertía en novicia. Lo que no significaba que pudiese. Nynaeve trató de tomar de nuevo la iniciativa, pero las palabras salieron como un torrente de Talaan.

—Mi abuela es Detectora de Vientos de la Señora de las Olas del clan Rossaine. Mi bisabuela es Detectora de Vientos del clan Dacan, y su hermana del clan Takana. Para mi familia es un honor que cinco de nosotras hayamos llegado tan arriba. Y todo el mundo está atento a que haya alguna señal de que la familia Gelyn abuse de su influencia. Y con toda razón, lo sé; no puede permitirse el trato de favor. ¡Pero mi hermana estuvo como aprendiza cinco años más de lo normal, y mi prima seis! Así nadie puede argumentar que se las favoreció. ¡Cuando miro las estrellas y doy nuestra posición correctamente, se me castiga por ser lenta a pesar de que tengo la respuesta tan rápidamente como la Detectora de Vientos Ehvon! ¡Cuando pruebo el mar y digo la costa a la que nos aproximamos, se me castiga porque el gusto que he nombrado no es exactamente el que nota la Detectora de Vientos Ehvon! ¡Te he escudado dos veces, pero esta noche me colgarán por los tobillos por no hacerlo más deprisa! ¡Y se me castiga por fallos que a otras les pasan por alto, por fallos que nunca cometo pero que podría cometer! ¿Tu entrenamiento como novicia fue así de duro, Nynaeve?

—Mi entrenamiento de novicia —repitió débilmente la mujer. Ojalá la chica dejara de sacar a relucir lo de estar colgada por los tobillos—. Sí. Bueno. No te gustaría realmente saberlo. —¿Cuatro generaciones de mujeres con el don? ¡Luz! Hasta una hija siguiendo los pasos de la madre ya era poco corriente. La Torre querría tener a Talaan, por supuesto. Sin embargo, eso no iba a ocurrir—. Supongo que Caire y Tebreille se quieren realmente, ¿verdad? —dijo con el propósito de cambiar de conversación.

—Mi tía es taimada y falsa. —Talaan resopló—. Disfruta con cualquier humillación que pueda causar a mi madre. Pero mi madre la pone en su sitio, como merece. Un día, Tebreille va a encontrarse sirviendo en un remontador, ¡bajo el mando de una Navegante con mano de hierro y con dolor de muelas! —Asintió con gesto sombrío y a la vez satisfecho. Y después dio un brinco, abiertos los ojos como platos, cuando un criado pasó presuroso a su espalda. Aquello le recordó su propósito. Volvió a intentar vigilar en todas direcciones a la vez mientras hablaba deprisa—. No puedes decirlo durante las lecciones, por supuesto, pero servirá en cualquier otro momento. Anuncia que voy a la Torre, y no podrán negártelo. ¡Eres Aes Sedai!

Nynaeve miró a la chica con los ojos desorbitados. ¿Y acaso lo habrían olvidado todo al respecto la siguiente vez que impartiese una lección? ¡Esa muchacha tonta había visto lo que le hacían!

—No sé hasta qué punto deseas ir, Talaan, pero…

—Gracias —la interrumpió la joven, que hizo una rápida reverencia—. ¡Gracias! —Y volvió sobre sus pasos a toda carrera.

—¡Espera! —gritó Nynaeve, que avanzó un trecho tras ella—. ¡Vuelve! ¡No he prometido nada!

Los criados se giraron para mirarla y siguieron lanzando ojeadas sorprendidas en su dirección aun después de haber reanudado sus ocupaciones. Nynaeve habría corrido en pos de la tonta muchacha si no hubiera sido porque temía que tendría que llegar a donde estaban Zaida y las otras. Y a buen seguro que esa necia soltaría que iba a la Torre, que Nynaeve lo había prometido. ¡Luz, probablemente se lo diría de todos modos!

—Tienes un gesto como si acabaras de tragarte una ciruela podrida —comentó Lan, que apareció a su lado, alto y absolutamente atractivo con su chaqueta verde que tan bien le quedaba.

Nynaeve se preguntó cuánto tiempo llevaría allí. Parecía imposible que un hombre tan grande, de presencia tan imponente, pudiera mantenerse tan inmóvil que uno no reparaba en él, aun sin llevar la capa de Guardián.

—Toda una cesta —masculló al tiempo que apretaba la cara contra el ancho pecho de su esposo. Era muy agradable apoyarse en su fuerza, sólo durante un momento, mientras él le acariciaba el cabello suavemente. Aun cuando tuviera que apartar a un lado la empuñadura de la espada, clavada en sus costillas. Y cualquiera a quien no le gustara ver tal demostración de afecto en público podía irse al infierno. Nynaeve veía cómo un desastre se sumaba a otro. Incluso si les decía a Zaida y a las demás que no tenía intención de llevarse a Talaan a ninguna parte, iban a desollarla. En esta ocasión no podría ocultárselo a Lan; si es que había conseguido hacerlo la primera vez. Reanne y las otras se enterarían. ¡Y Alise! Empezarían a tratarla como a Merilille, pasando por alto sus órdenes, demostrándole tan poco respeto como las Detectoras de Vientos a Talaan. De algún modo le endosarían la responsabilidad de vigilar a Alivia, cosa que daría lugar a alguna catástrofe, a la más absoluta humillación. Últimamente parecía que era lo único que sabía hacer: encontrar otra manera de que la humillasen. Y, como si todo eso no fuera bastante, cada cuatro días aún tenía que enfrentarse a Zaida y a las Detectoras de Vientos.

—¿Recuerdas cómo me retuviste en nuestros aposentos ayer por la mañana? —murmuró a la par que alzaba la vista hacia su cara, a tiempo de ver una sonrisa reemplazando el gesto de preocupación. Por supuesto que lo recordaba. Nynaeve sintió que le ardían las mejillas. Hablar con amigas era una cosa, pero ser atrevida con su propio esposo todavía le parecía otra muy distinta—. ¡Bueno, pues quiero que me lleves allí ahora mismo y no dejes que me ponga ninguna ropa durante un año! —Al principio aquello la había enfurecido, mucho. Pero él tenía medios para hacerle olvidar que estaba furiosa.