Elayne volvió a suspirar. Esperaba que todos se acostumbrasen pronto al nuevo orden de las cosas. No era ella el foco de todas aquellas miradas asombradas, por supuesto, ni Aviendha ni siquiera Min, aunque probablemente ella atraía algunas. No; eran Caseille y Deni, que las seguían de cerca, quienes hacían que los ojos se abriesen como platos y los criados tropezaran. Ahora tenía ocho guardias de escolta, y esas dos eran las que estaban de guardia a su puerta cuando despertó.
Muy probablemente algunos de los gestos de sorpresa se debían a que Elayne tuviera escoltas femeninas, además de que en la guardia hubiera mujeres. Todavía nadie se había acostumbrado a eso. Birgitte había dicho que las haría parecer ceremoniales, y lo había conseguido. Debía de haber puesto a trabajar hasta la última costurera y sombrerera de palacio tan pronto como había salido de los aposentos de Elayne la noche antes. Lucían sombrero de color rojo intenso, con una larga pluma blanca descansando sobre la ancha ala, así como una banda amplia, también roja, en bandolera sobre el pecho, bordeada con puntilla nívea y con Leones Blancos rampantes a todo lo largo. Las chaquetas carmesí con cuellos blancos eran de seda, y el corte se había cambiado un poco para que sentara mejor y llegara casi hasta la rodilla, por encima de los pantalones escarlatas, adornados con una banda blanca a lo largo de los laterales de las perneras. El encaje colgaba muy fruncido en las bocamangas y los cuellos; y las botas negras se habían frotado hasta hacerlas brillar. Su aspecto era gallardo, y hasta Deni, con sus plácidos ojos, se pavoneaba un poco. Elayne sospechaba que se sentirían incluso más enorgullecidas una vez que los cinturones y vainas labrados con oro estuviesen listos, así como los yelmos y los petos lacados. Birgitte había ordenado hacer petos apropiados para mujeres; ¡eso sí que habría hecho que a los armeros de palacio se les salieran los ojos de las órbitas!
En aquel momento Birgitte estaba muy atareada entrevistando mujeres para completar las veinte de la escolta personal. Elayne la percibía concentrada, sin signos de actividad física, de modo que debía de tratarse de eso, a menos que estuviese leyendo o jugando a las guijas, pero rara vez se tomaba un rato de asueto de sus tareas. Elayne esperaba que el número se limitara a veinte. Y que Birgitte estuviese lo bastante ocupada para no advertir que enmascaraba el vínculo hasta que fuera demasiado tarde. Y pensar que había estado tan preocupada por que Birgitte no percibiera lo que ella no quisiera, cuando la solución estaba en hacer una simple pregunta a Vandene. La respuesta había servido también como un penoso recordatorio de lo poco que sabía realmente sobre ser Aes Sedai, en especial en esas cosas que otras hermanas daban por sentadas. Aparentemente, todas las hermanas que tenían Guardianes sabían cómo hacerlo, incluso las que mantenían celibato.
Era extraño cómo surgían las cosas a veces. De no ser por las escoltas personales, por haberse planteado cómo arreglárselas para esquivarlas a ellas y a Birgitte, jamás se le habría ocurrido preguntar, jamás habría aprendido el enmascaramiento a tiempo para lo de ahora. No es que tuviera planeado eludir a sus escoltas en breve, pero era mejor estar preparada en previsión de que lo necesitara. Ciertamente, Birgitte ya no iba a permitirles a Aviendha y a ella deambular por la ciudad solas, ni de día ni de noche.
La llegada a la puerta de los aposentos de Nynaeve alejó de su mente todo pensamiento sobre Birgitte. A excepción de que no debía enmascarar el vínculo hasta el último momento. Rand estaba al otro lado de esa puerta. Rand, que a veces ocupaba sus pensamientos hasta que se preguntaba si era como una de esas estúpidas mujeres de los relatos que perdían la cabeza por un hombre. Siempre había pensado que esas historias las habían escrito hombres. Sólo que a veces Rand hacía que se sintiese idiota. Por lo menos él no se daba cuenta, gracias a la Luz.
—Esperad aquí y no dejéis pasar a nadie —ordenó a las dos mujeres guardias. No podía permitirse el lujo de interrupciones ahora. Con suerte, el uniforme de la escolta era lo bastante reciente para que nadie lo relacionara con ella—. Sólo tardaré unos minutos.
Saludaron, cruzando el brazo sobre el pecho, y tomaron posiciones a ambos lados de la puerta, Caseille con gesto pétreo y una mano sobre la empuñadura de la espada, y Deni sosteniendo el largo garrote con las dos manos y esbozando una leve sonrisa. Elayne estaba convencida de que la corpulenta mujer pensaba que Min la había llevado allí para reunirse con un amante secreto. Y sospechaba que Caseille también. No habían sido todo lo discretas que habrían debido delante de las dos mujeres; nadie había mencionado su nombre, pero había habido suficientes «él esto» «él aquello». Al menos, ninguna había intentado recurrir a una excusa para marcharse y avisar a Birgitte. Si eran sus escoltas, eran sus escoltas, no las de Birgitte. Sólo que no podrían impedir que Birgitte entrara si ella enmascaraba el vínculo demasiado pronto.
Y se dio cuenta de que estaba muy nerviosa. El hombre con el que soñaba todas las noches se encontraba al otro lado de esa puerta, y ella seguía plantada allí, como una tonta. Había esperado tanto tiempo, lo había deseado tanto… y ahora casi tenía miedo. No dejaría que aquello fuera mal. Con un esfuerzo, recobró la compostura.
—¿Preparadas? —Su voz no sonaba tan fuerte como habría deseado, pero al menos no temblaba. Sentía un cosquilleo en el estómago como si revolotearan dentro mariposas del tamaño de ardillas. Hacía mucho que no le ocurría algo así.
—Por supuesto —contestó Aviendha, pero antes tuvo que tragar saliva.
—Estoy lista —musitó débilmente Min.
Entraron sin llamar y cerraron rápidamente la puerta tras ellas.
Nynaeve se levantó de la silla de un brinco, con los ojos muy abiertos, antes de que las tres acabaran de entrar en la habitación, pero Elayne apenas si reparó en ella o en Lan, a pesar de que el aroma dulzón de la pipa de Guardián impregnaba la estancia. Rand estaba realmente allí; le había costado creer que era verdad. El horrible disfraz que Min había descrito había desaparecido, salvo por la tosca ropa, y estaba… guapísimo.
Él también saltó de la silla al verla, pero antes de encontrarse totalmente de pie se tambaleó y se agarró a la mesa con las dos manos, sacudido por las arcadas. Elayne abrazó la Fuente y dio un paso hacia él, pero se detuvo y se obligó a soltar el Poder. Su habilidad en la Curación era escasa y, de todos modos, Nynaeve sé había movido con igual rapidez; el brillo del saidar envolvió de golpe a la antigua Zahorí, que alzó las manos hacia Rand.
—No es algo que puedas Curar, Nynaeve —dijo él bruscamente mientras retrocedía y la rechazaba con un ademán—. En cualquier caso, parece que te has salido con la tuya. —Su semblante era una rígida máscara que ocultaba las emociones, pero Elayne tenía la sensación de que se la bebía con los ojos. Y también a Aviendha. Se sorprendió de que aquello la alegrara. Había esperado que ocurriera así, habría confiado en arreglárselas por el bien de su hermana, y ahora no había hecho falta el menor esfuerzo. Enderezarse fue un visible esfuerzo para él, y también apartar la mirada de las dos, a pesar de que intentó ocultar ambas cosas—. Se ha hecho tarde, Min. Tenemos que irnos.
Elayne se quedó boquiabierta.
—¿Crees que puedes irte sin siquiera hablar conmigo, con nosotras? —consiguió articular.
—¡Hombres! —mascullaron casi a la par Min y Aviendha, que se miraron sorprendidas. Se apresuraron a descruzar los brazos. Por un instante, a despecho de lo distintas que eran en casi todo, habían sido casi imágenes idénticas del desdén femenino.
—Los que intentaron matarme en Cairhien convertirían este palacio en un montón de escombros si supieran que me encuentro aquí —dijo quedamente Rand—. Quizás incluso con que sólo lo sospecharan. Supongo que Min os ha contado que fueron Asha’man. No confiéis en ninguno de ellos. Excepto en tres, tal vez. Damer Flinn, Jahar Narishma y Eben Hopwil. Es posible que podáis fiaros de ellos. En cuanto al resto… —Apretó los puños contra los costados, al parecer sin darse cuenta—. A veces una espada se revuelve en la propia mano, pero sigo necesitando una. Limitaos a manteneros lejos de cualquier hombre con chaqueta negra. Mirad, no hay tiempo para hablar. Es mejor que me marche cuanto antes.